Puigdemont, un candidato perdedor y de riesgo cero
El 12 de mayo, Puigdemont va a ser el candidato simbólico de su partido como en 2017 y 2021. En ambas elecciones perdió, la primera contra Inés Arrimadas y la segunda quedó tercero por detrás de Salvador Illa y de Pere Aragonès. Tampoco, como en las dos anteriores ocasiones, tomará el riesgo de regresar a España para ser investido.
El abogado de Puigdemont, Gonzalo Boye, ha dicho que su cliente está dispuesto a volver aunque lo detengan. Durante la campaña de las elecciones autonómicas del 155, en diciembre de 2017, Junts también jugó a aprovechar electoralmente la épica del eventual regreso del forajido. El lema de campaña fue ‘Cada uno de tus votos acerca al president a casa’, dando a entender que, si Puigdemont ganaba las elecciones, regresaría para tomar posesión como presidente de la Generalitat, sin importarle que le detuvieran, encarcelaran, juzgaran y condenaran. El propio expresidente prometió que lo haría: «Ser vuestro presidente lo merece». Al final Puigdemont faltó al compromiso con sus votantes y pudo el miedo y se quedó en Bélgica, pero el anzuelo de su regreso funcionó en las urnas. Aunque ganó Ciudadanos, Junts y Puigdemont derrotaron a ERC y Junqueras, y cedieron la «presidencia efectiva» de la Generalitat a Quim Torra.
Ahora las circunstancias no son las de 2017 ni las de 2021 y los magistrados más relevantes de España aseguran que, con la ley de amnistía publicada en el BOE, no tiene ningún sentido aplicar a Puigdemont la prisión preventiva. El riesgo de fuga no puede ser un factor en quien voluntariamente se pone a disposición de la Justicia y el criterio de la previsión de una condena larga carece igualmente de sentido con la ley de amnistía aprobada, aunque esté o pueda estar cautelarmente suspendida.
Pero la principal característica política y personal de Carles Puigdemont i Casamajó es el miedo. Tiene miedo de que lo maten. Tiene miedo de que lo detengan y encarcelen. Tiene miedo de presentarse a las elecciones, volver a perderlas y que se desvanezca definitivamente el mito del presidente legítimo. Tiene todavía más miedo de presentarse, ganarlas y que quede claro que no se atreve a llevar a cabo sus promesas unilaterales y sólo pueda inaugurar colegios y carreteras.
Es el mismo miedo que tuvo dos días después de declarar la independencia sin haberla defendido en ninguna plaza y se fugó escondido en el portamaletas de un coche. Es el mismo miedo que tenía cuando se instaló en Waterloo y salía con chaleco antibalas debajo del abrigo a recibir la visita de sus partidarios. Y, por miedo a ser envenenado, la comida con que le ofrendaban la probaba antes alguno de sus guardaespaldas o directamente no se la comía.
Igualmente, asusta a Puigdemont que la fragilidad –e ingenuidad– del redactado de la ley amnistía pueda ser revisado y enmendado por la Justicia española, que a pesar de la no vinculante Comisión de
Venecia, se fundamenta exactamente en los mismos criterios en materia de terrorismo y malversación que la Justicia europea.
Junts intentará exprimir propagandísticamente un retorno que Puigdemont todavía no sabe hasta qué punto podrá administrar políticamente. Desde los medios tremendistas del otro lado se engrandecerá su campaña presentándolo como el peligro que no es para la unidad de España y se hará de él un inmerecido héroe, lo que le dará unos votos que de otra manera no tendría.
Cuando aún estas últimas elecciones catalanas del 12 de mayo no estaban convocadas y los catalanes sólo tenían en su horizonte electoral para 2024 las elecciones europeas, el secretario general de Junts, Jordi Turull, amagó con el mismo truco que en 2017 diciendo que Puigdemont regresaría a finales de julio, siempre después de los comicios comunitarios. Los postconvergentes se han vuelto unos expertos en vender la épica antes de que se produzca, sabiendo perfectamente que lo más normal es que no llegue a producirse.
La principal característica política y personal del forajido Puigdemont es el miedo