ABC (Castilla y León)

Apropiarse de la vacuna que se le quita a un viejo en riesgo de muerte es lo más sucio que uno pueda imaginar en esta vida

- VIVIR DE MUERTE AJENA

JOSEPH Conrad narra en «Lord Jim» la tragedia de un marinero que no estuvo a la altura de lo que la ley del mar exige; y que aceptó preservar su vida al precio de abandonar a la muerte a aquellos cuya seguridad le había sido encomendad­a. Nada salvará al marinero Jim del horror de toda una vida marcada por la culpa de haber vivido a costa de dejar perecer a sus pasajeros.

Ha habido escándalos en estos cuatro decenios de política española. Ha habido corrupción, en dosis difícilmen­te tolerables: no somos una sociedad ejemplar, en ningún sentido. En lo político, estamos en la raya de lo obsceno. A veces, la sobrepasam­os. Pero que servidores públicos al cuidado de un país antepongan su salud y la de los suyos a la de la población a la cual deben defender, es algo para cuya podredumbr­e no hay calificati­vo.

Son varios ya los cargos públicos de diversas administra­ciones y partidos que han sido descubiert­os en el acto criminal de saltarse el turno de vacunación, amparados bajo la pétrea impunidad que abriga a los poderosos en este cruel país nuestro. Y es hora de plantear en voz alta las preguntas que a todos nos atormentan. Porque sólo la completa publicació­n de los protocolos de vacunación en la cúpula del Estado podrá borrar la peor de las sospechas.

¿Establece ese protocolo la vacunación prioritari­a del presidente del Gobierno? ¿Y la de sus ministros? ¿Y la de cuántos de sus familiares? ¿Y de qué concejales y consejeros? ¿Y de qué militares? Son datos que la nación debe conocer. Ya. O habremos de recelar que las abusivas vacunacion­es de altos mandos y de caciques regionales y locales puedan ser sólo la espuma de un nauseabund­o mar de fondo: el de la cobardía personal que se antepone a todo. En un país harto de políticos que velan sólo por sus intereses, aclarar eso es exigencia previa para que la ciudadanía siga acatando y respetando las reglas del juego.

Han muerto ya noventa mil de los nuestros. Morirán muchos más antes de que se logre contener a ese virus –tal vez de laboratori­o– que nos vino de la China de Xi Jinping. Los ancianos están siendo masacrados. Lo menos que cabe pedir a los gobernante­s –cuyo sueldo pagamos todos, también esos ancianos– es que corran idéntico riesgo al que cada uno de sus representa­dos corre. Idéntico. Como mínimo. Exigirles que, al modo de los viejos capitanes, sean ellos los últimos en salvarse, o pedirles la grandeza de irse al fondo del mar con su navío, es –lo sabemos– algo que sólo les dará muchísima risa.

No hemos vivido acto político más obsceno que éste de ahora. Los hubo más criminales, sin duda; muchísimo más. Pero nunca tan obscenos. Porque apropiarse de la vacuna que se le quita a un viejo en riesgo de muerte es lo más sucio que uno pueda imaginar en esta vida.

Lord Jim hubiera sabido que vivir con eso a cuestas no es posible. ¿Lo sabrán ellos? No lo creo.

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