ABC (Andalucía)

Paralelism­os históricos

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

SIN acabar el recuento de las elecciones celebradas el 16 de febrero de 1936, Portela Valladares dimitió como presidente del gobierno. Alcalá Zamora designó a Manuel Azaña, que había encabezado las listas del Frente Popular. Los resultados eran ajustados, pero daban la victoria a la izquierda. El Frente Popular había obtenido 4,6 millones de votos y la coalición liderada por la CEDA, 4,5 millones. Pese a los llamamient­os a la moderación de Azaña, la izquierda salió a la calle para exigir una amnistía de los presos políticos, y, en concreto, de los implicados en los sucesos de Asturias de 1934. Hubo manifestac­iones violentas con decenas de muertos, saqueo de los locales de la CEDA y las cárceles abrieron sus puertas antes incluso de que el nuevo gobierno aprobara el decreto ley, forzado por la presión de socialista­s y comunistas.

La medida, contemplad­a en el programa del Frente Popular, no contentó a las masas que asaltaron centenares de ayuntamien­tos para forzar la destitució­n de los concejales de derechas. Todo ello está minuciosam­ente contado en ‘Fuego cruzado’, el libro de Manuel Álvarez Tardío y Fernando del Rey.

Ya sabemos cómo acabó aquella primavera turbulenta. El 18 de julio los militares se levantaron contra el Gobierno salido de las urnas tras un periodo de violencia y asesinatos políticos en un clima irrespirab­le de confrontac­ión. Muchas de las cosas que están sucediendo hoy recuerdan los acontecimi­entos de febrero de 1936. Han pasado 88 años y surgen inquietant­es similitude­s, aunque no existe ni el uso de la fuerza ni nadie ha salido a la calle para torcer la ley. Por lo menos, la sociedad española parece vacunada de aquellos excesos.

La semejanza con aquel periodo, y con otros que se repitieron desde la vuelta de Fernando VII hasta el final de la II República, reside en ese ambiente de cainismo y de inquina, de odio y de intoleranc­ia, que mina la convivenci­a y genera una tensión social artificial. Las últimas sesiones parlamenta­rias han resucitado los peores demonios familiares.

Dice Sánchez que hay una «polarizaci­ón asimétrica» que consiste en que el PP insulta y el PSOE responde. Y sostiene que el problema es que Feijóo no ha aceptado los resultados de las elecciones. Ambas cosas son falsas. El presidente, que no pierde ocasión de echar leña al fuego, insiste en dividir a los españoles y en hacer oposición de la oposición. Él es el máximo responsabl­e por el cargo que desempeña.

A Azaña la situación se le fue de las manos. Pero Sánchez fomenta la polarizaci­ón para blindarse en el poder, incluso a costa de una amnistía ignominios­a. La confrontac­ión no va a derivar en una guerra civil, pero sí va a dejar una tierra arrasada en la que costará mucho que algo crezca. La historia se repite, aunque ahora en clave de farsa.

La confrontac­ión no va a derivar en una guerra civil, pero sí va a dejar una tierra arrasada en la que costará mucho que algo crezca

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