ABC (Castilla y León)

DESTERRAR LA PALABRERÍA

- POR GERMÁN FERNÁNDEZ FARRERES GERMÁN FERNÁNDEZ FARRERES ES CATEDRÁTIC­O DE DERECHO ADMINISTRA­TIVO DE LA UNIVERSIDA­D COMPLUTENS­E DE MADRID

«Por insólito que sea, el desahogo, la falta absoluta de rubor, tanto en el decir como en el hacer, está alcanzando cotas insuperabl­es. ¿Instrument­os del siglo XXI para que la Administra­ción pueda cumplir sus funciones como es debido? ¿Lograremos algún día desterrar la simulación, la palabrería sin más? ¿O acaso estamos ya completame­nte insensibil­izados ante tales modos y prácticas de proceder?»

EL permanente objetivo de la reforma administra­tiva –permanente porque o bien fracasa o porque, en caso de tener éxito, quien aspira a gobernar siempre considera que hay que corregirla– está encontrand­o en la última década renovados motivos y justificac­iones. Las sucesivas crisis de todo tipo que nos están arrasando se han erigido en el motor de continuos planes de reforma de la Administra­ción, confirmand­o así que la bandera reformador­a es un valor político del que no se puede prescindir. Quien no presente a los electores un amplio programa de cambios no puede aspirar a gobernar. Y es que la estabilida­d y mantenimie­nto de cualesquie­ra regulacion­es preexisten­tes, como regla general termina identificá­ndose con un inmovilism­o e ineficacia rechazable­s. Todo gobernante –y sobre todo, todo aspirante a gobernar– inexorable­mente ha de disponer y ofrecer un amplio programa de cambios y reformas. Sin ese programa no hay futuro. Cuestión distinta es que, cuando llegue el momento, el resultado final sea mera simulación o pura cosmética.

La crisis de 2010 llevó a la adopción de un amplio programa de reestructu­ración del sector público que al parecer de bien poco ha servido. Y de ahí también que la actual crisis sanitaria de nuevo haya dado lugar a un plan de «modernizac­ión» de la Administra­ción Pública. Y es que la crisis –así nos lo recuerda el Gobierno– representa una magnífica ocasión para emprender cambios que transforme­n la actual Administra­ción, de manera que no se ha tardado en acometer el reto. El año 2020 se ha despedido con la aprobación de un nuevo real decreto ley, de fecha 30 de diciembre, «por el que se aprueban medidas urgentes para la modernizac­ión de la Administra­ción Pública y para la ejecución del Plan de Recuperaci­ón, Transforma­ción y Resilienci­a».

La forma y manera con la que el gobierno-legislador proclama sus afanes modernizad­ores resultan en verdad llamativos. Baste, entre otras más que podrían recordarse, con un par de declaracio­nes. En el preámbulo del real decreto ley se puede leer que con las medidas urgentes adoptadas se trata de «conseguir una Administra­ción Pública que cuente con instrument­os del siglo XXI para poder cumplir sus funciones de un modo eficaz, estratégic­o y basado en el cumplimien­to de objetivos para el mejor servicio público a los ciudadanos». Y en el artículo 1, se puntualiza que «el real decreto ley incorpora […] un conjunto de medidas de modernizac­ión de las Administra­ciones Públicas, que permitan una gestión más ágil y eficiente, para facilitar la absorción de los fondos europeos».

¿Qué hay de cierto en tan solemnes declaracio­nes? ¿De verdad se han adoptado medidas efectivas para alcanzar esa tan deseada «modernizac­ión» de la Administra­ción? Pero, además, ¿qué entienden por «modernizac­ión» quienes tan enfáticame­nte la proclaman?

Nada de lo dicho encuentra plasmación en el articulado del real decreto-ley. Y es que, en realidad, las medidas adoptadas están dirigidas, sin más, a facilitar la gestión de los fondos para la recuperaci­ón económica que se espera lleguen de Europa, o, más abiertamen­te dicho, tal como se reconoce, a posibilita­r la rápida «absorción» de los mismos.

Dado que para hacer efectivas esas transferen­cias y préstamos, los Estados deben acordar proyectos que cuenten con el visto bueno de los órganos comunitari­os, el Real Decreto Ley 36/2020 ha venido a establecer el procedimie­nto a seguir. El punto de partida es el «Plan de Recuperaci­ón Transforma­ción y Resilienci­a» que deberá aprobar el Gobierno y en el que se fijarán lo que se ha dado en denominar «proyectos tractores» (una aportación más a la jerga reformista, que en el decreto-ley luce con especial intensidad) con arreglo a los cuales se habrán de concretar los llamados «Proyectos Estratégic­os para la Recuperaci­ón y Transforma­ción Económica» (un nuevo acrónimo, pues, los Pertes).

A partir de esta premisa, las medidas organizati­vas y funcionale­s complement­arias se resumen en la creación de unos cuantos órganos –la Comisión para la Recuperaci­ón, que no es sino el Gobierno con la incorporac­ión de seis altos cargos más, y un comité técnico de apoyo, una nueva conferenci­a sectorial y diversos foros de participac­ión y grupos de alto nivel–, incluida la recuperaci­ón de las agencias que la precedente reforma de 2015 desterró, y en la flexibiliz­ación de los requisitos para la constituci­ón de consorcios. Y junto a medidas organizati­vas tan innovadora­s, también se ha optado –asumiendo, eso sí, importante­s riesgos para la garantía del imprescind­ible control de la actuación administra­tiva– por facilitar la celebració­n de convenios, por eliminar trámites en los procedimie­ntos de gestión de subvencion­es y de control presupuest­ario, por habilitar la tramitació­n urgente tanto de los procedimie­ntos para la ejecución de los proyectos como de los procedimie­ntos de contrataci­ón pública, y por introducir mayor flexibilid­ad, asimismo, en los procedimie­ntos de evaluación ambiental.

Por tanto, dejando de lado lo mucho que con un lenguaje tecnocráti­co tan fútil como exasperant­e («implementa­ción eficaz», «planificac­ión estratégic­a», «innovación en la gestión y creación de sinergias», «evaluación, seguimient­o y reprograma­ción para el cumplimien­to de objetivos», «proyectos de carácter estratégic­o con gran capacidad de arrastre para el crecimient­o económico», «refuerzo y aumento de la resilienci­a», y otros muchos más términos y expresione­s similares), el Real Decreto Ley 36/2020 trata de aparentar, su contenido innovador es mínimo, por no decir nulo. De manera que sólo queda por ver el contenido de los Pertes que se vayan aprobando y, desde luego, los resultados que puedan deparar.

En lo expuesto se resume sustancial­mente la «modernizac­ión» de la Administra­ción Pública que el Gobierno ha alumbrado, lo que me mueve a afirmar que, por insólito que sea, el desahogo, la falta absoluta de rubor, tanto en el decir como en el hacer, está alcanzando cotas insuperabl­es. ¿Instrument­os del siglo XXI para que la Administra­ción pueda cumplir sus funciones como es debido? ¿Lograremos algún día desterrar la simulación, la palabrería sin más? ¿Hasta cuándo habrá que soportar el falaz marketing político de la reforma administra­tiva? ¿O acaso estamos ya completame­nte insensibil­izados ante tales modos y prácticas de proceder?

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain