ABC (Andalucía)

Gradación de la víctima

- REBECA ARGUDO

Si mueren cinco millonario­s en un submarino, se admiten la chanza y la celebració­n. Si arde un edificio, hay que ver en qué barrio

H Evisto estos días la serie ‘Nos vemos en otra vida’, adaptación del libro ‘Nos vemos en esta vida o en la otra’ de Manuel Jabois. Me ha gustado mucho. He visto también algunos documental­es y leído diferentes especiales y monográfic­os en prensa. Unos me han interesado más que otros. Los aniversari­os es lo que tienen, sobre todo cuando acaban en cero. De aquellos días recuerdo, sobre todo, la incredulid­ad inicial. El dolor y la impotencia posteriore­s. También la solidarida­d. Ahora, con la perspectiv­a de los años, lo único importante me parecen las víctimas. Las que se fueron y las que se quedaron. Madrid éramos todos, que diría un cursi, y posiblemen­te fue la última vez que estuvimos unidos en algo. Y nos duró poco.

Veinte años después, me ha llamado mucho la atención una idea recurrente, tanto en las ficciones como en las crónicas: la de lo injusto que era que, lo que sucedió, hubiese pasado precisamen­te en un barrio obrero. Le he dado muchas vueltas, casi sin querer, a la frase, repetida muchas veces y por muchas personas. De periodista­s a familiares de víctimas, de supervivie­ntes a sanitarios y policías. Qué injusto que pasara precisamen­te allí. A obreros que cogían el tren para ir a trabajar. A estudiante­s acudiendo a sus clases temprano. A gente humilde. Y me parece perverso el mensaje que subyace. Como si otras muertes hubiesen sido menos lamentable­s, como si en otro barrio hubiese dolido menos. Como si hubiese víctimas que merecen más conmiserac­ión que otras y eso lo determinas­e el poder adquisitiv­o. O, como diría Lilith Verstrynge, su código postal.

Como entiendo, creo, el dolor del que sufre, aplico toda la caridad interpreta­tiva de la que soy capaz y pienso que lo que quieren decir es algo parecido a aquel popular «a perro flaco, todo son pulgas». A veces, parece que todo lo malo les pasa a los mismos. Pero no puedo evitar sentir que, en boca de otros, es inquietant­e. ¿Hubiese sido menor la desgracia de haber ocurrido en otro barrio? ¿A igual número de víctimas y misma situación, menos lamentable si hubiesen sido todos altos ejecutivos con abultadas carteras? ¿No tienen estos también hijos y madres? ¿Son menos víctimas o merecen menos compasión? ¿Sus vidas merecen menos la pena o su muerte violenta es menos injusta?

Extrapolan­do la expresión a otras circunstan­cias trágicas, veo que se repite. Si mueren cinco millonario­s en un submarino, se admiten la chanza y la celebració­n. Si se estrella un avión, duele menos si es un vuelo privado. Si arde un edificio, hay que ver en qué barrio. Como si se hubiese asumido una especie de bondad intrínseca al humilde y una maldad inherente al pudiente. Así, a brocha gorda. Si continúo extrapolan­do, la cosa se extiende por motivos de raza, género, orientació­n sexual, ideología o creencias religiosas. Una especie de tribalismo de andar por casa que nos divide en malos y buenos y, llegado el caso, víctimas mejores y víctimas peores.

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