Una invitación a la reflexión
Los clientes de restaurantes también tienen sus malos hábitos
Terminamos hoy esta serie veraniega en la que hemos intentado denunciar algunos de los fallos más habituales en nuestros bares y restaurantes. La lamentable y poco higiénica ausencia de manteles, las incómodas mesas corridas, el «compadreo» de algunos camareros, la floja calidad de los arroces, los puntos de la carne y el pescado, los extras que se facturan de forma inadecuada, los terribles cordones de balsámico, los fallos en el servicio del vino, el abuso de la quinta gama, el mal pan, la imposición de turnos para comer, la dictadura del menú degustación o los mejorables desayunos de los hoteles, han sido algunos de los temas que hemos planteado en esta treintena de artículos. Por suerte no toda la hostelería incurre en estos «pecados culinarios». Tenemos en España excelentes restaurantes, magníficos bares, donde se hacen muy bien las cosas. Estos apuntes no tenían otra intención que provocar la reflexión del sector en algunos temas que se pueden mejorar.
Y no siempre los pecados son de los hosteleros. También los clientes tienen los suyos. Hablábamos en el artículo de ayer de la plaga de los móviles, pero podríamos añadir otros muchos. Por ejemplo la informalidad en las reservas, dejando mesas vacías sin aviso previo al restaurante con el consiguiente perjuicio para este. También las vestimentas inadecuadas. O esos niños sueltos por el comedor, que además de un peligro para los camareros son una molestia para el resto de comensales que no tienen por qué sufrir a los hijos maleducados de padres irresponsables. O los fumadores compulsivos que se levantan entre plato y plato rompiendo el ritmo de la cocina. Como ven, casi nadie está libre de culpa. Como hemos dicho tantas veces, al restaurante se va a disfrutar. Disfrutar de la comida, de la bebida, de una buena conversación. Todo lo que no contribuya a ese disfrute es un «pecado culinario».