ABC (Andalucía)

Curro, hoy siempre es ayer

► Defenderle es conservar la memoria del padre y los recuerdos del hijo, es reivindica­r la naturalida­d, la sencillez, lo falible, el sentido de la medida, la amabilidad, el reposo, los límites del hombre en los que el hombre es hombre y el buen gusto

- CHAPU APAOLAZA

DESPUÉS ‘NAIDE’

Vino Curro Romero a recibir el Premio Taurino de ABC y los alcorques de las aceras de Madrid eran el Coto de Doñana. Al otro lado del cristal de la redacción brillaba un sol casi de Bajo de Guía de Sanlúcar. Con Curro entró la primavera en la ciudad disparando su escuadrón de pájaros, de hierbas y de jaramagos florecidos en un amarillo chillón y adolescent­e y, nadie supo cómo sucedió, pero de los ojales de las solapas de la esperanza nos crecían ramitas, de romero naturalmen­te.

A Curro lo ha coronado la blancura de los días y se le ha cansado la vista y ahora para ver, abre mucho los ojos como un niño que despertara al mundo en cada momento. Vamos a ofrecerle nuestro brazo porque a Curro tenemos que defenderlo con nuestra vida y con nuestras columnas, que al fin y al cabo son nuestra vida. Defender a Curro es conservar la memoria del padre y los recuerdos del hijo, es reivindica­r la naturalida­d, la sencillez, lo falible, el sentido de la medida, la amabilidad, el reposo, los límites del hombre en los que el hombre es hombre, y el buen gusto, lo bueno y la fe en lo verdadero. Significa apuntalar la posibilida­d de la belleza que prende en las cosas sutiles y finitas, una felicidad que no está siempre ahí, pero que se sabe posible y de pronto se aparece –ay–, en las cosas que uno sabe que se acaban. Los japoneses definieron con la expresión ‘ wabi-sabi’ este aprecio por las realidades efímeras, incompleta­s, aquello sobre lo que incide el paso del tiempo en contraposi­ción a la búsqueda de perfecto, lo regular, lo mecánico y lo material que nos lleva, paradójica e indefectib­lemente, a una vida desdichada.

Contaba Curro que un partidario suyo que venía de Suecia a verlo torear, se quedó de pie a su lado en un patio de caballos y en silencio le cogió la mano. En otra ocasión, el sueco se sentaba en barrera con su hijo recién nacido –del que Curro hoy es padrino–, y, arreciando una bronca en la que llovían objetos, el maestro lo vio levantando al bebé a la manera de un escudo, encarado a los que arrojaban cosas al ruedo. Si las de Podemos ponen el cuerpo para luchar por esto y por lo otro, el sueco ponía su bebé recién nacido para proteger a Curro. El maestro le recriminó que aquello que había hecho era una locura y el aficionado escandinav­o le respondió: «Tienes razón, maestro, pero ¿ has visto cómo se ha parado la bronca?».

Ojalá pararle a Curro el tiempo porque le duelen los pies y lleva un bastón con el que transita por un dolor, una quietud y un abismo que hace un tiempo le/nos acompaña. Alberto García Reyes dice que Curro no envejecerá porque, si torear es olvidarse del cuerpo, qué nos importa lo que le haga el tiempo al cuerpo del torero. En ese cuerpo sigue Curro intacto y entero, pero vamos a su alrededor a quitarle el toro del tiempo que nos embiste pues, lanceando con su capote hizo aquel presente tan, tan presente que, en adelante, todos los presentes son ese y desde entonces, hoy siempre es ayer.

El paso de los años Curro no envejecerá porque, si torear es olvidarse del cuerpo, qué nos importa lo que le haga el tiempo al cuerpo del torero

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// JAIME GARCÍA Curro Romero, ayer en la Casa de ABC
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