Jesús de Medinaceli bendijo a propios y extraños con el horizonte raso
► La meteorología concedió un firmamento despejado en el Viernes Santo con cinco hermandades ► Una talla de Mariano Benlliure y otra atribuida a la escuela de Juan de Mesa pusieron en valor la Semana Santa de la Villa
El cofrade madrileño se había levantado con la esperanza mínima de las predicciones más exactas, de la web más exquisita en eso del tiempo. Soñó que soñaba (sic) con un irse las nubes y que, despejado el cielo, el día grande y de luto, saliera un sol o una luna de justicia. Ese mismo sol que se ha escondido, y volverá a lo suyo en dos días. Lo suyo que es achicharrar las losas, no este Viernes Santo mojado de agua y cera en la previa.
Ese mismo cofrade madrileño se despertó viendo el calabobos, una lluvia que horada la piedra, enriquece el subsuelo y abona la Casa de Campo, lo cual, en el día D y en la hora H, no era de entrada bienvenido. Por delante, el pretendido milagro del claro, y otra vez de las aplicaciones que ya son casi más de ‘sherpas’ que de ‘semanasanteros’. El día anterior, y sólo había que prestar oreja entre el chocolate con churros, al que se erige en experto: «A las seis ya deja de llover». Mojó la harina frita en el chocolate, fuese, y no hubo nada. Presencia Real en Los Alabarderos le dio la razón.
Pífanos regios
El arriba firmante salió presto a los templos, a las calles que aguardaban un respiro meteorológico. Aguardó en la muy ‘gata’ calle de Atocha a que parara el ‘orbayu’. Sandra y Julio, en mudanzas, vieron blanco el camino por su Castilla helada. Y entre vallas, aguardaban al pífano y al más enjuto de los cristos madrileños, el Divino Cautivo tallado por ese maestro que fue Mariano Benlliure, cuyo aniversario celebró la capital el año pasado. El único Nazareno que teóricamente desfilaba dos veces.
Más allá de lo de Medinaceli, cuatro cofradías iban queriendo aprovechar el sirimiri sempiterno, que ha venido a Madrid en los peores días. Se abría entre claros el sol. Guardia en los Alabarderos, que en el entorno de La Almudena se vio con expectativas. Lucía el sol, cuando podía, entre nubes. Un sol frío que secaba el pavimento. Un paso por Sol recordaba el Viernes Santo de diversas ciudades. Cada uno era cada cual.
Daniel Gil, capataz de María Santísima de los Siete Dolores, confiaba en la salida. Con buen humor. Miró el zapato desabrochado del cronista, y el cronista le respondió que era una penitencia interna. En la calle de Atocha soplaba viento gélido. Ya, algo de luz, entraba en el Viejo Madrid. Alguna caída. Carlos, que no quería dar su apellido, iba a «celebrar la Pasión y muerte del señor» Un
Iglesia de la Concepción Real de Calatravas
Puerta del Sol
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