ABC (Castilla y León)

Cuando el lujo se convirtió en opulencia

Epítome del «glamour» de los veranos españoles y aún sin la «nobleza» de antaño, su esencia de calidad sigue muy viva

- FERNANDO DEL VALLE MÁLAGA

Para varias generacion­es de españoles, durante un tiempo tan sinónimo de verano fue coger el coche para irse al pueblo como comprobar en las revistas del corazón que Gunilla von Bismarck y Luis Ortiz continuaba­n un año más con su despeinado y sudoroso baile en alguna de las fiestas que se celebraban en Marbella. Entre los años 70 y 80 la «perla» de la Costa del Sol fue el epítome de la diversión estival más lujosa, con sus galas benéficas, sus celebracio­nes sin fin y su laureada nómina de nobles venida de toda Europa. Todo, envuelto en ese «glamour» no exento de una ostentació­n que ahora, con el tiempo, casi nos parece tierna.

Sobre todo porque hoy la opulencia pública se ha degradado varios enteros. El lujo marbellí se manifiesta hacia afuera en una exhibición continua de descorche de botellas del champán más caro en clubes de playa tomados por hormonados ricos rusos y siliconada­s señoritas en traje de baño. En cuanto al fenómeno cutre y globalizad­o de las despedidas de soltero y la ramplonerí­a obscena que se ha hecho con la primera línea de Puerto Banús, mejor dejarlos para otra ocasión.

Pero aunque de manera más silenciosa y discreta, y sin los grandes nombres de antaño, Marbella no ha perdido su imán, recuperada ya de los peores efectos de los años oscuros del gilismo. Los árabes ya son minoría mientras la inversión nórdica toma el «triángulo de oro» (Marbella, Benahavís y Estepona). Continúa existiendo un turismo de enorme calidad compuesto por grandes fortunas que siguen jugando al golf, divirtiénd­ose y sobre todo solazándos­e con su clima privilegia­do. Solo que ahora lo hace recluido en sus mansiones de varios millones de euros. Y sin mayor ostentació­n que la de sus lujosísimo­s restaurant­es o los palcos del festival Starlite, que ha vuelto a regenerar la noche veraniega con un largo ciclo de primeras figuras en la rehabilita­da cantera de Nagüeles. O en Olivia Valère, la discoteca más longeva.

La primera estrella

«Las formas cambian y todo se homogeneiz­a, pero las reglas sagradas están ahí». Lo afirma Rafael de la Fuente, el que fuera director de los hoteles de cinco estrellas Los Monteros y Don Carlos, además del Villamagna de Madrid. Conviene adentrarse de su mano experta en aquella historia que comenzó con el Marbella Club, «el hotel que no quería parecer un hotel». El alojamient­o que ideó Maximilian­o

de Hohenlohe aconsejado por su excéntrico primo Ricardo Soriano, marqués de Ivanrey. Ambos, inventores de Marbella y su cuidada estética, clave para entender el devenir de esta ciudad. Abrió en 1954 y pronto se convirtió en lugar de peregrinac­ión de lo más granado de la sociedad internacio­nal. Lo mismo ocurrió con Los Monteros, que consiguió la primera estrella michelin de España para restaurant­e de hotel (hoy hay cinco establecim­ientos laureados en la localidad). Y que concibió La Cabane, el club de playa que sería copiado hasta en Dubái. No puede olvidarse Puerto Banús, alojamient­o de los más lujosos yates, como el «Nabila» de Kashoggi.

Desde la atalaya de sus años de experienci­a, De la Fuente reconoce que la Marbella «de platino» que se dio entre 1971 y 1983 «es algo irrepetibl­e», pero destaca la «enorme vitalidad» que sigue manifestan­do. Y sobre todo, cómo tras el espantoso desarrolli­smo de Gil supo generar los anticuerpo­s para que hoy en día, por ejemplo, siga vetada la construcci­ón en altura.

Se echa de menos, es cierto, el porte de Jaime de Mora. O el torrente de

Lola Flores. Pero quien aún tiene la suerte de embriagars­e con la noche mediterrán­ea de buganvilla y jazmín sabe que la esencia de Marbella continúa viva.

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ARCHIVO ABC 1976otorga­Imagen de un primigenio Puerto Banús con la serranía que a Marbella su famoso microclima al fondo y antes, todo un mundo por construir. Ahora las lujosas urbanizaci­ones de Nueva Andalucía jalonan todos esos terrenos.
 ?? ÁNGEL CARCHENILL­A ?? 1974en Jaime de Mora Aragón y Alfonso de Hohenlohe tocan el piano una de las múltiples fiestas que amenizaban el verano «noble» de Marbella. Fueron dos de los, principale­s artífices de la época de platino de la localidad costasoleñ­a, un tiempo irrepetibl­e.
ÁNGEL CARCHENILL­A 1974en Jaime de Mora Aragón y Alfonso de Hohenlohe tocan el piano una de las múltiples fiestas que amenizaban el verano «noble» de Marbella. Fueron dos de los, principale­s artífices de la época de platino de la localidad costasoleñ­a, un tiempo irrepetibl­e.

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