Negacionismo fetén
La crítica, legítima incluso la más desabrida, encaja perfectamente en la libertad de expresión: no me gusta lo que haces y lo digo en voz alta
DICE Joaquín Reyes que la cultura de la cancelación no existe, que la prueba de ello es que exista ‘La resistencia’. Lo dice con esa gracia suya manchega y te tienes que reír, aunque la correlación sea esperpéntica, aparte de falaz. A mí me pasa con Joaquín Reyes lo mismo que me pasaba con Chiquito de la Calzada, que le escucho decir «ahivá, qué chorrazo» y «gundesmontir» (como escuchaba «fistro pecador» y «condemor») y ya me ha dado la risa. Da igual lo que diga. Pero citar a ‘La resistencia’ como evidencia de la inexistencia de cancelaciones, cuando su humor jamás ha importunado mínimamente al poder, chapotea cómodamente en la línea de pensamiento hegemónico y a punto están de embolsarse una millonada por seguir así, da más risa todavía.
Que no solo no existe, dice, sino que lo que ocurre es que no estamos acostumbrados a la crítica. Ay, qué risas, madre. Confundir la crítica con la cancelación es como confundir un denuesto con una «hostiafina», que diría él. La crítica, legítima incluso la más desabrida, encaja perfectamente en la libertad de expresión: no me gusta lo que haces y lo digo en voz alta. Estupendo. La cancelación es, como del insulto a la agresión, pasar de la palabra a la acción. Es intentar mediante coacciones y presiones, ejercidas al amparo de la turba, que, eso que te ha incomodado por las razones que sean, tenga unas consecuencias negativas para su autor. Juicio moral sumarísimo. Los ejemplos son tantos que abruman y no puedo creer que Reyes, un tipo que culto e informado, las desconozca. Así que solo puede deberse su afirmación a que prefiere ignorarlo o que no le parece grave que ocurra. Desde profesores (Pablo de Lora o Silvia Carrasco) a artistas (Plácido Domingo o Itziar Ituño), directores de cine (Carlos Vermú o Nacho Vigalondo), humoristas (David Suárez o Patricia Sornosa), autores ( José Errasti o Anónimo García), se han visto afectados, en mayor o menor medida, por la cultura de la cancelación. Y lo grave no es solo el dolo personal, la penitencia individual, es cuánto contiene de aviso a navegantes. Y, de ahí a la autocensura, va solo un paso.
Yo le propondría a Reyes un sencillo experimento: la próxima vez, en lugar de afirmar que la cultura de la cancelación no existe, que diga, con el mismo aplomo y convicción, que lo que no existe en España es la cultura de la violación. En menos de un nanosegundo en el metaverso (Tamara es otra de los que me hacen reír en cuanto abren la boca) le habrán acusado de negacionista los mismos que estos días compartían entusiasmados sus palabras y le aplaudían hasta con las orejas. En menos de tres, con sus contratos siendo anulados y recibiendo insultos y amenazas en redes sociales, sabrá qué es y si existe la cultura de la cancelación.
Pero para eso es necesario salir del arrullo confortable del incentivo de la elevación moral y lo políticamente correcto. Y, ahí afuera, hace frío (a «cascoporro»).