ABC (Andalucía)

El poeta que fue lo que siempre quiso: una gloria nacional

- Nuno DIEGO DONCEL Poeta y crítico de ABC

OBITUARIO Nuno Júdice (1949-2024)

Júdice era un hombre tímido, absolutame­nte silencioso, algo o mucho distante y con ademanes meditativo­s. En un país tan sensible como Portugal no es extraño que lloren su muerte. Al final fue l o que siempre quiso ser: una gloria pública nacional, bendecida por los poderes políticos y que, de alguna manera, era continuado­r de la tradición insigne de la gran poesía portuguesa.

Nacido en Mexilhoeir­a Grande ( Portimão) en 1949, profesor universita­rio, tuvo cargos públicos como el de agregado cultural de la Embajada de Portugal en París y llegó a dirigir la Casa Fernando Pessoa.

En nadie como en él halló mejor acomodo aquella estética de cierto neovanguar­dismo muy vinculada a formas y decires de la poesía francesa de l os años 60. En nadie como en él la moda metapoétic­a tuvo su más alto representa­nte. En ‘Noción de poema’ ( 1972) o en ‘ Mecanismo Romántico de Fragmentac­ión’ (1975) nos presenta una indudable capacidad para reflexiona­r sobre el ser de la poesía, sobre las capacidade­s del poema en relación no solo a la forma de expresar la realidad, sino a la forma de integrarse en la materia discursiva del mundo.

Este sentido autoanalít­ico, demasiado cerrado en sí mismo, tenía que ver solo hasta cierto punto con otras aventuras de la relación de la poesía con lo real que se daban en la obra de António Ramos Rosa, Carlos de Oliveira o Sophia de Mello Breyner Andresen. La metapoesía de Nuno Júdice no partía tanto de una experienci­a biográfica como de una experienci­a intelectua­l, era una construcci­ón mental donde la poesía se sometía a un análisis de acuerdo a teorías lingüístic­as y estéticas entonces en boga.

Esto le llevó a un callejón sin salida y, por ello mismo, tuvo que reinventar­se. Poco a poco inició el camino hacia una poesía más realista, más intimista, tal vez siguiendo la senda marcada ya en su generación por poetas como Joaquim Manuel Magalhães.

Júdice nunca fue un Auden, ni un Larkin, su poesía tenía un vuelo hacia lo metafísico y su lenguaje nunca dejó de lado la tensión y el riesgo. En libros como ‘ Un canto en la espesura del tiempo’, el primero de los suyos traducido al español por el lusista y poeta José Luis Puerto, nos encontramo­s un Júdice donde la experienci­a de lo real es a l a vez una experienci­a de emoción y de pensamient­o.

Es, por tanto, una poesía meditativa en la que el tema del tiempo, de los desgastes personales en medio de la edad, de las ruinas del mundo propio, están vistos desde una óptica absolutame­nte melancólic­a sin dejar de ser vital. De alguna manera, l a poesía última de Júdice vuelve al romanticis­mo, vuelve al hiato entre el yo y el mundo, o lo que es lo mismo, entre la conciencia y el tiempo.

Júdice fue, además, un gran investigad­or literario. Esto quiere decir que con su labor crítica intentó desbrozar no

Fue, en el fondo, un poeta simbolista que no dejaba de lado la reflexión

solo los dilemas de la poesía de nuestra actualidad sino también la función y la naturaleza de la poesía moderna portuguesa. Sus estudios sobre el grupo de Orpheu, o sobre el futurismo portugués, son muy lúcidos, muy certeros en sus formulacio­nes. Júdice sabía que en el tablero futurista desplegado por Pessoa y Álvaro de Campos, entre otros, se jugó la partida de una estética nueva, de un modo de decir adaptado al ritmo de las ciudades, de la tecnología y de la rapidez en las emociones contemporá­neas que tanto nos iban a influir para escribir poéticamen­te sobre la realidad de estas sociedades posmoderna­s.

Se puede decir, sin embargo, que él fue, en el fondo, un poeta simbolista que no dejaba de lado la reflexión, un poeta que de alguna manera quería situarse antes de los grandes terremotos literarios ocasionado­s por las vanguardia­s. Necesitaba ser más Teixeira de Pascoães que Fernando Pessoa.

Ha muerto Nuno Júdice y con él una página singular en la poesía portuguesa de estas últimas décadas. Portugal lo despedirá como despide a sus poetas, sobre todo cuando marcaron una época y fueron distinguid­os con los grandes premios de ese país y con premios internacio­nales como el Reina Sofía. Muere con él una voz que llenó de alegría a tantos lectores, que buscó la cercanía a los lectores para sentirse acompañada y comprendid­a.

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