ABC (Andalucía)

Al Supremo hay que ir llorado de casa

- NATI VILLANUEVA

Querellas y denuncias de particular­es, partidos, asociacion­es o fundacione­s contra ministros, diputados o senadores, contra el Defensor del Pueblo, contra el fiscal general... La casuística es enorme, pero las razones de los magistrado­s para rechazarla­s se cuentan con los dedos de una mano. O los hechos que se imputan al denunciado o querellado no son constituti­vos de delito o la acusación en cuestión está basada en recortes de prensa. En muchos casos, se aprecian además «fines espurios» en la actuación procesal en cuestión, como se puso de manifiesto la semana pasada en el auto de archivo de la querella de Abogados Cristianos contra Ángel Gabilondo. Le imputaban delitos de prevaricac­ión, malversaci­ón e incitación al odio cuando en realidad se había limitado a enviar al Congreso un informe –de abusos en la Iglesia– que la propia

Cámara Baja le había reclamado. El viernes, sin ir más lejos, la Sala Segunda tumbaba una denuncia de Manos Limpias contra el presidente del Gobierno, la vicepresid­enta Yolanda Díaz, los ministros Félix Bolaños y Óscar Puente, el secretario de Organizaci­ón del PSOE, Santos Cerdán; y la eurodiputa­da Iratxe García por delitos de usurpación de funciones, prevaricac­ión y cohecho en relación a los acuerdos alcanzados entre los socialista­s y Junts.

«Los hechos denunciado­s no son constituti­vos de delito, a lo que habríamos de añadir que tampoco pueden merecer esa calificaci­ón las enmiendas que los diputados, en el ejercicio de su función legislativ­a, pueden proponer durante la tramitació­n de una proposició­n o proyecto de ley», señalaron los magistrado­s.

Desde hace años, son innumerabl­es las actuacione­s procesales de este tipo que no pasan el filtro de admisión del Tribunal Supremo, aunque en los últimos tiempos, especialme­nte desde los acuerdos del Gobierno con los independen­tistas como precio a la investidur­a de Pedro Sánchez, se han multiplica­do exponencia­lmente. En algunos casos se busca notoriedad; en otros, fundamenta­lmente los partidos, un titular en prensa, y en la mayoría, el desahogo o lamento del particular que recurre al Supremo en busca de justicia. «No somos un buzón de quejas, somos un tribunal de casación», comentaba la semana pasada un magistrado a ABC.

En el Supremo, especialme­nte maltratado desde hace un par de años por la ley que ha provocado que una de cada tres plazas del Alto Tribunal estén sin cubrir, empiezan a estar cansados de tener que emplear sus esfuerzos en dar respuesta a cada una de las «centenares» de denuncias que se acumulan en la Sala de Admisión. Por ella van rotando cada cuatro meses cinco magistrado­s de la Sala Segunda (Penal).

Al fin y al cabo la denuncia es gratis y el hecho de que la inadmisión no conlleve ningún tipo de responsabi­lidad para el denunciant­e –esta es la realidad– tiene estas consecuenc­ias, de las que también tiene mucha culpa el amplio elenco

Es deseable que Bolaños ponga el mismo empeño en repensar la acusación popular que en dar la investigac­ión penal al fiscal

de aforados sujetos a su jurisdicci­ón, que van desde el presidente del Gobierno y diputados y senadores de las Cortes hasta magistrado­s y vocales del CGPJ, pasando por el presidente del Tribunal Constituci­onal, miembros del Tribunal de Cuentas, del Consejo de Estado o el Defensor del Pueblo.

Ahora que el ministro Félix Bolaños está reactivand­o la reforma de la Ley de Enjuiciami­ento Criminal, es deseable que ponga el mismo empeño en repensar la figura de la acusación popular que en dar la investigac­ión penal a la Fiscalía, pues es de sobra conocido que hay actuacione­s procesales que lo único que persiguen es llevar la batalla política a los tribunales aun sabiendo que los hechos denunciado­s pueden tener un reproche ético, pero en ningún caso penal.

El anteproyec­to del anterior ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, que ahora quiere rescatar Bolaños, contemplab­a que partidos políticos y sindicatos quedaran excluidos de la acción popular precisamen­te por «el especial riesgo de instrument­alización del proceso que dimana de su intervenci­ón en el debate político». Si se abre el melón de la reforma del modelo procesal que sea también para acotar abusos como estos. Que al Supremo hay que ir llorado de casa.

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