ABC (Castilla y León)

Donde habita el fresquito

Lejos de playas masificada­s, esta francesa de nacimiento y madrileña de corazón disfruta de un verano sosegado en las terrazas de la ciudad y en su barrio de Cruz del Rayo

- LAURA LOISEAU FRANCIA

Vivo desde hace años en una colonia de Madrid llamada Cruz del Rayo, donde antiguas y coloridas casas de obreros se rodean de jardines urbanos y donde todavía puedo escuchar con nitidez el canto de los pájaros. Algunas viviendas han sido restaurada­s con bastante gusto, aunque sin perder cierto aire decadente; en cualquier caso, todas ellas cuentan una historia. Hoy, sin embargo, de obrero poco le queda a mi barrio. Sí conserva árboles magníficos, una extraordin­ara variedad de plantas y esa paz increíble que reina en las noches de verano, cuando el aire trae aromas de jazmín y, al refrescars­e el ambiente, los vecinos –acaso más alegres y amables que el resto del año– nos echamos a la calle para pasear con nuestros perros y departir entre nosotros sobre fútbol, política, la Familia Real... o lo que se tercie.

A mí me encanta salir de la oficina en pleno centro de la ciudad y, en diez minutos, ponerme en casa. Llego a mi oasis y llega mi momento. Mudo la ropa de trabajo por el pareo, los zapatos por las chanclas o los pies descalzos. Y me sirvo una gran copa de agua con limón y menta, que disfruto acompañada por los acordes de alguna guitarra flamenca como música de fondo.

Cocinar en verano me supone un verdadero esfuerzo, aunque si se trata de preparar sopas frías en todas sus variantes, me relaja y me divierte. El gazpacho y el salmorejo son de lo mejor que tiene la estupenda gastronomí­a española y hasta me podría alimentar a base de gazpachos –andaluces y, también, con fresa y remolacha–, de ajoblanco y, por supuesto, de vichyssois­e.

De vez en cuando, al filo de las nueve de la noche, me lanzo a la calle a caminar y disfrutar de las terrazas que en Madrid siempre son una delicia, sobre todo si una da buena cuenta de una clara con limón y un plato de jamón. Me asombra la variedad de terrazas que existen en esta ciudad, algunas con un lujo increíble y otras con unas vistas maravillos­as sobre los tejados, como esos rooftops que pueblan la Gran Vía. A esa altura aflora mi lado más francés y no me resisto a una copa de champán Veuve Clicquot Rich, con hielo y rodajas de pepino o de naranja. Y a pie de calle, confieso que los helados también son mi perdición, sobre todo los de Freddo Freddo, un clásico de mi barrio. Pero si me animo a cambiar de zona, sin duda elijo los que en mi opinión son los mejores helados del mundo: los de Mistura.

Son estos momentos excepciona­les de mis veranos capitalino­s. Pero más allá del del crepúsculo y las noches al fresco, no me resisto al encanto de las primeras horas de la mañana. Entrar a las ocho en el Retiro, donde practico yoga, es otro momento impagable. La frescura y la sombra de los árboles de este extraordin­ario parque y sus grandes espacios de césped invitan a la meditación y al relax. Y sus museos, festivales de música y restaurant­es de todos los rincones del planeta son como una invitación a perderse. Me impresiona cómo esta ciudad ha conseguido implantar medios de transporte tan cómodos como Bicimad. Cuando aprieta mucho el calor, usar esos medios de transporte resulta práctico, sostenible y muy cómodo para llegar a mis clases de yoga sin estrés. Creo que queda claro. Puestos a elegir, ¡me gusta el verano de mi barrio!

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