Verbolario
Valor, Cualidad que, en plural, no significa nada en absoluto.
ron, sorteando granizos y gabachos. En las manos que plantaron y podaron esas cepas, en las que lo embotellaron y en todas las personas que lo han custodiado, protegiéndolo de ladrones, de borrachos y de guerras de la independencia, carlistas y civiles. En la tierra, en los vientos, en las lluvias y en el sueño de tanta gente. Y todo para que aquel día llegara a mi plato en forma de gotas que se expandieron por el líquido tomando el control del consomé, cambiando por completo su estructura y la mía. Y, de paso, elevando el plato y mi ánimo como un relámpago que surgiera desde la tierra e impactara en el cielo como respondiendo a una carta, a una llamada.
Lo extraño fue que a mi compañero de mesa también le asomaban un par de lágrimas. Y por el mismo motivo. Todavía lo recordamos. Ese día comprendí que el vino no es una bebida ni un alimento. No es un cúmulo de cualidades organolépticas como, qué se yo, una lata de berberechos, un caldo de pollo, un bote de ensaladilla. Una botella de vino es un fragmento de historia, la foto de un momento y, en el caso de un vallisoletano, además una devoción ancestral, atávica y litúrgica. Y es lógico porque nos recuerda que solo somos cuerpo y sangre, pan y vino, trigo y vid, eso es todo lo que da nuestra pobre tierra. Y le debemos respeto y agradecimiento.
Tengo un amigo al que regalo una botella de Vega Sicilia cada vez que tiene un hijo. Va por el tercero y no descarto que acabe con media docena solo por este tema. Guardo un Pintia para Rafa Latorre y un Alión para Camacho. Ambos se sorprenden cuando llego a las citas con vino, como el del anuncio de El Gaitero. Y, en realidad, no lo hago solo por ellos. Lo hago también porque no existe una sensación comparable a regalar tu mejor vino. Cuando lo haces regalas todo lo que tienes, todo lo que has sido y todo lo que aspirabas a ser y ya no serás; el pasado de una tierra, el presente de un tiempo embotellado y el futuro sacrificándose en directo para mayor gloria del momento. Si hay vino bueno, se bebe. Y se bebe hoy. Retenerlo en un cuarto oscuro teniendo amigos es asumir que habrá una persona y un momento mejor. Eso es despreciar al vino, a los amigos, y, como consecuencia, también a la vida. Y a la luz, por supuesto, a esa luz que, como ya advertí, es lo único que se persigue al final de los días, las columnas y las paredes.