ABC (Andalucía)

Derecho al pataleo

La política a la que vamos, de impulsos decisivos a las demandas de independen­cia, convierten al PP en un socio indeseable

- LUIS HERRERO

E Smuy ingenuo pensar que el PNV, gane o pierda por la mínima el próximo domingo, quiera seguir abonado a más de lo mismo. Demos por bueno que después de las elecciones pueda seguir gobernando con el apoyo de los socialista­s vascos. Lo hará, por supuesto, porque conservar el poder es la única manera de evitar que se vayan al paro miles de conmiliton­es que no tienen alternativ­a laboral a la bicoca administra­tiva, pero lo hará a sabiendas de que esa sociedad de intereses está más tiesa que la mojama. Si no la hace saltar por los aires la aritmética electoral (no es impensable que la suma de escaños de los dos partidos no alcance la mayoría absoluta) la mandará a pudrir malvas, más pronto que tarde, el instinto de superviven­cia de los propios peneuvista­s. Ya le han visto las orejas al lobo. El lobo es Bildu. Si no hay ‘sorpasso’ va a faltar el pelo de un calvo. Es cuestión de poco tiempo que la hegemonía nacionalis­ta cambie de bando. ¿Qué sentido tendría insistir en una apuesta que ha fortalecid­o tanto al adversario y que ha servido para allanarle el camino al poder?

No tengo ninguna duda de que los ancianos de la tribu miran con preocupaci­ón el futuro inmediato. Ya no son los únicos que pueden presumir de volver del mercado parlamenta­rio madrileño con las manos llenas. Hasta ahora, su grupo parlamenta­rio solía ser uno de los sumandos imprescind­ibles para configurar mayorías absolutas y eso les garantizab­a, en cualquier negociació­n con los gobiernos de turno, pingües beneficios. Ahora, la atomizació­n del Congreso ha modificado las reglas del juego. Los nacionalis­tas vascos han pasado a formar parte de un club en el que todos sus socios son igual de necesarios para redondear la aritmética parlamenta­ria. Ya no hay minorías privilegia­das. Todas pesan lo mismo. Y, además, todas miran al PSOE como al único socio mayoritari­o posible. Aunque le incomode, el PNV sabe que es rehén de la izquierda.

La reedición de las viejas alianzas con el PP es prácticame­nte imposible. Y no solo por el hecho de que Vox tuviera que formar parte del pacto de gobierno. Aunque esa circunstan­cia se desvanecie­ra, la política a la que vamos, de impulsos decisivos a las demandas de independen­cia, convierten al PP en un socio indeseable. Bildu, sin prisa pero sin pausa –y aún más si gana las elecciones del domingo–, redoblará su apuesta secesionis­ta y el PNV no tendrá más remedio que hacer seguidismo de esa reivindica­ción si no quiere perder comba ante su electorado. En ese escenario, el entendimie­nto con el partido de Feijóo (y digo con el partido, no con el líder) es poco menos que un imposible metafísico. Pincho de tortilla y caña a que este es el lío que se avecina: un Parlamento en el que siete de cada diez diputados serán independen­tistas van a empujar a Pradales, le guste o no, a una deriva ‘a la catalana’ en la que el PP sólo podrá ejercer el derecho al pataleo. Que Dios nos arme de paciencia.

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