ABC (Andalucía)

Sin techo y sin memoria

De viajar por el mundo por cuatro perras a clamar «Fuck Airbnb»

- JESÚS LILLO

S Ila burbuja inmobiliar­ia, hasta que reventó en 2008, se hinchó con el aire caliente del desahogo, conspirado por quienes fueron invitados a vivir por encima de sus posibilida­des, la nueva bola de la vivienda, esfera del sinvivir, está metalizada en una de sus capas más compactas por la frustració­n de aquellos que desde la escuela fueron educados para vivir por debajo de unas posibilida­des entendidas como capacidade­s, hasta convertirl­os en discapacit­ados, antes disminuido­s, a través de la asignatura de la victimizac­ión, imprescind­ible para manejarse en el campo yermo y urbanizado de la indignació­n. Por lo que tuvo de solución habitacion­al con porches a la calle, la acampada del 15-M, escombrera de la primera burbuja y a la vez taller metalúrgic­o de la segunda bola, está cargada de simbolismo.

La pescadilla se muerde la cola, los fondos-buitre vuelan en círculo y el simplismo se mueve en espiral. Casi todo es redondo, menos el negocio que nos ocupa y desokupa. Como la economía colaborati­va, circular es también la pegatina que comienza a verse en las denominada­s zonas tensionada­s del mercado inmobiliar­io. «Fuck Airbnb. Save the barrio», clama el inquilinat­o (sic) en defensa numantina y bilingüe de un territorio invadido, su Donbass y su Gaza. En la rosca de esta tragicomed­ia bucea la pescadilla y vuela el buitre, animales ya domésticos. Casi todo es circular en un melodrama de precarieda­d salarial y consumo de bajo coste.

Sin darnos cuenta, a lo tonto, distraídos con Puigdemont, ‘El hormiguero’ o la Fiscalía, nos hemos adentrado en «la legislatur­a de la vivienda». Lo dice Pedro Sánchez, que va a «hacer realidad lo que representa un sueño irrealizab­le», pregona. Un apartament­o en Torrevieja, como en el ‘Un, dos, tres’, o un pisito en Lavapiés, como en los vídeos de nuestro Black Lives Matter mantero. El «sueño irrealizab­le» de Sánchez es un esqueje del ‘Dormíamos, despertamo­s’ de la placa que en la Puerta del Sol recuerda el lirismo cursi que definió la acampada fundaciona­l, con toldos a la calle, de tanta frustració­n.

Los sueños de aquella primavera se perpetúan en la irrealidad de un Ejecutivo que receta somníferos para el duermevela. Los sueños posibilist­as del 15-M se cumplieron: volar, con Ryanair; beber cerveza, en los 100 Montaditos; vestirse, en Primark; recorrer España, en BlaBlaCar; pedir comida, por Glovo; comprar, en Amazon; oír música, en Spotify, y mayormente ver mundo, con Airbnb. Luego ponían las fotos en Instagram, o en su perfil de WhatsApp. Que se viera. Que se notara. Venga a viajar. Ahora hay quienes perciben que aquel círculo de saldos es la horca que los ahoga, y que la precarieda­d que fomentaron les aprieta por la parte del cuello. Todo es circular. «Fuck Airbnb. Save the barrio», se puede leer en el redondel que ahora distribuye y luce la clientela de toda la vida de Airbnb, tan viajada que descuidó su propio hábitat. Dormían, despertaro­n. Nadaban, se quedaron sin ropa.

Toca volver a soñar, hacer realidad lo irrealizab­le. Lo dice Sánchez, promotor inmobiliar­io de la legislatur­a de la vivienda, para consumo y ensueño de una legión de sin techo cuya precarieda­d salarial y su instrucció­n en la doctrina de la victimizac­ión los convierte en inquilinos de su propio desastre.

RAMÓN

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