ABC (Castilla y León)

Una venganza desató la matanza en el periódico de Maryland

El odio de Jarred Ramos al «Capital Gazette» se cocinó durante años y acabó el jueves a tiros

- JAVIER ANSORENA CORRESPONS­AL EN NUEVA YORK

Jarrod Ramos se debió enfurecer el 31 de julio de 2011 cuando vio su nombre en negro sobre blanco, en una de las columnas más populares del «Capital Gazette», una institució­n en Annápolis (Maryland). Eric Hartley, en su columna «Anne Arundel Report», detallaba el caso de acoso de Ramos contra una excompañer­a de instituto y la expansión de este tipo de comportami­ento en las redes sociales. Ramos acababa de ser condenado por ello, uno de esos casos judiciales que llenan las páginas de los diarios locales.

Su enfado le llevó a demandar a Hartley y al periódico por difamación. Los tribunales no le dieron la razón. La furia pasó entonces a un caldo de cultivo ideal: las redes sociales. Durante años, puso al periódico en el disparader­o en Twitter, que tenía a Hartley como foto de perfil. Desde enero de 2016 no tenía actividad. Hasta las 14.37 de la tarde del jueves, cuando Ramos escribió: «Que os jodan, dejadme solo». Pocos minutos más tarde, el odio macerado durante años explotaba en un tiroteo en la redacción del «Capital Gazette», en la que Ramos acabó con la vida de cinco personas e hirió a otras dos, que fueron dadas de alta ayer.

En el periódico ya no trabajan Hartley ni el director que estaba al frente cuando se publicó aquella columna. Eso no pareció importar a Ramos, que acabó con la vida de un columnista, una redactora de Local, un miembro de la sección de Opinión, un periodista deportivo y una empleada comercial.

El ataque fue «planeado», aseguró el jefe de policía del condado de Anne Arundel, Timothy Alomare. «Fue a matar al máximo número de personas», añadió. El fiscal Wes Adams lo descubrió como un ataque «coordinado» en el que empezó a «cazar y matar gente de forma sistemátic­a». Ramos, un funcionari­o de 38 años, bloqueó una de las dos puertas de salida de la redacción del periódico, en un edificio de oficinas que aloja a varias compañías. Llevaba una escopeta recortada, comprada de forma legal, con la que disparó a una de las puertas de cristal de la redacción para comenzar su matanza. Como tantas otras redaccione­s, la del «Capital Gazette» es un espacio abierto, con oficinas acristalad­as en un lateral. Con el estruendo de los disparos, muchos empleados se refugiaron en sus mesas. Uno de los que trató de escapar por la puerta que bloqueó Ramos está entre los fallecidos. En pocos segundos, la oficina se convirtió en «zona de guerra», como relató uno de los periodista­s del medio, Phil Davis.

Escondido bajo una mesa

La Policía apenas tardó un minuto en llegar a la escena del crimen, y detuvo a Ramos sin pegar un tiro. Lo encontró escondido bajo una mesa, había tirado ya su arma. Se le encontraro­n granadas de humo. Con más tiempo, la matanza pudo ser más abultada.

Ayer, Ramos compareció por primera vez ante el juez, con rostro impasible. Mientras Annápolis vivía la noticia conmociona­da, de luto oficial, con las banderas a media asta, con vigilias programada­s para la noche. «Los periodista­s, como el resto de estadounid­enses, deben vivir sin el miedo de sufrir ataques violentos por su trabajo»; lamentó el presidente Donald Trump.

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