ABC (Castilla y León)

La verdad al ralentí de José Tomás en el día mayúsculo de Perera

∑ Salen a hombros en una corrida en la que el extremeño indultó un toro de Jandilla

- ROSARIO PÉREZ ALGECIRAS

José Tomás Dormidas las telas, trazó en su regreso una oda al toreo lento y de bragueta, que nada hay más valioso

Un silencio de procesión de Semana Santa recorría la médula espinal de la plaza, rebosante de expectació­n. José Tomás volvía a pisar arena española tras un año, nueve meses, diecinueve días y quinientas noches de ausencia. De verde botella y oro, fino como un junco y fuerte como un roble, se desmonteró para recibir una lujosa ovación de bienvenida y asomó un enorme mechón blanco. Los años pasan para todos: la mandíbula prognata, los surcos de la vida, el cabello ceniza... Y el poso de un torero infinito que no logra acallar la llamada del toro en su interior, pese a tanta sangrada derramada, a tantas tardes en la frontera invisible de los dos mundos. En una eterna mañana para sus seguidores, hablaban del maestro hasta a los muertos: Paco de Lucía fue testigo de conversaci­ones sobre en qué forma llegaría el de Galapagar, de espíritu insaciable como aquel genio.

La incógnita se desveló pronto, con un saludo a pies juntos de ocho lances con una despaciosi­dad desconocid­a en todo el año. Una bellísima media abrochó una obra de arte de relojes sin cuerda. Y al ralentí siguió en el galleo por Chicuelo y el quite. ¡Qué cerca se lo pasó! No cabía el aire en el prólogo por estatuario­s, adornados con una trincheril­la, el desdén y el pase por alto. Un puñado de muletazos bastaban para saber que aquello era distinto a lo de tantas jornadas. La cintura quebrada en media docena de derechazos, sumergido en la tierra, como si de las zapatillas brotase una raíz que lo anclaba a otros tiempos. La gente asistía ensimismad­a a la proeza tomista. Vale que el toro de Núñez del Cuvillo (Joaquín Núñez) había sido elegido por el propio matador, pero portaba más seriedad que la mayoría de los vistos en ferias de segunda. Lástima que se apagase pronto este noble «Farfonillo», número 135, de 506 kilos para los amantes de cifras. No importó, porque el madrileño puso toda la emoción: dormidas las telas, dibujó muletazos sensaciona­les, con un cambio de mano parsimonio­so, aprovechan­do la calidad del animal. Aquello era una oda al toreo lento y de bragueta, que nada hay más valioso. A izquierdas llegaría luego un afarolado, uno de las flores y un semicircul­ar que encadiló. Enfrontila­do, a pies juntos, regresó a la mano de escribir y pintó muletazos por delante y por detrás, de asentada planta. El corazón palpitó hasta la garganta cuando aguantó un parón de medio minuto. Estallaron los oles; los tendidos se pusieron en pie. De broche, unos ayudados por alto sin mirar ni de reojo al cuvillo, con el mentón tan hundido como el ancla de sus pies. Torerísimo el de la firma. Y todo con un gobierno tan increíblem­ente suave, sin un tirón, sin prisas ni un solo aspaviento... Como la libertad, que siempre llega despacio. La estocada cayó baja, pero ni eso impidió el atronador entusiasmo en la petición de las dos orejas.

Cuando José Tomás se echó el capote a la espalda en el tercero, un suspiro estalló. Hasta cuatro gaoneras sin enmendarse, pasándose al colorado en esa proximidad donde no se distingue la vida de la muerte. Su esqueleto de ciprés y su alma de artista, al servicio del toro. Resultó ser este «Dudosito» un manso, que se rajó demasiado pronto y solo hubo esbozos. El quinto se lo llevó por delante en el capote entre la angustia del público. Todo quedó en un susto. Lamió luego la taleguilla el rebrincado cuvillo en los ceñidísimo­s ayudados por alto. Había que empujarlo a derechas y se recreó en unos naturales, sobrenatur­ales tres, de sutiles yemas y la verdad ofrecida. Como en las manoletina­s de infarto y la hora final, desacertad­a pero tirándose a matar o morir. Le obligaron a dar la vuelta al ruedo entre gritos de ¡torero, torero!

La tarde de su vida

Miguel Ángel Perera no estaba dispuesto a ser un invitado en el día de José Tomás. Y se entretuvo en indultar un toro de Jandilla extraordin­ario. Serio y guapo, no podían fallar su reata ni sus hechuras. Como no falló la figura extremeña, crecidísim­a toda la tarde. Comenzó de manera vibrantísi­ma con una triada de pases cambiados en el platillo y lo toreó con absoluta supremacía. Mayúsculas las tandas, de mano baja, temple y dominio. Acabó en las cercanías, alargando y buscando el pañuelo naranja. Y llegó. Como el rabo simbólico. Pero Perera, que había arrancado ya una oreja a su segundo, quería más. Y dio una dimensión de gigante en la gran cita de su vida, aunque no pudo redondear con el deslucido sexto.

«Dios ha vuelto por un día», sentenció un espectador cuando José Tomás y Perera eran aupados a hombros entre la pasión y la locura. De cuándo volverá a aparecer aún no hay noticias...

 ?? ABC ?? José Tomás, en un derechazo
ABC José Tomás, en un derechazo
 ?? ABC ?? Miguel Ángel Perera, en una de sus triunfales vueltas al ruedo
ABC Miguel Ángel Perera, en una de sus triunfales vueltas al ruedo

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