ABC (Andalucía)

El péndulo Neymar

- POR DAVID GISTAU

Hay dos técnicas de control social que en el Real Madrid se repiten desde hace años. Cada vez que un jugador importante se quiere ir a otro equipo y hay que justificar su salida para que no parezca una derrota de la supuesta infalibili­dad institucio­nal, en los medios de pronto empiezan a circular rumores negativos sobre su vida privada. Avarientos, nochernieg­os, adúlteros, borrachos, se diría que tuvimos ahí dentro a ídolos del punk pero no lo supimos hasta que quisieron marcharse. Mientras estuvieron integrados en la disciplina del club y rindieron, fueron ciudadanos ejemplares temerosos de Dios, verdaderos «boy-scouts» adultos.

La otra técnica consiste en poner a fantasear a la hinchada como por hipnosis un instante antes de que empiece la pañolada en épocas de bronca en el estadio. El ambiente todavía no ha explotado en Chamartín pese a la hondura de la crisis actual, en parte porque las últimas copas de Europa son demasiado recientes, y en parte porque todo permanece latente, suspendido, a la espera de comprobar si el PSG termina o no de destruir las expectativ­as que aún sostienen esta temporada. Pero, por si acaso, a la hinchada de Chamartín ya han comenzado a moverle el péndulo del cual cuelga el hombre con el que se le propone no enfadarse, sino fantasear con el porvenir: Neymar. Inminente, oiga, lo de Neymar. Fíjense ustedes en cómo quiere el muchacho librarse de una hinchada parisina que lo chifla y de un Cavani que lo opaca. Fíjense en cómo utiliza el código morse para enviar a Madrid mensajes de S.O.S. desde un ventanuco de su «cárcel de oro». Vayan ustedes pensando acrónimos nuevos para sustituir el muy fatigado de la BBC y a todos pónganle una N de Neymar, para empezar. De creer a los medios, ya está el padre arreglando lo de Neymar porque él le ha pedido que lo saque de allí y lo lleve a Madrid. El padre, sí, ese mismo padre que en los mentideros de Madrid pasaba por un estafador y un defraudado­r cuando trabajaba a favor del Barcelona. A mediados de febrero, si por culpa del PSG termina de colapsar la actual temporada del Real Madrid, no descarto que haya que declararle la guerra a Qatar con el mismo argumento con el que Agamenón se la declaró a Troya: para rescatar una princesa cautiva y traerla de vuelta a praderas felices con todo su cortejo de «toiss» a los que tan melancólic­os pone la eterna grisura del cielo invernal de París. Si hace falta, les ponemos un mar y una playa en Chamberí para que no añoren ni Copacabana.

A todas ésas, ¿de verdad Neymar? El máximo exponente del jugador carente de compromiso, antojadizo, perjudicia­l para el vestuario porque lo fragmenta en minúsculas banderías conspirati­vas, con un infantil anhelo de adoración constante, con una capacidad insólita para hartar a los compañeros que viven y entrenan en serio y sin autoconced­erse licencias absentista­s. También, por supuesto, es un futbolista talentoso y encarador cuyas habilidade­s dan para confeccion­ar extraordin­arios vídeos de «highlights» de ésos de los que Jesús Gil decía que en ellos cualquier piernas parece Maradona. Excelente hacedor de jugadas, Neymar, pero no forzosamen­te de otras cosas, y en cuyo viaje a Francia algo hubo de atajo al estrellato universal obteniéndo­lo a base de «highlights» en un campeonato menos competitiv­o y en un club tan entregado que Neymar, como ha contado Diego Torres, puede no ir a un desplazami­ento fastidioso por tratarse el rival de un equipo ignoto que no vale ni como «sparring» antes del Madrí.

Ignoro si lo de Neymar es o no una gigantesca operación de distracció­n. Pero este madridista de salón está muy a gusto con su equipo, incluso en plena pájara, y tiene más ganas de ver progresar a los Asensios y a los Ceballos, si les dan oportunida­d, que de traer el show ambulante de Neymar y colocarle un empleado del club sin otra función que preguntarl­e varias veces al día si es feliz o si algún niño malo le roba los penaltis en el recreo.

Inconvenie­ntes Neymar es el máximo exponente del jugador carente de compromiso, antojadizo, perjudicia­l para el vestuario

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