Puigdemont no es de este mundo
Lo dijo Espriu: «A veces es necesario que un hombre muera por un pueblo, pero nunca ha de morir todo un pueblo por un hombre»
Para entender la conflictiva relación con la realidad de Puigdemont bastan dos afirmaciones del prófugo de la Justicia. La primera: «Una persona que ha sido presidente de la Generalitat no puede ser líder de la oposición, ni estar en el Senado ni en un consejo de administración». O César o nada. O me hacéis presidente o me voy a casa a hacer pasteles. La segunda, acerca de un debate con Aragonès, el ‘ Troleador’, e Illa: «Tiene poca relevancia un debate a tres para hablar de cosas autonómicas, quiero tratar de asuntos nacionales. Si Sánchez y Feijóo quieren un cara a cara o un debate a tres bandas, estaré encantado». Hablar de «cosas autonómicas » , ¡ qué tonillo! La primera afirmación se veía venir cuando los sicofantes del prófugo nos advertían de su retorno. Nadie lo imaginaba trabajando –¡qué verbo!– en comisiones parlamentarias sobre problemas de los que no tiene ni idea porque su república catalana, como la del vicario Quim Torra, no es de este mundo. Al ‘Legítimo’ le aburren las «cosas» autonómicas, como cuando era alcalde de Gerona le aburrían las « cosas » municipales frente a las cosas de la teología identitaria. Y ya se sabe, en el cielo de las utopías no se abordan asuntos tan terrenales como el que plantea Josep Sánchez Llibre, presidente de Fomento, la patronal catalana: Cataluña es un infierno fiscal –una veintena de impuestos– que ahoga a l as empresas y l as empuja a irse donde las traten mejor… como Madrid.
Al ‘Pretendiente a la Restitución’ las «cosas» autonómicas le provocan jaqueca. Por ejemplo, el lamentable nivel de la educación catalana autodenominada, qué gracia, «modelo de éxito»; el cabreo de las enfermeras ninguneadas; un sistema penitenciario en el que los funcionarios, desautorizados por la consejería que debería ampararlos, se juegan la vida ante unos presos envalentonados por el buenismo oficial; la sequía que no se previno y la cerrazón del Gobierno catalán a realizar un trasvase desde las cuencas donde sobra agua, no sea que sus votantes de las tierras del Ebro les dejen de votar. La lista de « cosas » autonómicas que aburren al ‘ Visionario’ es tan prolija como prosaica. Mientras, su rival, el ‘Troleador’ Aragonès, dedica su tiempo en competir con el ‘Mago de Elna’ a ver quién tiene la estelada más grande. Cataluña necesita un centro-derecha apegado a la realidad y defensor de un modelo de sociedad frente al izquierdismo infantil del populismo. Esa función la cumplió Convergència i Unió, pero sus herederos no están por la labor (hoy solo queda el PP).
Veamos la lista ideada para que nadie haga sombra al ‘Gran Demiurgo’. Anna Navarro, una señora que lleva años fuera de Cataluña; ‘apparatchiks’ como Josep Rull, al que dejó tirado cuando se largó a Waterloo, o Albert Batet; Anna Erra, encarnación del integrismo vigitano que desprecia cuanto ignora; el ideólogo (orgánico) Colominas y el converso Giró; Lluís Puig Gordi, especialista en ‘castellers’… Nos tememos que esa tropa de palmeros se va a pasar la campaña dibujando el Arco del Triunfo al ‘Deseado’, en lugar de preocuparse por la Cataluña real que, por su patriótico ‘amour fou’, ha pasado de ser la locomotora de España – esa que Sánchez Llibre añora– a furgón de cola.
Salvador Espriu lo dejó escrito en un poemario: «A veces es necesario y forzoso que un hombre muera por un pueblo, pero nunca ha de morir todo un pueblo por un solo hombre».
Aplíquese la sentencia, señor Puigdemont. No son tiempos de caudillajes ni de liderazgos carismáticos, sino de las «cosas», tan aburridas, del vivir cotidiano. Con un aprendiz de caudillo en La Moncloa nos basta y sobra.