LA FAMOSA GUADIANA
En algún momento, Mar Flores hizo máster de Isabel Preysler, pero salió, quizá, poco filipina. Aquello ya pasó. De modo que se nos ha ido quedando en una Preysler castiza y peatonal, digamos, y funciona siempre muy bien de chica gancho de cualquier show, o de ella misma, porque el famoso o famosa, cuando triunfa, es un spot en sí mismo.
Se separó de Javier Merino, tras casi dos décadas de matrimonio, y luego sostuvo una amistad de vaivén con Elías Sacal, un empresario de yate. Yo nunca acabé de enterarme del todo si Mar iba al yate, o del yate se iba. En todo caso, es una famosa que vive en la ocupación de la prosperidad de sus cinco hijos. Pero no remata, como sucesora de la Preysler.
Interés de aparecida
Estamos ante una archifamosa guadiana, y en esa rara administración de su fama tiene la noticia. Como sale poco, o lo justo, pues levanta interés de aparecida. Tuvo una discoteca propia, por vínculo de Merino, y a esa discoteca no acudía nunca, salvo que interesara una publicidad donde no se sabe si la discoteca promocionaba a Mar, o bien Mar promocionaba una discoteca.
En todo caso, siempre es, Mar, una foto segura, al día siguiente del cóctel. Y no es poco mérito, tratándose, en general, de una consorte plácida que no da un ruido. Ha llegado a este virtuosismo de birlibirloque de la propia fama después de una juventud de amores o amoríos desiguales y hasta cuernos a la luz de una farola. Le dio pedaleo a la alegría, en fin, hasta que se casó con Javier Merino, y pasó así a una vida casi silenciosa, ya libre de chismes tóxicos y cháchara difamante, de esa que saca
mucho porvenir del pasado.
Varios abismos
A Mar los hombres le acabaron saliendo entre mal y muy mal, hasta que ya no. La frecuenté cuando era estrella de la tele, y en algún momento me dio la primicia de que pasó una depresión severa, con vistas a varios abismos. De manera que en la monada del momento había desgarro íntimo, pero desgarro en bruto y de grito hacia adentro, que es el que suele darse en guapas o guapazas de barrio, como ella. Le hice, incluso, una
entrevista justo un rato después de pegar portazo convencido a su vida alegre, digamos, y lo que me encontré fue una chica más bien tristona, con una única voluntad primera y última: no vivir desdichada. Llegó a confesar que, por momentos, había tenido muy poco apego a la vida. Apego y aprecio. Fue aquella cita en su casa del norte de Madrid, muy de mañana, mientras desayunábamos cerveza mejicana, sentados los dos en el suelo. Era hermosa, dubitante y quizá confundida. Salió de aquello pronto, trepando a la vida.
Ha porfiado en el cine, que es donde busca su vocación primera o última. Tiene el oficio de ir y venir de las portadas al matrimonio, y al contrario. A veces regresa de musa de las peluquerías. Quizá porque nunca se ha ido.