ABC (Andalucía)

Contra el hype

Todo lo importante, todo lo que queda, acaba imponiéndo­se sin necesidad de ruido

- DANIEL RUIZ

TRAZA Miguel Olid en el documental «Summers el rebelde» un retrato de Manuel Summers muy ponderado, sin caer en ningún momento en la hagiografí­a, algo que en este tiempo de elogios desmesurad­os se agradece. Lo que Olid está haciendo por la reconstruc­ción de la figura del cineasta sevillano —sí, repito: sevillano, aunque el Ayuntamien­to y la Diputación, a tenor del nulo apoyo brindado a esta vindicació­n, parecen no haberse enterado—, con el aliento de dinamizado­res culturales como Fran G. Matute, da verdadero lustre a esa expresión tan manoseada e inflaciona­ria de «lo necesario». Porque existía realmente una necesidad de rescatar del olvido el trabajo de un cineasta que alumbró algunas de las mejores películas españolas del periodo franquista.

El tiempo nos dirá si el esfuerzo de Olid da finalmente sus frutos. Me temo que el gusto vive hoy aposentado en el consumo de lo inmediato, e importa poco o nada todo aquello que no se instale en el hype, en la expectació­n por lo nuevo, sin que haya tiempo de calibrar si lo nuevo es también lo bueno. La única obsesión es subirse a la ola. Ocurre en el cine, en la música o en la literatura.

Estimulado por el escritor Paco Gallardo, quien se refiere a ellas en el ensayo sobre baloncesto que ha escrito a dos manos con Juan Antonio Corbalán y que publica Almuzara, me he zambullido en la lectura de las novelas de John Updike sobre Harry ‘Conejo’ Angstrom. Hoy son inencontra­bles si no es en el mercado de segunda mano, aunque hacía muchísimo tiempo que no leía una voz tan genuina, tan potente, que contara tan bien. Poco importa que el norteameri­cano obtuviera con dos de las novelas dedicadas a ‘Conejo’ sendos premios Pulitzer. Actualment­e es un escritor invisible.

Desconfío del hype. Por regla general, procuro no leer ninguna novela que no tenga, al menos, cinco años de antigüedad, muy especialme­nte aquellas que la crítica ensalza hasta los límites del decoro. Es la única forma de no sentirme estafado por los vendedores de crecepelo, tan propensos a confundir la calidad con el ruido.

Todo lo importante, todo lo que queda, acaba imponiéndo­se sin necesidad de ruido. En estos días, el Museo de Orsay de París recrea la primera exposición impresioni­sta que tuvo lugar, hace 150 años, en el estudio de Nadar. Aquella exposición revolucion­ó completame­nte el devenir de la pintura. Renoir, Manet, Monet, Degas, Cézanne, seguro que les suenan. Tuvieron que pasar muchos años, sin embargo, para que esos nombres obtuvieran reconocimi­ento. Por aquel entonces, el hype estaba en el Salón de París, escaparate de los artistas de relumbrón, adalides del gusto de la época. La historia les ha pagado con la misma moneda implacable a todos ellos: la del más profundo y merecido olvido.

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