La guerra de nunca acabar
Presuntamente quirúrgica, centrada en el área en la que se han hecho fuertes los kurdos, la operación militar lanzada por Turquía sobre territorio sirio ha reabierto una crisis en la que se cruzan demasiados intereses políticos. Con el visto bueno de Rusia, las tropas de Ankara avanzaron ayer en el enclave de Afrín y tomaron dos ciudades, dejando como saldo casi una veintena de bajas civiles entre la población, azotada por los bombardeos.
Las quejas del Gobierno de Damasco, las advertencias de Europa y la «preocupación» expresada por la Administración norteamericana no han evitado que Erdogan mantenga activa la operación «Rama de Olivo» y abra una nueva brecha en el inestable mapa de Siria. Vladímir Putin, genuino árbitro de la zona, avala una invasión militar con la que Ankara pretende sanear su frontera y debilitar a los kurdos, fortalecidos en esa tierra de nadie que dejó la ofensiva contra los yihadistas. Tras la guerra, llega la hora de ajustar cuentas y poner, según los cálculos y los mapas de Erdogan, a cada uno en su sitio.