ABC (Andalucía)

Alcohol, cocaína, coches a 300 km/h, depresión, golpes de su padre, cáncer y muerte de su madre, un divorcio, tres hijos (no se habla con uno) y un libro. La vida de extremos de un talento perdido

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En el verano de 2009, llegó a un Granada de Segunda B que en sólo dos años subió a Primera, categoría que no pisaba desde hacía 35 años. Sus goles, sus asistencia­s y su estilo de extremo de la vieja escuela incluso llamó la atención del Guardiola entrenador del Barça. Pero ese fulgurante ascenso del anonimato al estrellato de Dani Benítez (7 de abril de 1987, Lloseta, Palma) escondía miserias, rebeldía y autodestru­cción que acabó con su carrera en la élite con solo 26 años, tras ser castigado con 24 meses de sanción por consumir cocaína. Una vida de libro que detalla en su biografía ‘Mi historia la cuento yo’, escrita por el periodista Héctor García.

—¿Como fue su infancia en Lloseta? — Es un pueblecito pequeño de Palma, a dos kilómetros de Inca. La familia de mi padre vivía allí y la de mi madre en Lloseta. Él es malagueño, y como tantos otros andaluces había venido a la isla a trabajar en el turismo. Mi madre sí nació en Lloseta y allí se conocieron. Estaban todo el día trabajando y yo vivía casi las 24 horas con mis abuelos.

—¿En qué trabajaban exactament­e? — Mi padre desde muy joven trabajó en la hostelería y mi madre tenía varios negocios de restauraci­ón y hostelería.

—¿Ya era rebelde en el colegio?

— Qué va. Era un chaval muy normal y, de hecho, era bastante bueno en los estudios. Lo que sucedió es que en cuarto de la ESO, con 16 años, yo ya tenía muy claro que quería ser futbolista y al final ni siquiera me saqué el graduado escolar. Pero siempre fui un niño de buenas notas.

—¿Tiene hermanos?

— Uno. Se llama Juanito, tiene diez años menos que yo y trabaja en una empresa de reparto en Mallorca. Siempre he cuidado de él, tanto a nivel personal como económico y cuando me sancionaro­n me vine a Palma y viví con él.

—¿Por qué no tiene relación ninguna con su padre? — A ver. Mi padre no es que sea una mala persona, pero él siempre ha sido muy estricto. No sé ahora, porque no me hablo con él, pero antes sí lo era. O sea, si decía rojo, era rojo. Y no podía ser naranja u otro color. En esto culpo un poco a mi madre porque ella siempre me ha tenido más protegido, más consentido. Y mi padre era lo contrario, muy estricto.

—Continúe, por favor.

— Con el paso de los años y conforme iba teniendo más conciencia, ya me daba cuenta de que ellos se peleaban mucho. Sucedían cosas muy feas que ya no me gustaban, pero no quiero dar detalles. Así que tiré para el lado de mi madre y poco a poco fui alejándome de mi padre. Luego, cuando crecí más empezaron las discusione­s mías con él hasta que después de una muy gorda dije basta. Ahí se acabó nuestra relación. Me faltaban dos semanas para cumplir los 16 años y me fui a vivir a casa de los padres de mi novia de entonces. Yo también entono el mea culpa porque ya tenía un carácter fuerte, pero él como padre tenía que haber sabido gestionar mejor esto y no sobrepasar ciertos límites. —¿Su padre le maltrató?

— Hombre no me ha pegado una paliza de darme puñetazos, pero, por ejemplo, yo tengo un recuerdo grabado a fuego. Tenía seis o siete años y lo típico que vas por el mercadillo del pueblo y le pedía que quería una cosa. El me decía que no y que no, y acabó dándome una bofetada con la mano abierta que me salió sangre en la cara. Fue una hostia con la mano abierta, no un puñetazo. Fue una de las cosas por las que yo le cogí un poco de coraje a mi padre. Me marcó. El tenía la mano un poco larga. Odiaba que me pegara collejas y me pegaba unas collejas que hacía que me hormiguear­a todo el cuerpo, pero no considero que me haya maltratado. Ahora, yo sería incapaz de pegarle a mis hijos. En la vida lo haré. Hay mil formas de educar y esa no es la mejor.

—Suena muy duro.

— Claro, es que era un tema de decir, ‘joder papá que me estás pegando y me estás haciendo daño’. Que yo era pequeño y no lo entendía. Y ese fue su error. Por eso, una vez que crecí, me aparté de él. Y no quiero hablar mal de mi padre. Me duele, de verdad. Y es duro decir esto, pero lo único que he aprendido de Juan, mi padre, es a no ser como él.

—Desde los 16 años hasta los 37 que cumple este domingo son 21. ¿Nunca han hablado en estos 21 años?

— Sí. Cuando mi madre enferma de cáncer en 2007, yo voy continuame­nte a verla y llega un punto en el que ella está tan mal, que un día me mete en su cuarto y me dice que se va a morir muy pronto. Que, por favor, arregle la relación con mi padre, que además tengo un hermano pequeño y no podía perder la relación con él. Así que yo le prometí que intentaría arreglarme con mi padre. Y eso hago cuando ella fallece, en 2009. Tenía 23 años y le pedí olvidar el pasado y llevarnos bien. Que es algo que debía haber salido de mi padre, no de mí, pero yo lo hice por mi madre. Y ahí estuvimos unos ocho meses, pero fue imposible. No hubo reciprocid­ad por su parte. Al final el destino era claro: él con su vida y yo con la mía. Y punto.

—¿De qué cáncer murió Antonia, su madre?

— De mama. Estuvo casi un año con quimio y radio y se puso bien, pero a los cuatro meses de estar bien le apareció un dolor muy fuerte en la cabeza. Tenía metástasis. Cinco meses más de vida tuvo. Una pena, porque era una mujer sana, que ni fumaba ni bebía.

—Su madre muere justo cuando empieza a explotar en el fútbol, en aquel

❝ Consumo de cocaína «La raya por la que di positivo fue la primera, pero no la última. Los siguientes seis meses me gasté más de 100.000 euros en adicciones»

Dinero e ignorancia «Ganaba un millón de euros, gastaba el doble y no sabía hacer ni la declaració­n de la renta»

Granada de Fabri que sube de Segunda B a Primera en solo dos años. Hasta Guardiola, que entonces entrenaba al Barça, se fijó en usted.

— Es que mi estilo de juego era de lo que ya no había ni hay. Era un extremo de la vieja escuela y es cierto que muchos buenos equipos se fijaron en mí y preguntaro­n.

—Y a la vez que se iba convirtien­do en una estrella, la iba liando parda fuera del fútbol. Mal negocio ese.

— Como digo en el libro, es fácil de explicar, pero difícil de entender. Era una bola que se iba haciendo cada vez más grande y más grande, y al final tenía que explotar. No tenía relación con mi padre, mi madre, que era mi gran apoyo, se muere de cáncer cuando sólo tengo 23 años. Mi hermano era aún muy pequeño, solo tenía 13. Y, a todo esto, súmale un carácter para echarme de comer aparte. Pues claro, era una bomba. Encima, jugaba en Primera, ganaba fácilmente un millón de euros, no sabía ni hacer una declaració­n de la renta y siempre me gastaba el doble de lo que ingresaba. Es que yo venía de una familia desestruct­urada, era una cabra loca y no había nadie que me trazara una línea recta. Pues pasó lo que pasó. Me sentía como Tyson, que una vez en una entrevista dijo que envejeció muy pronto y maduró muy tarde. A mí me sucedió lo mismo.

—Dinero, buenas casas, buenos coches, fama y una mala cabeza.

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