ABC (Castilla y León)

El vecino de la víctima lleva a la UCO hasta su tumba a 3 kilómetros

▶ Hallan restos óseos en un encinar del detenido que sostiene que fue un accidente

- CRUZ MORCILLO MADRID

Cuatro años de pesadilla y dudas acabaron anoche cuando la Guardia Civil halló restos óseos enterrados en un encinar de Monesterio (Badajoz). Eugenio Delgado, de 28 años los condujo hasta la tumba de Manuela Chavero, que había cavado en una finca de su propiedad a tres kilómetros del pueblo. El jueves por la noche los agentes del Grupo de Personas de la UCO detenían a Delgado, un vecino de la mujer que vive a menos de 20 metros y al que ella, que doblaba la edad, conocía desde niño. El arrestado contó a los agentes que estuvo con Manoli, como la llamaban, que ella se dio un golpe en la cabeza y cuando vio que estaba muerta se asustó y decidió enterrarla en su finca La Dehesa.

Eugenio Delgado llevó a los investigad­ores pasadas las cuatro y media de la tarde de ayer hasta el lugar, un encinar de gran extensión que peinaron Policía Judicial, el Equipo Central de Inspeccion­es Oculares y guías caninos especializ­ados en búsquedas de cadáveres. Monesterio entero, arropando como siempre a la familia de Chavero, esperó con el alma en vilo el desenlace de una desaparici­ón que todos sabían involuntar­ia y que ha tanto tiempo. En cuatro horas se halló lo que se ha buscado cuatro años. Ahora falta la confirmaci­ón oficial de que es el cuerpo de Manoli y poder determinar si la mató su vecino o fue una muerte accidental, como él sostiene.

Manoli, separada y madre de dos hijos, desapareci­ó entre la 1.55 y las tres de la madrugada del 4 al 5 de julio de 2016. A esa hora mandó su último mensaje de washatp a un veinteañer­o del pueblo con el que mantenía una relación informal. «¿Nos podemos ver esta noche?», preguntó ella. «Esta noche no. Me voy para casa porque me duele mucho la rodilla». La Guardia Civil siempre ha creído que alguien llamó a su puerta a esa hora. Alguien que sabía que la mujer estaba sola. A la mañana siguiente su hermano y una amiga, alarmados porque no respondía ni acudió a una cita en Zafra, encontraro­n su móvil sobre la mesa, su cartera, las luces y la televisión encendidas. Su familia mantuvo desde el primer día que «Es casi alérgico a las mujeres, les tiene aversión y, por otra parte, se obsesiona con ellas». Así define a Eugenio Delgado alguien que le conoce desde niño. Creen que se obsesionó con Manoli, como antes lo había hecho con alguna otra joven de Monesterio. «Siempre estaba solo, ha tenido una vida muy complicada aunque eso no justifique nada, todo lo contrario porque ha traicionad­o a los pocos que le han ayudado». Los padres de Eugenio, vecino de Manuela, se separaron cuando él era un niño. Fue un divorcio difícil, que él vivió de forma traumática. Se quedó con su padre mientras su hermana se marchaba con su madre fuera de Monesterio e iniciaba otra vida. Era frecuente verle pegado a su progenitor, un hombre dedicado al campo, a sus fincas y a sus caballos, y con un punto autoritari­o. El chico hablaba mal de su madre, la culpaba de que su vida hubiera saltado por los aires. Su progenitor también rehízo su vida y de nuevo la mala suerte llamó a la puerta de la familia. Fue Eugenio quien encontró a su

Manuela no se había ido por voluntad propia. «Jamás habría abandonado a sus hijos», insistían. Joven, guapa, alegre y dispuesta a empezar una nueva vida sin su exmarido se indagó en su entorno hasta barrerlo por completo. El padre de sus hijos, los hombres con los que había tenido alguna relación del tipo que fuera, sus salidas... Todo en balde. Eugenio Delgado –que entonces tenía 24 años y su casa en la que vivía solo estaba a unos metros de la de la víctima– declaró ante la Guardia Civil. Contó que aquella noche estaba en la playa con unos amigos. Los investigad­ores averiguaro­n rápido que mentía. Estuvo en la playa sí, pero no aquel martes, sino el fin de semana siguiente. Primera mentira. madrastra muerta en el baño. Su padre murió hace unos años y se quedó casi solo. Su vida se desarrolla­ba entre los caballos y el campo. «No intima con casi nadie, es muy rudo, huraño, muy fuerte, pudo darle un mal golpe, pero él esquivaba el tema de Manoli», insiste un conocido. Tras la muerte del padre empezó a malvender alguna finca y fue detenido por robar señales de tráfico y otros hurtos. Ayer llevó hasta su tumba, su secreto.

Aquellos días le vieron con el brazo magullado. Dijo que se lo había hecho con los animales. Y a nadie le extrañó porque el joven introverti­do y solitario se pasaba la vida entre caballos, vacas y cerdos en sus explotacio­nes. Pero otro vecino dio una pista más.

Delgado había cambiado la tapicería de su Opel Vectra. A algunos les resultó sospechoso y lo contaron a los agentes. Se rastreó su teléfono, se le volvió a citar mientras se redoblaba la presión sobre el joven con el que Manoli habló por última vez. Los tres coches de su familia fueron registrado­s y el chico tuvo que pasar una y otra vez por el cuartel. Tanto él como el exmarido de la víctima fueron descartado­s mientras seguían sin perder de vista a Eugenio. Tal vez sintió la presión –sabía que los agentes preguntaba­n por él– y se marchó un tiempo fuera a trabajar con camiones. Dijo a algunos

Imagen de la vivienda del detenido por la muerte de Manuela Chavero cercanos que iba a denunciar a la familia Chavero por injurias y negó a todo el que le preguntaba cualquier relación con el caso de su atractiva vecina. «¿Cómo puede alguien pensar que yo soy capaz de una cosa así?».

No había cuerpo y el sospechoso no daba pasos en falso. Cada poco tiempo se volvía a buscar a Manoli: en pozos, en los campos, en el pantano. Hace unos meses, un supuesto vidente tocó a la puerta de los Chavero y aseguró que la mujer estaba enterrada en un campo. Como casi siempre, la farsa y el ansia de dinero quedó destapada. El mes pasado llegó una carta anónima a la casa de la madre de Manoli, dirigida a Emilia, su hermana, la mujer que no ha desfalleci­do y ha clamado cada día por encontrarl­a. En esa carta se señala a Eugenio, aunque no ha trascendid­o el contenido concreto. Unos días después, el 27 de agosto, la Guardia Civil acudió a Monesterio para registrar la casa de la víctima. Era el registro número 15, cuatro años después. Los agentes se desplegaro­n por el pueblo y se dejaron ver. Querían que el sospechoso supiera que estaban ahí, en la puerta de al lado, en su misma calle. Tres semanas más tarde, por sorpresa, le colocaron las esposas. La versión del accidente resulta poco creíble.

Un anónimo Fue interrogad­o tras la desaparici­ón y mintió; hace un mes una carta anónima lo señaló

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