El Menéndez Pelayo argentino
▶ Acometió múltiples iniciativas a favor de la historiografía hispanoamericana
Recibo un correo del profesor José Luis Moure, presidente de la Academia Argentina de Letras, en el que me comunica el fallecimiento de César A. García Belsunce con el que había quedado en reunirse para diseñar un posible proyecto común interacadémico. ¡Siempre tenía César un nuevo proyecto en la cabeza! El pasado día 18, se sintió mal en el automóvil, cuando volvía de una reunión de amigos. Pidió auxilio, lo llevaron al hospital y falleció.
Jurista de profesión, aunque historiador de pasión y también doctor en Historia, sus compatriotas lo han conocido por generaciones como autor, junto con Carlos A. Floria, de la Historia de los Argentinos, publicada en 1971 en Ateneo y que recibió el marchamo de libro clásico al ser reeditado en dos volúmenes por Larousse en 2001.
Acometió múltiples iniciativas a favor de la historiografía hispanoamericana en general y la argentina en particular. Probablemente el estudio y digitalización del Archivo de la Merced, un tesoro para la pequeña historia, que es tan reveladora, era uno de sus favoritos. Recibió numerosos reconocimientos. Era académico correspondiente de Perú, Bolivia, Paraguay, Uruguay, Brasil, Puerto Rico, Guatemala, Colombia y de la española Real Academia de la Historia, cuya adscripción llevaba especialmente a gala.
Lo conocí en una Asamblea de la Union Académique Internationale (no recuerdo si en Bruselas o en Cracovia) en la que él representaba como presidente a su Academia y yo a la División de Humanidades del CSIC español. Nos seguimos viendo en las sucesivas asambleas en las que él, que había cesado como presidente en Argentina, ejerció también como delegado para Hispanoamérica de la UAI o de vicepresidente de la Organización.
Un hombre excepcional en todos los sentidos. Por aquellos años pude saber de su dedicación heroica a la esposa, enferma del alzhéimer y por la que ponía en su viaje una escala en Londres para seguirle llevando una lana inglesa que siempre le había gustado (ella era profesora de inglés y apasionada de lo británico). Alguna vez le acompañó un sobrino nieto, quien me contó que César y su mujer, como no habían tenido hijos, tenían la costumbre de recibir en su casa de campo por turnos en vacaciones a las diferentes familias de sobrinos: su casa era la de todos. Cuando en junio pasado me invitaron sus amigos argentinos a asistir en Buenos Aires a la misa de acción de gracias que se celebró por los 90 años de César, sentí no poder acudir e hice el propósito de que nos viéramos cuanto antes. Ya no podrá ser en esta vida.
Más allá de mi consideración personal, fruto de la experiencia de trato que he mantenido en estos últimos veinte años, he de testimoniar que se nos ha ido un gran amigo de España y de lo hispánico. Su enfoque era el mismo que Menéndez Pelayo tuvo hacia el engrandecimiento de la herencia de la Hispania romana, que engloba las lenguas y culturas de la Península Ibérica y su prolongación en América. Por este objetivo le he visto pelear en medio mundo. Se le debe agradecimiento.