El mal gobierno independentista
La amnistía de Sánchez por siete votos rescata a Puigdemont del ostracismo. El Fugado Legítimo anuncia su candidatura a la Generalitat para acabar «la faena» del 1-O de 2017. Le preocupa la sequía, la educación, la sanidad, la lengua, la vivienda, dice. Puigdemont, como Aragonès, compone la doble cara de una misma moneda independentista: aleación de épica y victimistmo. Junts y Esquerra se pelean, pero que gobiernen unos u otros depara lo mismo: lamento y confrontación. Aunque no haya conseguido sus objetivos, el independentismo ha tenido tiempo de demostrar, incluso a sus adversarios, que era capaz de gobernar (bien). No ha sido así. Seguirles es cuestión de fe, a falta de constatación empírica.
Veamos la Consejería de Justicia, Derechos y Memoria. Tan pomposa denominación parece exigir un titular a l a altura. No es el caso de Gemma Ubasart González. Ex secretaria general de Podemos en Cataluña, sus méritos de tertuliana «comprensiva» con el procés le premiaron en 2022 con l a consejería de nombre prolijo y pomposo. Ubasart cultiva la dialéctica «plurinacional» que menosprecia al « régimen del 78 » , considera que aplicar la ley a los sediciosos es « judicializar » la política. La retórica de la izquierda catalana, más nacionalista que izquierda, la vieja tradición del PSUC de Ribó.
Ubasart demostró que de la Justicia, Derechos y Memoria solo le interesa la tercera. Su prioridad era echar a la Policía Nacional de Vía Layetana, 43 para convertir la comisaría en sede del Memorial Democràtic. Cansino estribillo cual llorona canción de Llach: la comisaría fue un espacio de tortura del franquismo (cierto y antes con la República) que debía «resignificarse» (¿también con los torturadores hermanos Badia?)
Era la misma cháchara que su antecesora, la neoconvergente Lourdes Ciuró. Idéntica obsesión. Comisaría y monolito a la batalla del Ebro en Tortosa. Sostenía Ciuró que, a pesar de que el 68 por ciento de tortosinos votaran por su permanencia, el monolito sería debelado. Apremió al juez que aceptó las medidas cautelares contra la retirada: «No puede ser que cuando haya un símbolo fascista tengamos un litigio para dirimir si era suficientemente fascista o era poco fascista». El poco respeto de la consejera de Justicia por la Justicia explica la priorización del pasado (ideologizado) sobre el presente (violento) de las cárceles catalanas: desde 2017 las agresiones a funcionarios aumentaron un 400 por cien: ¡más de 500 solo el año pasado!
La consejera seguía con la comisaría hasta que el 13 de marzo un recluso condenado por homicidio con arma blanca asesinó a Nuria, la cocinera de Mas d’Enric. El asesinato, etiquetado según la neolengua institucional como «incidente», exasperó a unos funcionarios hartos de jugarse la vida. Protestas y bloqueo con una reivindicación: la dimisión de Ubasart y el secretario Amand Calderó.
Esta es la Generalitat «republicana » , sea con Puigdemont, Torra o Aragonès. Nula proactividad ante una sequía anunciada, incapacidad para reformar la ley de inmersión lingüística, no reconocimiento del fracaso escolar; ahora, caos, en la gestión penitenciaria… ¡Y piden el cupo catalán y controlar la inmigración! Viene a la memoria la recomendación de aquella señora al pedigüeño que demandaba una moneda: «Tenga, pero no se lo gaste en vino». Podríamos aplicarlo a los malos gobiernos independentistas. Tengan, pero no se lo gasten en propaganda, embajadas, subvenciones a afines o asociaciones del Rencor Histórico… Gástenlo en prevenir la sequía, mejorar la agricultura, la sanidad primaria y la educación o en dotar de autoridad a los funcionarios de prisiones. Y dimitan cuando metan la pata, señora Ubasart. ¿Qué hecho diferencial aporta la gestión de estos apóstoles de l a Cataluña independiente? Ninguno. Quítate tú para ponerme yo. Lo de toda la vida.