ABC (Andalucía)

Agua bendita caída del cielo

- POR TEODORO LEÓN GROSS

LOS creyentes deberían dar gracias a Dios. Y los no creyentes casi que también. Dios, en cualquier caso, o como cada cual entienda las leyes que rigen la naturaleza, nunca ha estado tan presente en las calles de Sevilla como de toda Andalucía. Aunque Javier Macías, en una de sus crónicas brillantes, hablase del Viernes Santo como «un sagrario vacío de Dios por las calles», uno diría que nunca se habrá visto tanto a Dios en esas calles mojadas convertida­s en regatos y escorrentí­as: un Viernes Santo, el día más simbólico del sacrificio de Jesucristo, cuando murió en la cruz para redimir a los hombres de sus pecados, no parece mucho sacrificio que no puedan procesiona­r las imágenes si se están llenando los pantanos. Esta ha sido, pues, una gran Semana Santa.

Llevamos semanas, meses, mirando al cielo, unos rezando a Dios y otros pronuncian­do oraciones laicas, pero todos implorando la lluvia, amenazados por una sequía implacable, una sequía bíblica que ya dura más de cinco años, erosionand­o la economía, descontánd­ole puntos al PIB, y oscurecien­do el horizonte para el campo y el turismo. Borges reparó con inexactitu­d que no llueve nunca en el Quijote, como si las sagradas escrituras de Cervantes hubiesen retratado nuestra condena. Así que la lluvia constante a lo largo de esta Semana Santa casi parecía un milagro, un prodigio, como en ‘Cien años de soledad’ con la parábola del Diluvio: «Se desempedra­ba el cielo en unas tempestade­s de estropicio… La atmósfera era tan húmeda que los peces hubieran podido entrar por las puertas y salir por las ventanas, navegando en el aire». Por fin llegó la lluvia rotunda, sin racaneo, sin amagos esquivos.

Este mismo Jueves Santo, la Consejería de Agricultur­a y de Agua apuraba más las medidas de control del consumo de agua ante el estado de sequía en las demarcacio­nes geográfica­s que son de competenci­a de la Junta: las Cuencas Mediterrán­eas, la del GuadaleteB­arbate y la del Tinto-Odiel-Piedras. Hasta un 75% de restriccio­nes al riego agrícola, y en la mayoría de comarcas apenas 160 litros por persona y día. También se ha recortado el uso industrial y el llenado de piscinas en la Costa del Sol, esa franja litoral que desde el aire parece un paquete interminab­le de pastillas mentoladas azules y que, como en la parábola del ‘nadador’ de John Cheever, casi se podría recorrer de un extremo a otro atravesand­o piscinas.

Y en esas han llegado las lluvias intensas y se han empezado a llenar los pantanos, de manera aún muy insuficien­te, pero a llenarse, algo que sólo cabe celebrar. Para el Guadalquiv­ir es la tranquilid­ad definitiva este año; en otros lugares aún debe llover mucho más, sobre todo en el arco mediterrán­eo, con Cuevas de Almanzora y Beninar por debajo del 10%, La Viñuela de la Axarquía malagueña apenas sobre el 11%, y Zahara-El Gastor sin alcanzar el 13%. Pero entra agua, y aún deberá entrar más estos días. No hay debate: toca celebrar esa lluvia durante toda la Semana

Santa cuando ya había fincas perdiendo los árboles, algo que supone años y años hasta recuperar la producción. ¿Quién podría maldecir este agua? Va de suyo que para los hosteleros es un revés jodido, y el sector turístico hubiera agradecido que se cumpliera la previsión espectacul­ar de las reservas, pero nada más importante podía suceder, literalmen­te nada, que la lluvia. Claro que mejor si hubiera llovido la próxima semana en lugar de ésta que ya alcanza el día de la Resurrecci­ón, pero implorar que llueva y además con fechas a la carta quizá sea abusar de Dios o del azar. Incluso el presidente andaluz le había pedido al Papa que volcase sus oraciones.

Otra cosa es entender las lágrimas de nazarenos adolescent­es, costaleros y hombres de trono, capataces y contraguía­s, acólitos ceriferari­os, aguaores, cornetas y tambores, como también cornetines, fagotes, tubas, flautas, cornos o trombones, y por supuesto penitentes y visitantes que atraviesan medio planeta, desde Chile o desde Filipinas, a diez o doce mil kilómetros, para ver este subyugante teatro barroco de la Pasión en el gran escenario de Sevilla… Son lágrimas muy humanas. Es compatible la pena con la certeza de la importanci­a de la lluvia. No se prefiere la sequía, se lamenta la ilusión frustrada. Y una vez más no han faltado esos cretinos, preferente­mente a la izquierda, que se ríen y hasta festejan esas lágrimas al grito de ¡que se jodan! con distintas variantes. Decía un acreditado izquierdis­ta en Twitter que «con esa falta de empatía es imposible construir nada; en la izquierda necesitamo­s gente seria, no payasos tocapelota­s». Amén. Esa izquierda, eso sí, al final no ofende a nadie más allá de la propia izquierda.

Ojalá ahora abril haga honor al pronóstico del refranero y haya aguas mil. Eso sí, mejor si da una tregua entre el 14 y el 20 para la Feria tras las frustracio­nes de la Semana Santa, pero nada seguirá siendo más importante que la lluvia. Y si llueve durante las otras fiestas de primavera, esa lluvia será la mayor fiesta; como al llover entre el Domingo de Ramos y el Domingo de Resurrecci­ón. Hay algo teológicam­ente magnífico en una Semana Santa bendecida sin poder disfrutar de la Semana Santa, pero los caminos del Señor son inescrutab­les (Romanos 11:33), aleluya, aleluya. Y que siga lloviendo.

Llevamos semanas, meses, mirando al cielo, implorando la lluvia, amenazados por una sequía implacable

Son lágrimas muy humanas. Es compatible la pena con la certeza de la importanci­a de la lluvia

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VÍCTOR RODRÍGUEZ
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