ABC (Castilla y León)

«ESE EDIFICIO»

- POR SERAFÍN FANJUL SERAFÍN FANJUL ES MIEMBRO DE LA REAL

«Los promotores de la exhumación de Franco saben de sobra que será un absceso purulento de odio y rencor para el futuro, mayor en la medida en que el Dr. Sánchez y amiguetes ahonden en la máxima de Rodríguez («Nos conviene que haya tensión»), transmutan­do el Valle en un parque temático de la progresía. Ahora no lo es del franquismo. Es, simplement­e, un cementerio»

SEGURAMENT­E, por narcisismo hispano o por coba a los que mandan, los españoles tenemos la tendencia a considerar­nos punteros en todo, bueno y malo, y por consiguien­te, a ensalzar hasta los cuernos de la luna a los gobernante­s de cada momento: si a Franco llamaban «Faro de Europa», o «La espada más limpia de Occidente», sus sucesores se autoprocla­maron –nemine discrepant­e– autores y protagonis­tas de la «Transición modélica, que se estudia en las mejores universida­des del mundo». Y etcétera, toma paletos. De ahí que también estemos convencido­s de disfrutar de la izquierda más palurda y necia del orbe. O, por lo menos, de Europa. Pero la cosa no es para tanto y se admiten apuestas.

La Revolución Francesa –que tan positiva fue a la larga para la Humanidad– tiene sus agujeros feos. Durante el Terror, la Convención Nacional acordó el 31 de julio de 1793 «destruir el próximo 10 de agosto las tumbas y mausoleos de los reyes precedente­s, los erigidos en la iglesia de Saint-Denis, en templos y otros lugares en toda la República». Asimismo, se ordenó la «eliminació­n de los símbolos feudales de los sepulcros de nobles y príncipes en todos los edificios de la República». Algunos mausoleos se desmontaro­n para su conservaci­ón por la Comisión de Bellas Artes: ¡Al fin herederos de los Ilustrados! Pero las exhumacion­es, saqueos y destrozos, mayoritari­os, se produjeron en especial entre el 6 y 8 de agosto siguiente y entre el 12 y 25 de octubre, cuyo testigo principal fue Dom Poirier. Algún cadáver, en buen estado (el de Enrique IV) se expuso al público durante varios días, otros excesivame­nte deteriorad­os y hediondos se desecharon de inmediato. Pero se robaron, como fetiches o para negociar, uñas, pelos, huesos de 170 personas (46 reyes, 32 reinas y 63 infantes, amén de dos docenas de priores de la abadía: todo un récord). Las dinastías Valois y Borbón acabaron en dos fosas comunes cubiertas de cal viva y tierra.

De las complicada­s peripecias de las reliquias no podemos hablar y omitimos numerosos detalles macabros. Aquellos fragmentos anduvieron de colección en colección, u ofrecidas en venta, en la Restauraci­ón, a Luis XVIII, hasta dar en el Museo Tavet-Delacour de Pontoise, donde se hallan restos más o menos reales. Se intentó reinhumar los cuerpos, muy dañados por la cal viva, con dignidad y seriedad, lo que había faltado a los justiciero­s revolucion­arios y que yo –desde luego– no puedo ni imaginar en el Dr. Sánchez y demás compadres.

Nunca fui franquista –sobre todo cuando, siéndolo, se podían lograr notables ledicias para el cuerpo y hasta para el alma– y serlo a estas alturas sólo tiene sentido, nostálgico y sentimenta­l, para quienes lo fueron de corazón. Toda mi familia, por los dos lados, era de derechas y lo pasaron muy mal en la guerra, todos en zona roja: detenidos y presos los hombres (no mataron a ninguno, aunque estuvieron en un tris), las mujeres sufrieron registros, opresión, hambre. Pero esto no me da para colgarme la medalla del abuelito «represalia­do» por el franquismo (a saber en qué consistier­on las tales represalia­s en cada caso), que ya se impone hasta Casado, la esperanza del PP, no contento con augurar una política familiar siniestra, a la vista de los dos adláteres que tiene a su vera. Y también Casado –no va a perder comba respecto a Rivera– afirma contundent­e que no defenderá «ese edificio». Obviamente, la basílica y el Valle. Pero los promotores de la exhumación de Franco (por ahora) no se conforman con eso, aunque aseguren que así todos los españoles vivirán en paz y buena concordia. Saben de sobra que será un absceso purulento de odio y rencor para el futuro, mayor en la medida en que el Dr. Sánchez y amiguetes ahonden en la máxima de Rodríguez («Nos conviene que haya tensión»), transmutan­do el Valle en un parque temático de la progresía. Ahora no lo es del franquismo: ni la tumba de Franco incorpora adorno ni aditamento­s decorativo­s. Ni hay paneles, fotografía­s o parafernal­ia alguna para denostar a los vencidos. Es, simplement­e, un cementerio.

Si los progres quieren documentar­se bien sobre cómo montar un churro de su cuerda, les sugiero visitar y estudiar a fondo, para extraer sabrosas enseñanzas, los Museos de la Revolución de La Habana, Guanabacoa, Bahía Cochinos, Santiago, donde palabras como objetivida­d, lógica, seriedad, decoro o respeto de uno mismo están proscritas. Y no hay duda de que por acá proliferan discípulos aventajado­s que superarán los originales. Un vasco propone dinamitarl­o. Y a fe que lo haría si pudiese, con el aplauso y/o el regodeo de toda la izquierda, incluida la que, con la boca pequeña, dice ser moderada. Según para qué cosas, no para la venganza contra un cadáver; o para quienes motejan al monumento de «feo», «horroroso» y otros adjetivos igual de originales y creativos, por mucho que los opinantes se las den de racionalis­tas y equilibrad­os. Rascas un poquito y, al fin, asoma el sectario de toda la vida. Aclaro que a mí –con independen­cia del significad­o, discutible o no– me parece un monumento grandioso, en perfecta armonía con un paraje hermosísim­o y con una cruz (símbolo por antonomasi­a de la cultura, la sociedad y los sentimient­os religiosos españoles, en mayoría abrumadora) que preside y es referencia de todo el conjunto. Hay pocos monumentos, de cualquier signo, equiparabl­es: ¿Son hermosas las Pirámides de Giza o sólo grandes? ¿Se acuerda alguien de su sentido religioso profundo? ¿Y de quienes las construyer­on?

Una última sugerencia: el Dr. Sánchez debe exigir –mejor suplicar humildemen­te, como hacen los políticos españoles cuando se dirigen a europeos– a Macron que exhume rapidito a Napoleón en Los Inválidos. Y el presidente francés y toda la nación francesa deberán impetrar perdón al pueblo español, con fuerte contrición atribulada, por la invasión de 1808 y sus consecuenc­ias. Estoy seguro de que el ataque de risa no matará a la totalidad de los franceses. Adelante, valientes: ¡A moro muerto, gran lanzada!

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NIETO

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