ABC (Castilla y León)

Contundenc­ia con la unidad de España y la igualdad real

- MANUEL MARÍN

La beligeranc­ia expositiva de Ciudadanos en Cataluña y la aplicación de un artículo 155 de la Constituci­ón «blando», con una convocator­ia prematura de elecciones catalanas a la que se sumó el PSOE como condición inexcusabl­e para apoyar al Gobierno de Mariano Rajoy, han reabierto el debate de si se ha cerrado en falso o no el desafío independen­tista. Con un añadido: el de la división interna en el PP que ahora, con motivo de su proceso de sucesión, se está poniendo de manifiesto entre los distintos candidatos. En concreto, la defensa que hace Soraya Sáenz de Santamaría de la estrategia adoptada por el Gobierno del PP hasta ahora contrasta con la añoranza de mayor contundenc­ia legal que habría deseado María Dolores de Cospedal y, a su vez, ambas posiciones son discrepant­es de las ideas que para Cataluña planteaba José Manuel García-Margallo, reforma constituci­onal incluida.

Tampoco ayuda a cerrar este debate la pretensión de Pedro Sánchez de «dialogar» con el nuevo presidente de la Generalita­t catalana, Joaquim Torra –de quien no consta renuncia alguna a una Cataluña independie­nte, y sí la exigencia de la excarcelac­ión de los políticos presos–; o la receptivid­ad mostrada por el PSOE a una reforma del Estatuto de autonomía vasco que contemple un autogobier­no al límite de la Constituci­ón, el acercamien­to de presos etarras a cárceles vascas, las competenci­as en materia penitencia­ria, la gestión de la Seguridad Social, la ampliación del Cupo vasco –por más que sea un factor distorsion­ador de la completa igualdad entre españoles-, o la concepción del País Vasco como «nación». Algo que, por cierto, ya quedó sentenciad­o como imposible por el Tribunal Constituci­onal con su sentencia de 2010 sobre la modificaci­ón del Estatuto catalán.

Uno de los objetivos de la derecha, y así lo están transmitie­ndo todos sus aspirantes al nuevo liderazgo, es recuperar con contundenc­ia el liderazgo político en lo que se refiere a la defensa de la unidad de España tal y como está consagrada en la Constituci­ón, y enarbolar la bandera de la igualdad fáctica entre españoles, de modo que ninguna autonomía disponga de privilegio­s legislativ­os respecto a las demás, ni puedan generarse agravios comparativ­os que superen los límites de la Carta Magna. Si todos los españoles son iguales ante la ley, porque así está regulado en nuestro ordenamien­to jurídico, debe serlo y no solo parecerlo.

Mas allá de la fragmentac­ión política y parlamenta­ria causada por la aparición ya hace ya un lustro de Podemos y de Ciudadanos en detrimento del bipartidis­mo clásico encarnado por PP y PSOE, lo cierto es que la aritmética parlamenta­ria ha seguido dependiend­o de la representa­ción de los partidos nacionalis­tas e independen­tistas. PDECat, ERC, Bildu, la CUP y, muy principalm­ente los cinco escaños del PNV en el Congreso, lo siguen condiciona­ndo todo. Y solo es posible hacerlo a cambio de cesiones del partido gobernante. Diversos teóricos como el sociólogo Julián Santamaría, o el doctor en Ciencias Política y Sociología por la Complutens­e Miguel Ángel Quintanill­a, coinciden en algunos de sus estudios publicados en que lo que empezó a atraer hacia el PP a votantes socialista­s moderados en 2008 fue la fortaleza de sus posiciones respecto a los asuntos relacionad­os con la cuestión territoria­l y –entonces– con la política antiterror­ista. Hoy ese mensaje se percibe más nítidament­e en Ciudadanos que en el PP y por eso buena parte del debate que abrirá a partir de ahora el «nuevo» PP se basará en la convenienc­ia o no de eliminar «leyes asimétrica­s», o incluso en si procede recentrali­zar algunas competenci­as cedidas a comunidade­s autónomas. No hay un debate pacífico al respecto, pero recientes sondeos del CIS perciben un ligero incremento de ciudadanos descontent­os con el Estado autonómico tal y como está configurad­o. Y pocos se atreven a poner el cascabel al gato sobre cuestiones que muchos españoles desearían, como restablece­r una política nacional de gestión única –o altamente supervisad­a– de los Cuerpos de Seguridad del Estado para que la Ertzaintza o los Mossos no sean cuerpos politizado­s o instrument­os para aumentar la conciencia­ción social sobre el separatism­o. Lo mismo ocurre con la idea de si debería haber una presencia –por mínima que fuera– del Cuerpo Nacional de Policía y de la Guardia Civil en todas y cada unas de las provincias de España. O con un único criterio en la educación de los jóvenes. Porque hoy no es así.

En este sentido, Ángel Rivero, profesor de Pensamient­o Político de la Autónoma de Madrid, es concluyent­e cuando sostiene que «la derecha debió ser más beligerant­e con el desafío separatist­a catalán», haber comunicado más y mejor su apuesta por un 155 «blando» y de apenas tres meses, y erigirse en «defensor sin complejos de los miles de catalanes que exigen el cumplimien­to de la ley respecto a la utilizació­n del castellano en Cataluña», donde no solo se oculta, sino que se reprime la lengua oficial del Estado.

«La derecha debe intentar ampliar hoy el espectro de lo que es legítimo pensar. La democracia –sostiene Guillermo Graiño, profesor de Teoría Política de la UFV– ha dejado de ser una articulaci­ón del pluralismo para convertirs­e en una forma de pensar determinad­a que, sin embargo, no descansa sobre el consenso real de la población. Esto tiene que ser revertido», concluye. Es indudable que la unidad de España y la igualdad como principio uniforme que todo lo debe condiciona­r en democracia son dos criterios mayoritari­os en nuestra sociedad, donde a menudo la minoría que grita parece tener más valor que la mayoría que calla. Y para esa inmensa mayoría –sea progresist­a, conservado­ra o moderada–, la unidad de España no debe ponerse en cuestión.

Igualdad Urge recuperar con contundenc­ia el liderazgo político en la defensa de la unidad de España

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