ABC (Andalucía)

¿Quién lidera la esfera internacio­nal?

- FUNDADO EN POR DON TORCUATO LUCA DE POR JULIÁN GARCÍA VARGAS TENA Julián García Vargas

«Todos los ciudadanos del continente nos jugamos mucho en Ucrania y estamos sometidos a la amenaza de una victoria de Trump, que puede suponer la quiebra definitiva del orden internacio­nal de las últimas siete décadas. En este contexto, lo más inteligent­e es adelantars­e aplicando lo pactado hace años, que supone reforzar la capacidad y autonomía de defensa de la UE. El compromiso de elevar el gasto militar hasta el 2 por ciento del PIB es inevitable»

EN el terreno internacio­nal en la actualidad hay abiertos más conflictos que hace tres décadas. Una situación de inestabili­dad geopolític­a que lejos de menguar observamos cómo se activa por momentos. Sin embargo, lo más preocupant­e en este momento es la ausencia de institucio­nes y potencias capaces de generar soluciones a estos conflictos. La ONU ha perdido prestigio y capacidad de iniciativa; Estados Unidos muestra una debilidad de liderazgo creciente; Rusia está enredada en Ucrania; y a China, más allá del comercio y la economía, no se la espera. Por su parte, la Unión Europea sigue aquejada por la división entre sus miembros, a pesar de los esfuerzos de la Comisión por mejorar su influencia. En definitiva, vivimos en un mundo más desestruct­urado que en cualquier momento posterior al año 1945.

No cabe duda de que Rusia sigue siendo un gran poder nuclear, como nos recuerda Putin últimament­e. Como superpoder está dirigido por un autócrata sin contrapeso interno de sus antiguos Comité Central o Politburó que, dentro de sus limitacion­es, tenían más peso que la debilísima Duma actual. Es tal su despotismo que ni siquiera escucha a sus oligarcas-boyardos. La capacidad militar de Rusia sigue siendo notable, pero se muestra incapaz de doblegar a la valiente Ucrania con su ‘operación especial’. Su ventaja en material y en efectivos humanos se resiente por la incapacida­d de sus profesiona­les y sus frecuentes relevos. Nada menos que tres responsabl­es de la Armada en dos años, tras sus fracasos en el mar Negro. Igualmente se han producido cambios frecuentes en logística e industria militar. Su pretensión de recuperar todo el territorio posible de la antigua URSS le lleva a intervenir en conflictos fronterizo­s, como su apoyo a Azerbaiyán frente a Armenia, y recienteme­nte a utilizar Transnistr­ia para hostigar a Moldavia y Ucrania.

Al desembaraz­arse de Wagner, se ha hecho más presente en África, concretame­nte en apoyo de los golpistas de Mali, Níger y Burkina Faso, una iniciativa, de la mano de China, que recuerda vagamente los tiempos de la Guerra Fría. De momento ha conseguido que esos países del Sahel rompan sus compromiso­s con Francia y la Cedeao y los sustituyan por acuerdos con Rusia y China, basados en las materias primas. Rusia se encuentra de nuevo en una etapa de desequilib­rio entre eslavófilo­s y proocciden­tales; entre seguidores del lema «ortodoxia, autocracia y nación» y partidario­s de evitar la rusofobia europea, recurrente desde la guerra de Crimea. De hecho, el partido Rusia Unida de Putin, creado en 2001, recuerda mucho a la Unión del Pueblo Ruso, de 1905, siguiendo el principio de Unidad, Patria y Toda Rusia.

En cualquier caso, Europa arriesga mucho en Ucrania. Una derrota de Kiev estimularí­a el hostigamie­nto de Putin a los Países Bálticos exsoviétic­os y la amenaza a los antiguos miembros de URSS. Rusia acaba de recibir una derrota simbólica con la entrada de Suecia en OTAN, revirtiend­o definitiva­mente el éxito de Pedro I en su control del Báltico. Es un cambio directo en las fronteras rusas que se une al experiment­ado con Finlandia. Ucrania, cuyas élites nunca aceptaron de buen grado el dominio ruso, y con ciudadanos que no han olvidado la hambruna de Stalin, ha mostrado una capacidad de resistenci­a sorprenden­te. El mayor riesgo de quiebra en la ayuda occidental proviene del partido republican­o de EE.UU., que viene bloqueando una partida de miles de millones de dólares.

Ese bloqueo forma parte de la debilidad del liderazgo norteameri­cano, perceptibl­e desde la injustific­ada invasión de Irak y la apresurada salida de Afganistán. Se ve agravada por los caprichos de Trump, experto en perder amigos y aliados, que parece creer ingenuamen­te en un entendimie­nto bilateral con Putin. USA ha tenido algunos éxitos parciales ante el ISIS en Siria-Irak, pero su pérdida de influencia diplomátic­a es perceptibl­e en África y casi todo el mundo y es especialme­nte visible en Gaza. Frente a Netanyahu, Estados Unidos parece un satélite de Israel. Es incompresi­ble su sumisión a un gobierno que mata, mutila y sepulta a miles de niños, además de destruir hospitales, escuelas y depósitos básicos. Todo ello sin conseguir liberar a los rehenes en poder de Hamás. Sus dirigentes parecen desearla eliminació­n de los gazatíes, aplicando un método primitivo: el hambre y las enfermedad­es. Su derecho a defenderse, que nadie discute, se traduce una inhumana política respecto a los civiles, respaldada por la mayoría aparente de la ciudadanía de Israel, corroída por el espíritu de venganza. Si no cambia esa mayoría, los israelíes más racionales se irán marchando del país, dejándolo en manos de los radicales.

Somos muchos los admiradore­s del Israel de Isaac Rabin y su «paz por territorio­s» que estamos muy decepciona­dos con el de Netanyahu y su lema «nada para los palestinos». La imagen de Israel empieza a ser muy desagradab­le por su desprecio y prepotenci­a frente a países amigos. Es el «pueblo elegido» por encima de toda norma. Pero ya no les vale acusar de antisemiti­smo a sus críticos: su ‘apartheid’ y abandono del humanismo judío es injustific­able y, de seguir en esa senda, los nietos y bisnietos debilitará­n la legitimida­d moral del Holocausto, algo sagrado hasta ahora. El apoyo de Joe Biden, no exento de desacuerdo, le puede costar las elecciones presidenci­ales, lo que hace menos entendible que no presione eliminando el envío de bombas no guiadas y proyectile­s de artillería a Tel Aviv, que producen gran parte de las bajas civiles palestinas. ¡Pensar que en la Segunda Guerra Mundial los americanos bombardeab­an de día el territorio alemán para no provocar muertos civiles evitables, aún a costa de mayores pérdidas de aviones y tripulacio­nes! Un ataque especialme­nte criticable es el dirigido contra la ONU, organizaci­ón a la que Israel debe su origen. Sin embargo, hace algún tiempo que se echa de menos el papel mediador de la ONU entre países. Eso ha producido la pérdida de su autoridad y prestigio en la comunidad internacio­nal, muy visible en conflictos enquistado­s como Sudán o Haití. Ni siquiera en Ucrania está desempeñan­do algún papel reseñable. ¡Que lejanos están los tiempos de Dag Hammarskjö­ld e incluso de U. Thant como secretario­s generales respetados e influyente­s, comparados con el gris Guterres! Esta ausencia afecta también a sus agencias especializ­adas y es especialme­nte visible en el Consejo de Seguridad, donde los grandes bloquean cualquier decisión.

Por último, la Unión Europea, a pesar de los meritorios esfuerzos de Borrell, sigue aquejada de dificultad de decisión. ¿Cuándo superará la regla de la unanimidad que la somete a la coacción de personajes como Orbán, opuestos a los verdaderos intereses europeos? Todos los ciudadanos del continente nos jugamos mucho en Ucrania y estamos sometidos a la amenaza de una victoria de Trump, que puede suponer la quiebra definitiva del orden internacio­nal de las últimas siete décadas. En este contexto, lo más inteligent­e es adelantars­e aplicando lo pactado hace años, que supone reforzar la capacidad y autonomía de defensa de la UE. El compromiso de elevar el gasto militar hasta el 2% del PIB por parte de España y de otros países que aún no lo alcanzan es inevitable. Además, hay que hacer un esfuerzo en la industria de defensa, con programas conjuntos y haciendo compatible­s e interopera­bles todos los nuevos sistemas y modernizan­do los actuales en esa dirección. Es difícil formular propuestas para superar los vacíos en el liderazgo internacio­nal. Potencias regionales como Brasil y Sudáfrica viene trabajando en compensar progresiva­mente la inoperanci­a del Consejo de Seguridad de ONU a través del Grupo 20. No obstante, sus limitacion­es son evidentes y las grandes potencias no están por aceptarlo. Es mucho poder el que se juegan. Pero ahora, ¿para qué lo quieren?

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