ABC (Andalucía)

LOS DEL 68

El 68 fue una estética. Pero algunos sabemos que estética es el único nombre digno de la ética

- GABRIEL ALBIAC

PASÓ ya medio siglo, dicen. Y varios mundos. Perdida nota en la prensa, hace tres meses: Jacques Sauvageot muere en París. Un viejo de 74 años al que se lleva un coche por delante. Nada extraordin­ario. Sólo la melancolía de un nombre y de una juventud lejana.

Sauvageot fue uno de los cuatro rostros mayores del 68. Los otros tres fueron Geismar, Krivine y, claro está, Cohn-Bendit. Cuando todo estalló, en el patio de la Sorbona el 3 de mayo, él presidía un sindicato estudianti­l en crisis. Nunca aspiró a tanta presencia. Pasado mayo, se volatilizó. Su biografía posterior fue la de un hombre invisible. Su nombre me retornó sólo con su muerte.

Han pasado cincuenta años. Si hemos de ser exactos, deberíamos contarlos a partir del próximo 29 de enero y desde un horizonte muy lejano. Ese día de 1968 empezaba en Vietnam la ofensiva del Têt. En cuyo desenlace, una derrota militar aplastante del Vietcong fue brillantem­ente transforma­da en su victoria final. Merced, en muy buena parte, al trabajo excepciona­l de la prensa. La ráfaga fotográfic­a que muestra la fría ejecución por disparo en la sien de un guerriller­o comunista hizo más para que los Estados Unidos perdieran aquella guerra que el devastador cruce de armas de tantos años.

La tarde del 3 de mayo en el patio de la Sorbona, en la cual Sauvageot y Krivine emergen como inesperado­s protagonis­tas de una ira común al margen de partidos y de centrales sindicales, es el último eslabón de la cadena de acciones de protesta contra la guerra en Indochina, que provocó las detencione­s en reacción contra las cuales se forma el «Movimiento 22 de marzo»: la matriz de todo.

El segundo gran choque de mayo coincide, el viernes 10, con la apertura de las negociacio­nes de paz para Vietnam en la Avenida Kléber, a unas pocas estaciones de metro de la Sorbona. Para entonces, el Partido Comunista y su sindicato, CGT, habían entendido ya que ellos eran el enemigo principal de los enragés antiautori­tarios. La noche insurrecci­onal del 24 ratificará esa quiebra.

Medio siglo después, ¿qué queda del 68? El cierre definitivo de una época. Aquella blindada línea Maginot de los partidos comunistas, que tejiera Stalin como escudo de la dictadura soviética, cayó a plomo. Berlín y el muro material sobrevivir­ían aún veintiún años. El PCF pasó, en votos, de un 20 a un 5 por ciento en un decenio. Lo mismo fue sucediendo en toda Europa. El relevo generacion­al se había roto. Después de la traición de mayo, los partidos comunistas no eran ya creíbles. Era el entierro de la Guerra Fría.

Hubo otras cosas que vinieron. El desprecio hacia un mundo de vulgaridad extrema: o sea, como el de ahora. El 68 fue una estética. Pero algunos sabemos que estética es el único nombre digno de la ética. Una estética: no creer en nada. Ni ser nadie.

De los de entonces, unos han muerto. A los otros, no es que nos quede tampoco demasiado recorrido. Pero nada de lo que valió la pena en nuestras vidas hubiera sido posible sin aquel 68. Pasó ya medio siglo. Dicen.

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