«Es una autora extremadamente moderna, sintoniza muy bien con la ambigüedad de los tiempos que corren»
America, pero fue el centenario de su nacimiento, en 2016, lo que aceleró las cosas.
Stephen King, fan obsesivo y generoso, llevaba años clamando en el desierto y asegurando que casi todo lo que sabía como escritor se lo debía a ella, pero fue bien entrado el siglo XXI cuando los entusiastas de Jackson empezaron a ser legión. Ahí estaban (y están), predicando la buena nueva, Donna Tartt, Ottessa Moshfegh, Neil Gaiman, Catriona Ward, Yoko Ogawa, Emma Cline, Joyce Carol Oates, CJ Hauser, Carmen Maria Machado o Mariana Enríquez. Otro fan ilustre, el neoyorquino Jonathan Lethem, dio en el clavo al asegurar que Jackson era una autora «oculta a plena vista». «Es una de las presencias imposibles de la ficción estadounidense –dijo el autor de ‘La fortaleza de la soledad’–: demasiado material para ser llamada un fantasma en la casa de la literatura, demasiado impresa para ser ‘redescubierta’».
Con todo, la última década ha sido la del redescubrimiento y reajuste de la leyenda. En 2018 el desembarco en Netflix de la versión de Mike Flanagan de ‘La maldición de Hill House’ trajo nuevas cotas de popularidad y redobló un fervor que en España ya se había traducido en la publicación de ‘Cuentos escogidos’ (2015), ‘Deja que te cuente’ ( 2018) y ‘ La maldición de Hill House’ (2019). Poco después llegarían otras dos novelas (‘Hangsaman’ y ‘El reloj de sol’) y ese biopic en el que Elizabeth Moss interpreta a una Shirley Jackson de 34 años que, entre la crisis nerviosa y la agorafobia, mantenía a su familia escribiendo para revistas femeninas mientras su marido, el hoy olvidado crítico literario y académico Stanley Edgar Hyman, ejercía de padre ausente y esposo infiel; y engullía anfetaminas, tranquilizantes y cubas de alcohol, todo lo que se la llevaría a la tumba de forma prematura con 48 años.
Es así como llegamos a ‘Cuentos oscuros’, selección de una antología que se publicó en 2016 en Estados Unidos y que, bajo el título de ‘Dark Tales’, reunía material inédito, relatos de comicidad sorprendente e historias deliciosamente aterradoras que, como ‘Jack el Destripador’, ‘La buena esposa’ o ‘Qué idea’, los hijos de Jackson encontraron en un archivo cubierto de telarañas en el granero de la casa familiar en Vermont. Un par de cuentos (‘Los del verano’ y ‘La visita’) ya habían aparecido, con traducciones algo más pedestres, en la antología ‘El gran libro del terror’ (1989), pero abundan los hallazgos interesantes y, en palabras de Ottessa Moshfegh, las señales inconfundibles de la habilidad de Jackson «para ilustrar las horribles incertidumbres en torno a las leyes básicas de la realidad».
Escalofríos
Es el caso, por ejemplo, del ‘cortés’ desconocido de ‘ Jack el destripador’; el marido de pega (o no) de ‘El bello desconocido’; la hija huida (y reencontrada con cierta desgana) de ‘Louisa, por favor, vuelve a casa’; o la ‘adorable’ anciana de ‘ La posibilidad de hacer el mal’, relato con el que ganó el premio Edgar de forma póstuma en 1966 y en el que una septuagenaria se entretiene difundiendo chismes, cotilleos y observaciones hirientes a través de cartas anónimas. «¿Acaso nunca ha visto un bebé retrasado? Hay gente que no debería tener hijos, ¿verdad?», leemos entre escalofríos.
«Leyendo a Jackson lo más normal de pronto no lo es, porque la gente normal es la que uno no conoce», constata Diana Hernández. Bergalli, por su parte, avanza que hay Jackson para rato. De hecho, dos de sus primeras novelas, ‘The Road Through the Wall’ y ‘ The Bird’s Nest’, aún no se han publicado en español, y queda también pendiente su correspondencia, sus columnas para revistas como ‘Good Housekeeping’, ‘ Woman’s Day’ y ‘Collier’s’, y algunos relatos. Así que el último grito, parece, quizá sea el penúltimo.