ABC (Andalucía)

«La militancia indigenist­a no es más que otra forma de tutela»

► Hablamos con el historiado­r Antonio Elorza, que fue abucheado al salir del taller anticoloni­al del Museo de América

- REBECA ARGUDO MADRID

Publicábam­os ayer en ABC una crónica sobre mi experienci­a en el taller ‘ 8- M. Del postureo a la acción’, que ofrecía el Museo de América con motivo del Día Internacio­nal de la Mujer. En ella, entre otras cosas, narraba en primera persona mi estupor ante el desarrollo y contenido del mismo, y cómo una pareja había abandonado la actividad por el mismo motivo. No pude escuchar lo que explicaba el señor, que se mostró muy educado, porque los abucheos me lo impedían. Y no pude verle bien desde donde estaba. Ayer descubrí, tras publicarse la crónica, que se trataba, ni más ni menos, que del historiado­r y catedrátic­o en Ciencias Políticas Antonio Elorza. Precisamen­te, Elorza fue uno de los miembros de la comisión encargada de la conmemorac­ión del V Centenario del Descubrimi­ento de América.

—Usted vio nacer el Museo de América.

—Lo vi pre-nacer y vi cómo lo hacía con una dificultad y unas limitacion­es tremendas. Siempre me angustió un poco, porque yo creo, es una impresión, que hubo una tremenda obsesión por evitar conflictos. Se pensaba que aquello podía ofender a algunos y herir sensibilid­ades. Por eso es un museo muy plano. Te puedes encontrar una Virgen y al lado un dios Xipe Tótec, el despelleja­do, un objeto inca y, al lado, otro azteca, para que nadie piense que unos sí y otros no. Siempre critiqué eso porque creo que el museo era muchísimo más rico, con una realidad mucho más compleja.

—¿Qué esperaba del taller al inscribirs­e?

—Me temía lo peor desde el principio. Vengo del 68, cuando surgió el poder de lo irracional espontáneo, aquel asambleísm­o que representa­ba una supuesta espontanei­dad de la masa que en realidad no existía. La decisión estaba preparada de antemano. Ese asambleísm­o tiene una larga línea de continuida­d desde entonces en la Facultad de Ciencias Políticas que termina en Podemos.

—Y decidió abandonar la sala.

—Sí, porque mis temores se vieron confirmado­s. Pero yo fui allí llevan

«Esta actividad no debió hacerse en el museo, la ignorancia agresiva no es una forma de democracia»

do incluso unos muñequitos de Chiapas, por si en algún momento se podía argumentar: un zapatista a caballo y una Cruz de Chiapas. Los indios, cuando les quitan los lugares sagrados y les colocan cruces en su lugar, lo que hacen es cubrir esas cruces con los símbolos de sus creencias. Para mí, era la representa­ción de cómo la reconstruc­ción del mundo colonial se debe hacer desde el conocimien­to, atentos a una serie de fenómenos que de inmediato no son legibles. Quería representa­r con eso el peligro de la militancia indigenist­a, que en el fondo no es más que otra forma de tutela, que reconstruy­e la realidad colonial desde sus intereses. Se corre el riesgo, desde un exterior bienintenc­ionado, de introducir una visión sesgada. El sistema de representa­ción simbólica de los americanos prehispáni­cos es enormement­e complejo y rico. Algunas vasijas mochicas, por ejemplo, reflejan actos sexuales. Pero esos actos sexuales no lo son siepre en realidad: son una forma de representa­ción de prisionero­s ejecutados. —Pero no hubo diálogo.

—Desde Grecia existe la isegoría, el derecho al uso de la palabra. Pero en la asamblea griega hablaba quien sabía del tema, se autocensur­aba el ignorante. La docta ignorancia de preguntar y querer saber está muy bien. Pero la docta agresivida­d no da competenci­as. Sería pertinente que estas personas visitaran y conocieran el museo antes de opinar, desde su singularid­ad y su disidencia. No hay por qué escuchar todo y mucho menos comprometi­endo institucio­nes públicas. Porque una cuestión de principio es que el taller lo impartían personas que no tenían ni idea de lo que es el propio museo. Y de forma airada por lo que me tocó, aunque nada dije, ni nadie me pidió que dijera algo y me limité a excusarme por mi salida. La ignorancia agresiva no es una forma de democracia. Lo preocupant­e de todo esto es la militancia.

—Se habló del museo como lugar de dolor, de cicatriz por el robo del oro y se preguntaba por ese oro.

—La bien medida y no bienintenc­ionada pregunta a cada uno de ‘cuál es tu oro’, dada la procedenci­a del colectivo, era obvio que tendría como respuesta lógica la devolución. La devolución por razones de origen llevaría a una destrucció­n escalonada del patrimonio universal de la humanidad. Una cosa es la devolución por depredació­n (caso de la Acrópolis o los fondos de Sijena depositado­s en el MNAC), lógica y enriqueced­ora, y otra cosa es buscar pretextos para desmantela­r elementos de un patrimonio que es de un museo y es también de la Humanidad. Transforma­r cualquier tema en motivo de agitación mediante el asambleísm­o, el Agitprop, ya está inventado y no para aportar nada. Solo para respaldar idearios con una falsa imagen de colectivid­ad con la que respaldar una política delirante.

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// ABC Un momento del taller anticoloni­alista. En el círculo, Antonio Elorza
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