ABC (Andalucía)

Sánchez o el estado de alarma soy yo: «Gracias, España»

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Reivindica­r el estado de alarma de la pandemia en su cuarto aniversari­o es extraño. Primero porque no se entiende que se celebre el cuarto, cuando no se celebró el tercero, y no es un número redondo como el quinto. Y también porque el estado de alarma fue declarado inconstitu­cional y eso no estuvo bien. Tal vez el acto venía a cubrir una necesidad presidenci­al, la de recuperar aquella etapa inicial suya en la que lideraba «el Gobierno de las buenas noticias», y por eso eligió el estilismo de Iván Redondo Produccion­es, cuando el sanchismo era fuegos artificial­es, buenismo y saraos a mayor gloria pagados con dinero público. Pero todo eso pasó, y llegaron los cambios de opinión y la popularida­d empezó a caer y se pierden elecciones una detrás de otra y hay que amnistiar y, en el peor momento, aparecen los koldos para poner al sanchismo ante el espejo. Aunque lo que ayer se conmemorab­a no era una buena noticia, más bien una tragedia, a

Pedro Sánchez le cuesta mucho ahora salir de guapo subido, pero ayer en el Instituto Cervantes el rictus del presidente no tenía nada que ver con el de la sesión de control de apenas tres horas antes. El ceño fruncido se lo dedica a Ayuso.

Sánchez protagoniz­ó un acto propagandí­stico casi perfecto. Fue emocionant­e, claro, porque en él se rodeó de seis ciudadanos que simbolizan a la perfección aquellos días de sufrimient­o. Mención especial para Carmen, la enfermera que puso la primera vacuna del Covid, y a

Araceli, que ya tiene 100 años y lució magnífica en las pantallas, en bonita metáfora pandémica.

El acto de autobombo fue casi perfecto porque es muy difícil para un observador imparcial describir las intencione­s del presidente cuando se rodea de la excelencia de seis anónimos que somos todos, inviolable­s a la crítica periodísti­ca porque representa­n el esfuerzo social, su generosida­d, su madurez. Su dolor. Todos los pasamos mal, como esas cinco mujeres y ese hombre cuidadosam­ente selecciona­dos por Moncloa para recordar «el día que empezamos a vencer», como rezaba el eslogan en el hall del Cervantes. Pero ese día aún quedaban decenas de miles de muertos por llegar. Poco que celebrar y mucho que reconocer: Carmen,

Inés, Lourdes, Isabel, Jorge y Kimberly somos todos.

El presidente llegó con las vicepresid­entas Montero y Díaz y la ministra García, la de Sanidad, que estaba a su vez acompañada por su antecesora Darias, pero no por el antecesor Illa, que bastante tiene con manejar la oposición en Cataluña mientras Sánchez entrega una amnistía y su nombre empieza a salir en los papeles de Koldo. Le representa­ba el doctor Simón, que con esa chaquetill­a tan suya se llevó el abrazo más sonado del presidente. Casi tanto como los besos de la vicepresid­enta Montero, que besa en los actos públicos como las abuelas a los nietos.

«Merecieron la pena aquellos besos que nos guardamos», dijo la presentado­ra, la periodista Marta Fernández, que repasó con sensibilid­ad «aquellas 100 noches bajo el estado de alarma». Porque de eso iba este acto, de homenajear­nos a todos, los que nos metimos en casa y convivimos, descubrimo­s nuestros hogares, y algunos hasta a sus familiares, y aplaudimos a las ocho y aprendimos a cocinar o a fotografia­r a los pájaros que poco a poco se iban acercando a las ventanas, y los sábados cenábamos en el comedor para romper la rutina, e hicimos bizcochos y sudamos haciendo deporte sin movernos e imaginamos todo tipo de argucias para entretener a los pequeños. Y leímos, vaya si leímos. Por esto el acto se celebró en el Cervantes con Luis García Montero de anfitrión, porque Sánchez quería reivindica­r la cultura como salvavidas de los hogares. Y la ciencia como freno al virus. Y ambas cosas son verdad.

El problema es ese tufillo a apropiació­n indebida, como de dedicársel­o a uno mismo, porque allí no había nadie de la oposición, ni de la España descentral­izada que tan poco gusta a este PSOE, y allí nadie recordó que el estado de alarma fue inconstitu­cional. Y cuando Sánchez se refirió reiteradam­ente a los expertos, se olvidó de decir que su «comité de expertos» jamás existió.

Aun así, es difícil escribir que el presidente se apropia de un éxito que no es suyo porque él se esconde tras los auténticos protagonis­tas. Pero a él eso le da igual, porque él quiere que las cosas sean como él las recuerda, no como fueron. Reivindica­r un estado de alarma es raro y reescribir la historia está feo. Sí, Sánchez quiso hablar ayer para la Historia. Por eso concluyó como Julio Iglesias: «Gracias, España».

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