Plomo fundido
DICEN gros. Luego llegaron los ordenadores y los procesadores de textos.
Yo trabajaba en ‘Cinco Días’ en 1986 cuando Paco Mora, su legendario director, se me acercó sigilosamente tras el cierre y me pidió que escondiera cuatro máquinas de escribir. Al día siguiente, la empresa iba a sustituirlas por ordenadores. Al cabo de un par de meses, la editora consiguió localizarlas y retirarlas. Fue una gran derrota y el inicio de una nueva época.
Los tipógrafos, correctores y redactores de Fleet Street hicieron una larga y enconada huelga contra la tecnología introducida por Rupert Murdoch, que también ganó la batalla. Miles de puestos de trabajo desaparecieron de la noche a la mañana.
El humo de los cigarros, las botellas de ginebra y las barajas de póker se esfumaron también de las redacciones. Y los periodistas dejamos de ir tras el cierre al Café Latino. Cuando nos obligaron a madrugar para estar frente al ordenador a media mañana, el periodismo dejó de ser un oficio para convertirse en una profesión. Los tabloides enterraron a los formatos sábana, los editores vocacionales quebraron, las grandes empresas absorbieron a las pequeñas y el periodismo se transformó en un arma ideológica. Dejó de ser un oficio bohemio para ser un negocio de influencia y poder.
Todo lo que he escrito es un desahogo puramente sentimental, teñido por la subjetividad. No es cierto que todo tiempo pasado fuera mejor. Ni los periódicos son hoy peores que los de hace medio siglo. Pero a mí me lo parecen. Añoro los tipómetros, el ruido de las teclas, la letra Didot y el cuerpo 12, los lapiceros rojos y azules de los correctores, las resmas de papel y aquel olor a plomo fundido. Alguna vez nos creímos libres y que podíamos cambiar el mundo. Éramos jóvenes y hoy somos viejos. Todo fue un espejismo. La eternidad duró sólo un momento, pero fue magnífico.
Cuando nos obligaron a madrugar para estar frente al ordenador a media mañana, el periodismo dejó de ser un oficio para convertirse en profesión