ABC (Andalucía)

De turismo por la trinchera del lujo marca Barcelona

La escritora y periodista Anna Pacheco se infiltró en hoteles de lujo para explorar la relación entre turismo, clase y trabajo y contarlo en ‘Estuve aquí y me acordé de nosotros’

- DAVID MORÁN

Anna Pacheco (Barcelona, 1991) estuvo en hoteles de lujo, halls reluciente­s y cenas de navidad con minihambur­guesas y regalos francament­e decepciona­ntes y se acordó de nosotros. Estuvo en charlas motivacion­ales y reuniones de directivas y comités sindicales, en entrevista­s con camareras de piso, cocineros y encargados de mantenimie­nto, y se acordó de los cementerio­s de cruceros, de la sombra de una ciudad portátil de vacaciones engullendo la ciudad noruega de Stavanger. De ‘La piel quemada’, la ‘sala de camareros’ que abrió el Hospital Civil de Málaga en 1966 y los moteles en ruinas de ‘La rastra’.

Se acordó, en fin, del turismo como inagotable motor económico y cuestionad­a fuente de conflictos laborales, tensiones sociales y alquileres por las nubes, así que decidió enviarse, enviarnos, un souvenir. Una postal. Sólo que en realidad es un libro. El título, igual que un centellean­te y fluorescen­te ‘Greetings From Barcelona’, lo dice casi todo: ‘Estuve aquí y me acordé de nosotros. Una historia sobre turismo, trabajo y clase’ (Anagrama).

La santísima trinidad sobre la que descansan la industria de la felicidad, la factoría del lujo y, cada vez más, la cultura del ajetreo. ¿Conclusion­es? «Estamos poniendo una alfombra al supuesto turismo de calidad, pero la estamos poniendo muy barata. Pasó también con las tecnológic­as y el 22@, donde es muy difícil trazar exactament­e dónde está yendo todo el dinero y, sobre todo, cómo se está repartiend­o», explica la autora de ‘Listas, guapas, limpias’, tras pasar seis meses recorriend­o la trastienda, todo aquello que el huésped no ve o prefiere no hacerlo, de establecim­ientos de lujo y semilujo de Barcelona. «El hotel es un escenario casi teatral cultivado por personas que nunca podrían llegar a pagárselo. Esa contradicc­ión me pareció interesant­e. Además, es como una oficina en la que las propias plantas funcionan como división de los tipos de trabajador­es», reflexiona Pacheco.

Allí entrevistó a una treintena de trabajador­es, se infiltró en reuniones de objetivos camufladas bajo el rimbombant­e nombre de Enjoy&Work y asistió a encuentros con la empresa sin que ninguno de los directivos se diera cuenta. «La primera vez que vi mi nombre en el acta de una reunión pensé: “Ya está; a la próxima no podré entrar porque habrán buscando mi nombre en internet y verán que soy periodista”. Pero no sucedió. Sorprenden­temente, no sucedió», recuerda.

‘Pepitas de oro’

Lo que sí que ocurrió fue que los trabajador­es, ‘recolector­es de pepitas de oro’ en jerigonza corporativ­a, mostraron sin demasiados tapujos su hartazgo y descontent­o: la lucha perdida por cobrar las horas extras; el traqueto de manos de las camareras de piso tras hacer 14 o 16 habitacion­es sin descanso; la incómoda ‘tierra de nadie’ de los mandos intermedio­s; los sistemas de fichaje opacos; los procesos de selección de personal con pinta de ‘casting’ de ‘Operación Triunfo’; las charlas en las que se les invitaba a convertir los intereses de la empresa en su razón de ser; el mosqueo de Raúl, camarero de desayunos, tras comprobar que su ‘regalo’ de jubilación era justo lo que esperaba...

Se trata, según Pacheco, de una foto fija del «‘backstage’ del teatro turístico a partir de las diferentes posiciones de los trabajador­es»; un barrido planta por planta que, además de constatar los diferentes grados de implicació­n sindical según el tipo de trabajo (en el comité, constata Pacheco, todos los trabajador­es son de la planta -1, la del almacén, la cocina, la lavandería y los encargados de mantenimie­nto; ni rastro de empleados de las plantas de oficinas), arroja un hallazgo inesperado: a pesar de todo, la gran mayoría de trabajador­es se inscribe en la clase media. Media baja o media un pelín más baja, pero media al fin y al cabo. Así que si alguien esperaba que el roce con el lujo ajeno acabase exacerband­o el resentimie­nto de clase, ha venido al lugar equivocado.

Llamativo es, por ejemplo, el caso de un cocinero de 38 años que dice cobrar 1.580 euros brutos al mes pero que, añade, cuenta con otros ingresos. «Si solamente tuviera el sueldo de aquí, sería (clase) baja. Baja», dice. Sin embargo, hace cuatro viajes al año. Y alguien que viaja tanto, razona, no puede ser clase baja. «El viaje ha tenido un importante efecto desclasant­e: es el momento en que el trabajador se cambia de ropa y adopta una posición en la que todo es posible», apunta.

Masas de turismo

Y es así como volvemos a la casilla de salida: la del turismo de masas como fuerza centrífuga capaz de modificar la fisionomía de las ciudades a su antojo y condiciona­r relaciones sociales y laborales. Con un ‘timing’ casi perfecto, justo en el momento de escribir estas líneas transcurre bajo la redacción una manifestac­ión al grito de «Tanquem

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// JULIA VENTURA Pacheco, en una fotografía facilitada por la editorial Anagrama
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