«Casi todos mis trabajos se han gestado o alimentado en Cespedosa»
«Necesito sentir respeto y empatía con el fotografiado. No me interesa el documentalismo si no va acompañado de eso»
—Recuerda en el libro Cespedosa que de niño soñaba con comprarse una cámara para llevarse a Madrid las imágenes que le gustaban del pueblo salmantino y que el primer carrete lo tiró allí. ¿Hubiese sido más difícil que su vocación naciese sin ese apego emocional a su tierra de origen? —Creo que más que difícil hubiese sido imposible, porque realmente todo gira alrededor de ese lugar. Ahí comencé a hacer fotos y es lo que me motiva, digamos que es el motor que me ha impulsado a hacer fotografías. De hecho, casi todos los trabajos, aunque estén hechos en Perú, en Etiopía o en otros países, de alguna manera se han gestado o se han alimentado de Cespedosa. —¿En qué sentido? —Normalmente utilizo Cespedosa como campo de experimentación, de pruebas. Ahí pruebo las estéticas, la plástica de mis trabajos, el formato de cámara, si es color o blanco y negro. Todo antes lo he investigado en el laboratorio de Cespedosa. Encuentro cosas en Cespedosa, hallazgos de técnica plástica, de tipo de color, de tipo de cámara utilizada, etcétera, que luego aplico a otro sitio como puede ser Perú o puede ser otro lugar que no tiene nada que ver con Cespedosa. Digamos que hay una experimentación previa de orden técnico o incluso de orden conceptual, de qué tipo de fotografía voy a hacer, que luego lo aplico a otros países. —Y sigue fotografiando Cespedosa de Tormes cuarenta años después... —En realidad son cuarenta y dos. No sé lo que durará, pero mientras tanto sigo tomando fotografías. —En sus recuerdos infantiles parece ocupar un lugar destacado la trilla en las eras, ¿son las fotografías que le hubiese gustado hacer de Cespedosa y que ya no podrá porque ya no existe? —Cespedosa es un trabajo que gira en torno a dos grandes ejes. Por un lado, la memoria, y por otro los sueños personales. No es solo memoria, pero tampoco es solo una cosa personal. He querido atrapar mis recuerdos de infancia, fotografiar a mis abuelos, a mis padres, a familiares..., y de alguna manera ejercer de notario de mi memoria de ese lugar. Hay ciertas cosas, efectivamente, que no llegué a tiempo para fotografiarlas, cuando comencé a ser fotógrafo ya prácticamente nadie trillaba a mano. Hay carencias; evidentemente, me hubiera gustado fotografiarlo, pero tampoco vamos a hacer un drama. Al fin y al cabo, se trata de hacerlo lo mejor posible, tener un compromiso contigo mismo, pero no va a ir más allá de lo que no puede ser. No pasa nada porque no lo haya fotografiado yo, está en mi memoria. —Dice Chema Conesa que «fotografía por amor». ¿Es imprescindible para usted esa implicación afectiva con lo fotografiado? ¿Es más importante que la armonía estética o que la belleza? —En Cespedosa sí que fotografío por amor, porque hay demasiadas cosas ahí que forman parte de los que yo soy, de mi vida. En otros trabajos no hablaría tanto de amor como de empatía. Si fotografío en Perú o en Etiopía tiene que haber un nivel de empatía con la gente. Si no es desde el respeto y la empatía con el fotografiado, no me interesa. No me interesa el documentalismo si no va acompañado de eso. —Reconoce la influencia de la literatura en su obra. ¿La fotografía tiene que tener para usted ingredientes poéticos, narrativos y simbólicos? ¿Es una forma de huir de lo puramente documental? —La literatura es fundamental en la fotografía. La literatura es lo que me alimenta, podría alimentarme de mis historias personales, del cine, pero es limitado, sin embargo con la literatura tienes todo el mundo para alimentarte. De alguna manera me siento también narrador, con la fotografía estoy narrando una vida, unas historias.