ABC (Andalucía)

Tras la lluvia, a las 19.17 horas la megafonía soltaba un «salimos» que atronó para bien fuera y dentro de la Basílica

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paraguas se cerró, y, en el duelo, el luto, tenía alamares de alegría. Lucía limpiaba el paso mariano, lejía bendita para «no estropear la plata». Frente a los Siete Dolores no había rumor, sino esperanza silente. Los estandarte­s aguardaban en otras capillas. David de Lucas llevaba la cruz parroquial.

Mientras, allí mismo, el Cristo del Santo Entierro, «sanador de Dolores» en palabras de Ángel Garó, actor y experto en Semana Santa, era otra excusa más para lo silente. Lo inefable. Santo Entierro yacía, custodiado en Santa Cruz por ramos de flores de Medinaceli, de los Alabardero­s. Un SPQR a su izquierda. El padre Juan Carlos movía los interiores de la iglesia con la pausa bíblica que se le espera. Miguel, con la caperuza nazarena, tenía «que llevar una cosa a su señora». Y salió.

Más abajo de Atocha, devoción al Nazareno del Divino Cautivo. Benlliure en estado puro y sin más adornos que su talla, un canon de la escultura del valenciano al que llamaban ‘Marianet el Picapedrer­o’. Silencio. Viernes Santo despejado. Letanías sacerdotal­es para un Viernes Santo en que Madrid brilló. Ya lo decía Barbeito en su pregón hispalense: «Parece que es la hora y no es la hora».

Sucedió que con Navacerrad­a nevada como en enero, con luz velazqueña de Navidad, el gentío, por la calle de Jesús, se iba apretando. La Policía Municipal ponía orden, con suavidad, por no estropear una peregrinac­ión al Gólgota, un Cirineo popular, que era la primera fila de vallas. Los municipale­s ponían buena cara al maremagno de la fe. En el transcurso, una Isabel Ayuso falsa, veinteañer­a, haciéndose selfis ajena a todo. Incluso al parecido a Ayuso. El cielo, entretanto, se tornaba a un azul limpio con nubecillas.

El cronista pasó por la calle de Jesús, y en las vallas vendían tallas del Señor de Madrid a 15 euros. La Guardia Civil mantenía la compostura hasta que el cronista le dijo que era huérfano del

Cuerpo. Pedro Martínez, macero del Ayuntamien­to de Madrid, ponía en valor «la gente». En su hablar, «que esto al final es la gente». Paloma González llevaba desde las dos en la primera línea del frente de las creencias. «Congelada, pero con ilusión». La Benemérita se acicalaba, de nuevo, los tricornios.

Ya dentro de la Basílica, Jesús Sánchez, de Toledo, hermano, rememoraba que se hizo «hermano y luego se hizo con un trabajo en la oficina». Detrás de la Dolorosa estaban las andas del Cristo de los Toreros. Al trono de Medinaceli, ya con la faena hecha antes de la procesión, le dejaban en un lugar privilegia­do las ofrendas florales. Incluso las de los que procesiona­ron en el mismo Viernes Santo. Llovieron cuatro gotas. Reyes Maroto hablaba de esa misma precipitac­ión, mínima. Ortega Smith, entretanto, revelaba que el Viernes Santo y su Señor, demostrado iba quedando, juraban «fidelidad al pueblo de Madrid y a la Nación».

Pasó un chaparrón mínimo. Sin lluvia, Almeida saludaba. Del pueblo llano al hermano mayor. Solo contestó el munícipe a un reclamo: «Málaga es una ciudad espectacul­ar». Hermanadas en su Paloma.

A las 19.17 h. la megafonía soltaba un «salimos», que atronó para bien fuera y dentro de la Basílica. Un «salimos» que no dejaba ninguna lágrima en los acólitos con un «viva mis niños» hacia la calle. La Basílica se iba quedando sola. Un pantallazo tenía una imagen congelada de Medinaceli a la izquierda del altar. Dieron las y media y Medinaceli, con el mecanismo interno, salió agachado para luego erguirse a los sones del Himno Nacional. Con la partitura de ‘La esperanza de María’, se meció. El trono enhiesto. Rumbo a las alturas del Congreso. A bendecir lo bendecible.

El otro alcalde

En Medinaceli ya hablaban del «submarino del trono». Como en el hondo sur. Ese mismo sur que les enseño con amor que no son andas, sino otros varales, los que llevan al Señor. Y a su Madre. Los penitentes llevaban la mudez por escapulari­o. Pies desnudos y grilletes tras el cortejo del otro mejor alcalde de Madrid que, junto a Carlos III, es un Medinaceli perlado de Historia con mayúsculas.

Sábado Santo

Imágenes

Nuestra Señora de la Soledad y Desamparo (s. XVIII)

Cristo Yacente (s. XX)

Organizaci­ón

Real e Ilustre Congregaci­ón de Nuestra Señora de la Soledad y Desamparo

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// TANIA SIEIRA La Virgen de los Siete dolores, en procesión
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