ABC (Andalucía)

Una grieta en el tejado

- FUNDADO EN POR DON TORCUATO POR MARTA SAN MIGUEL LUCA DE TENA Marta San Miguel

«Una mentira se puede retocar sin perder su esencia; una verdad retocada simplement­e deja de serlo. Intervenim­os el lenguaje que usamos, la cara, nuestros cuerpos, las fotos y los vídeos que mandamos de nosotros mismos; intervenim­os el discurso a través de las redes sociales para proyectar una identidad social concreta; intervenim­os la tecnología. Ante esta cultura del retoque, ¿cómo responde tu identidad personal?»

TODO empezó con una fina grieta en el tejado. La lluvia y la humedad encontraro­n esa vía para llegar hasta las vigas maestras de tresciento­s años, pero lo que iba a ser un poco de masilla en la cubierta de la casona del siglo XVIII, reponer tejas y sustituir algunas piedras, terminó por ser una adecuación a los rigores del siglo XXI: ventanales en vez del porche abierto al viento, PVC aislante en la balconada para el ahorro energético, luces LED que consumen menos, paneles solares sobre un tejado que podría ser patrimonio universal, a pesar de la grieta. Ahora la casa es cómoda y eficiente, aunque también podría entrar en la Lista Roja de Hispania Nostra. En países como Francia, hay leyes que obligan a las nuevas construcci­ones a preservar no solo los volúmenes y estilos arquitectó­nicos sino también el tipo de materiales que se han de usar; todas las casas resultan así armoniosas y repetidas a lo largo del país como postales de un cuento del que no quieres salir, aunque de tan bellos tengan algo de escenario. Ante este péndulo de extremos, me pregunto dónde ponemos el límite que separa la conservaci­ón del inmovilism­o, ¿cuándo el cambio es parte de la evolución y cuándo una involución? ¿Qué es lo intocable hoy en día?

La historia de la ciencia, la literatura, la política, la música o las artes avanza a base de romper los límites, y es ahí, en el cuestionam­iento de cuál es la línea que separa el pasado de un futuro por concebir, donde surgen las nuevas dialéctica­s, sonidos y estéticas que llevan siglos configuran­do el pensamient­o, el paisaje y hasta los gustos actuales entre los que nos movemos. Las casas de ahora no tienen nada que ver con las de hace un siglo, aunque se recuperen l as l í neas l i mpias de la Bauhaus, y la música tampoco, aunque los clásicos empapen las bandas sonoras de la industria cinematogr­áfica, cuyos compositor­es parecen directos herederos de la narrativa sinfónica, hoy perdida en medio de ‘ hits’ y ‘singles’ de ‘fastfood’.

Los cambios no son malos, son inevitable­s. Cada periodo alumbra lo nuevo, ya sea rompedor e incómodo, liberador y majestuoso, feo, inexplicab­le, dañino, y sucede aunque esa evolución nos haga parecer incultos, perturbado­s o incapaces. Que se lo digan a Beethoven cuando estrenó la ‘Séptima sinfonía’ y Friedrich Wieck, padre de Clara Schumann, dijo que solo podría haberla escrito un borracho, o según Carl Weber, alguien a punto de ser ingresado en un psiquiátri­co. ¿Y qué decir de científico­s como Copérnico o Galileo, perseguido­s por sus hallazgos? Si ellos asentaron las bases de la física, en la música el genio alemán se apoyó sobre el sonido heredado como en una viga maestra y construyó sobre ella una nueva estructura musical en la que nos seguimos cobijando cada vez que lo escuchamos. El problema, por tanto, no es retocar la realidad, a la vista está que la historia de la humanidad está hecha de cambios, desobedien­cias e incluso casualidad­es que alentaron la luz: cada cambio, para sus coetáneos, es difícil de asimilar, pero nuestra era se enfrenta ahora a un reto añadido ya que hemos equiparado nuestra capacidad de cambio al poder de tergiversa­r lo real, y sin la noción de lo intocable como clave de bóveda, nos estamos quedando sin referencia­s, a la intemperie.

Una mentira se puede retocar sin perder su esencia; una verdad retocada simplement­e deja de serlo. Intervenim­os el lenguaje que usamos, la cara, nuestros cuerpos, las fotos y los vídeos que mandamos de nosotros mismos; intervenim­os el discurso a través de las redes sociales para proyectar una identidad social concreta; intervenim­os la tecnología. Ante esta cultura del retoque, ¿cómo responde tu identidad personal, esa noción íntima del yo que tiene voz propia y traduce estas palabras en sentidos y réplicas en tus sienes? La casa retocada sigue siendo una casa, el texto creado por un algoritmo sigue siendo una redacción, y la familia real británica sigue siendo una familia a pesar de la manipulaci­ón de sus imágenes, pero todo desprende un tufo a ficción realista, como ese puente romano colmado de musgo y humedades y marcas del artesano que pulió sus piedras, pero cerrado al público por riesgo de hundimient­o.

Llevamos toda nuestra historia retocando: los planos de las catedrales fueron retocados a medida que se erigían; Velázquez retocó ‘Las meninas’; a diario al recordar, retocamos lo vivido; este texto ha sido retocado decenas de veces, ¿por qué ahora es distinto y no sabemos parar? Borges decía que un libro no se acaba hasta que entra en imprenta, pero detrás de la polémica y el desarrollo de programas de inteligenc­ia artificial para crear lo nuevo, me pregunto qué cincel mental estamos usando para que el proceso evolutivo, lento y sutil, nos haya traído a un presente en el que se prima la veracidad y no la verdad de lo que nos rodea. Lo intocable ha pasado de ser un concepto elevado a una idea anacrónica en el momento en que perdimos el respeto a lo real, y ante esto, no resulta extraño que las ciudades, como las caras, o nuestras fotos, se parezcan tanto entre ellas. No es solo el fenómeno que aprieta a las urbes, con ese sentido ‘franquific­ial’ del espacio, es también esa franquicia de la belleza que hace que los retoques en medicina estética se hayan incrementa­do un 215 por ciento en diez años, según la Sociedad Española de Cirugía Plástica.

Lo intocable siempre fue y será la verdad, lo inamovible de las certezas fue el refugio físico y moral de las generacion­es que nos precediero­n: saber que la Estrella Polar siempre marcaba el norte, que el sol salía por el oeste y aseguraba las cosechas determinad­os meses al años y que Dios era la respuesta a todas las cosas fueron las tres dimensione­s de la realidad más básica sobre la que evolucionó el ser humano. Ahora somos capaces de crear herramient­as infalibles de navegación, la libertad de movimiento ha sido una conquista social y económica, y todas las respuestas están en Google, donde a diario surgen dioses de quita y pon. La línea que separa lo intocable de lo manipulabl­e es cada vez más fina, y en este fluir del tiempo cada vez menos denso, algo se está evaporando por la grieta del tejado. Supongo que será nuestra esencia, o quizá solo estemos borrachos.

CADA vez que Sánchez se encuentra en apuros, no duda en activar causas que considera beneficios­as para sus intereses electorale­s. La memoria histórica y el uso ventajista de la Guerra Civil y de la dictadura franquista es uno de sus recursos habituales. Esta semana, el intento de capitaliza­r el dolor de las víctimas ha aumentado cuantitati­vamente y el presidente del Gobierno organizó, fuera de agenda, una visita al Valle de Cuelgamuro­s para retratarse ‘in situ’ con los restos mortales de las exhumacion­es. La frivolidad con la que Pedro Sánchez y el ministro Ángel Víctor Torres intentaron rentabiliz­ar su visita generó un previsible malestar en los familiares de los asesinados que llevan aguardando más de nueve meses para poder acceder a los restos mortales de sus seres queridos. Unos restos que sólo pertenecen a sus familiares y que deben ser tratados con un pudor y un cuidado infinitame­nte mayores que los demostrado­s por nuestro presidente del Gobierno.

Todas y cada una de las víctimas de los dos bandos de la Guerra Civil y de la posterior represión franquista merecen un tratamient­o acorde con las políticas de verdad, justicia y reparación. La protección de la dignidad de quienes murieron violentame­nte en el capítulo más negro de nuestra historia reciente requiere una aproximaci­ón política que dista mucho del ventajismo que muestra el PSOE desde que José Luis Rodríguez Zapatero aprobó una norma que no sólo nacía con vocación divisiva sino que, además, ha mostrado una falta de operativid­ad real. Cualquier español tiene derecho a acceder a los restos mortales de sus seres queridos y todas las exhumacion­es deben estar garantizad­as por políticas públicas eficaces. Sin excepción. Estas medidas reparadora­s, destinadas a custodiar la memoria de quienes sufrieron una violencia injustific­able contrastan con el exhibicion­ismo moral de quienes sólo buscan alimentar la división como una fuente de legitimaci­ón.

Que el PSOE sea capaz de pactar precisamen­te con Bildu una ley de memoria democrátic­a que extiende de facto la dictadura hasta el año 1983 demuestra de forma inequívoca hasta qué punto los socialista­s están sirviéndos­e de un dolor irreparabl­e para impulsar una agenda propia y contraria, por cierto, a los valores que dicen defender. Las premisas que emplean no solo son falaces, sino que la espectacul­arización de algunas de las medidas promovidas por el Partido Socialista, como la exhumación televisada de Franco, son una prueba evidente del escaso respeto que el Gobierno siente por los afectados reales. La política del muro que Sánchez reivindica y por la que será recordado es lesiva en el presente, pero resulta especialme­nte indecorosa cuando se proyecta hacia el pasado.

Las víctimas no son un capital electoral, sino que son personas concretas con rostro, nombres y apellidos, que sufrieron la fractura política de un país y la violencia de quienes creyeron oportuno acabar con sus adversario­s. Los años 30 del pasado siglo, por cierto, no son un período al que el PSOE pueda mirar con especial orgullo, ni la trayectori­a del partido de Sánchez en aquellas décadas es un ejemplo democrátic­o. Nuestro país fue capaz de consensuar una Transición ejemplar y aún tiene por delante un largo camino que recorrer en la construcci­ón de un marco de concordia. Que Pedro Sánchez se sirva de la memoria y de la dignidad de las víctimas de una manera tan impúdica no sólo dificulta este proyecto, sino que vuelve a alimentar una discordia divisiva y contraria a la convivenci­a entre españoles.

El presidente Sánchez y el ministro Ángel Víctor Torres demuestran su falta de sensibilid­ad al exhibirse frívolamen­te en las exhumacion­es de Cuelgamuro­s

 ?? NIETO ??
NIETO

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain