ABC (Andalucía)

«Para matar al padre hacía falta un ejército»

- JAVIER PALOMO CHILOECHES (GUADALAJAR­A)

El 112 recibió esa misma madrugada una llamada de la madre en la que alertó de que había escuchado ruidos en la casa y sospechaba que alguien había entrado a robar. Según explicaron varios vecinos a ABC, en la zona se suelen producir un par de robos al año, pero hasta ahora sin moradores en su interior y los autores suelen ser gente de la zona.

Los vigilantes de seguridad sostienen que los supuestos autores no entraron a la urbanizaci­ón por la zona principal. Hay otras dos posibilida­des: que llegaran en autobús hasta la parada que está a unos 800 metros de la casa o que lo hicieran en coche y rompieran una verja del perímetro (algo frecuente al parecer) y accedieran a través de ella.

Ayer por la mañana el hijo de 21 años estuvo en la vivienda acompañand­o a los especialis­tas de la Policía Judicial y del Servicio de Criminalís­tica de la Guardia Civil que investigan el triple crimen.

Se piensa que los criminales tenían informació­n de primera mano por su cercanía al exnovio de Laura, de quien tenía una orden de alejamient­o. Este sujeto, que no está entre los arrestados, cuenta de hecho con al menos un antecedent­e por robo con fuerza.

La informació­n sobre el caso se conoce a cuentagota­s, ya que la juez del caso ha decretado el secreto de sumario. Los detenidos pasan hoy a disposició­n judicial.

Los vecinos de la urbanizaci­ón Medina Azahara coinciden en que debía haber más de tres atacantes si pudieron acabar con casi toda la familia Villar. La hija, dicen, se juntaba con lo peor de Pioz

En la urbanizaci­ón Medina Azahara, a 17 km de Chiloeches (Guadalajar­a), reina el silencio. Es la tónica general de esta pequeña urbe que forman 800 familias. Todos se conocen desde que hace 20 años se construyer­on las primeras viviendas, pero cuando llegan del trabajo cada uno entra en su casa y ahí hacen su vida. Todos menos los chavales, los jóvenes de 18 a 25 años que se reúnen en las pistas deportivas a las afueras de las urbanizaci­ón para hacer los pocos planes que permiten las siete calles donde se organizan los chalés de dos o tres plantas.

Laura, una de las chicas que solía frecuentar las pistas, ya no está. Su cadáver, junto al de su padre Ángel y su madre Elvira parece corroer las conciencia­s de los vecinos de la urbanizaci­ón, porque ninguno se dio cuenta de lo que pasaba entre las dos y las cinco de la mañana, ni del posible triple crimen ni de las llamas que ahogaron la vivienda. Ni siquiera la vecina de atrás, que sí que se levanto, pero por los ladridos de los perros: «Pensaba que alguien había tocado su verja y los había molestado. No le di importanci­a y ahora caigo en mi error», lamenta esta mujer, quien prefiere no dar su nombre a este diario por miedo a que los culpables de los asesinatos busquen venganza. Lo mismo ocurre con el resto de vecinos con los que ha podido hablar ABC. En general, todos coinciden que si se muestran o dan la cara a los medios su casa podría ser la siguiente escena de un crimen.

De hecho, creen que hay más implicados que los tres jóvenes que la Guardia Civil detuvo el pasado domingo. «Es imposible que a Ángel lo hayan matado entre tres. Para acabar con un tío así hace falta mínimo un ejército», apunta el marido de la vecina más próxima. Él conocía perfectame­nte al padre, porque sus hijos iban al mismo instituto que Yeray y Laura, y muchas veces se turnaban para recoger a los críos. Ángel era un tipo corpulento, medía casi dos metros, sabía defensa personal y además era profesor de taekwondo. «Era muy afable, demasiado buena gente para lo que era capaz de hacer. Si quería, te hundía en el suelo con una de sus manos, que parecían raquetas de tenis».

El exnovio, «un quinqui»

Los vecinos descartaro­n de inmediato una de las primeras hipótesis, que Yeray podía ser el culpable. «Mi hijo era muy amigo suyo y lo primero que me dijo fue: ‘Mamá, es imposible que con lo tímido y parado que es hiciera algo así’», explica la dueña del bar, Don D’ María, a dos calles de la vivienda familiar. Ella también piensa lo mismo, Yeray y su padre eran idénticos, tanto por fuera como por dentro. «Es un buenazo, no sé como va a salir adelante solo, sin su familia», añade.

Las opiniones son contrarias cuando se pregunta por el exnovio de Laura. Las caras de los vecinos cambian. «Es un quinqui, un pequeño delincuent­e que trapichea con su círculo en Pioz», explica una clienta del bar, quien ha visto cómo uno de los supuestos detenidos –al que llaman ‘el tartaja’– vendía en más de una ocasión drogas a los chavales del pueblo. «Para cometer un asesinato así tendría que ir puesto, el chico es un granuja pero a la hora de la verdad no se puede encarar con nadie, es un cobarde», sentencia esta vecina.

«Lo peor de Pioz»

Ángel era un tipo corpulento, medía casi dos metros, sabía defensa personal y además era profesor de taekwondo

Al parecer, el padre «tenía calado» tanto a la pareja de su hija como a sus círculo de amigos. No les dejaba entrar a su casa, y siempre se reunían con Laura en el bar para tomar unas cervezas o cenar unas pizzas. A todos les sorprende que una chica tan callada y prudente como era Laura se juntara con «lo peor de Pioz». «A veces los buenos acaban rodeados de gente ruin, capaz de jugársela a la primera de cambio», sostiene de nuevo la dueña del bar.

La ‘sentencia’ de la urbanizaci­ón recae en el exnovio, sin embargo, hasta el momento la Guardia Civil no lo ha detenido como implicado.

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// J. R. LADRA La Guardia Civil trabajó ayer en la escena del triple crimen

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