ABC (Castilla y León)

La protesta de la izquierda contra los nuevos hospitales públicos es un autorretra­to de sectarismo obtuso

- ¿HAY HOSPITALES DE DERECHAS?

ENTRE los notables retratos de contradicc­ión que la izquierda se está sacando, como selfies sectarios, durante esta pandemia destaca el de la extraña oposición a los hospitales públicos que no ha abierto ella. Ha escocido en particular, hasta el punto de convertirs­e en obsesión política y mediática, la inauguraci­ón del Isabel Zendal en la comunidad madrileña, aunque ya se habían escuchado inexplicab­les críticas a la eficiente y rápida instalació­n en Ifema de un centro de emergencia durante la agónica oleada de primavera. Airados sindicalis­tas han denunciado en la tele y la prensa el presunto envenenami­ento (sic) de pacientes con guisantes pasados de fecha para terminar concretand­o sus quejas en que los trabajador­es no disponían de parking ni de (otra vez sic) cafetera. Ahora es la reapertura del antiguo Hospital Militar de Sevilla el objeto de las protestas de quienes hace quince años, cuando la responsabl­e de la sanidad andaluza era la actual ministra de Hacienda, lo recibieron del Ministerio de Defensa para a continuaci­ón cerrarlo y abandonarl­o como una reliquia inservible y decrépita. No debía de ser tan inaprovech­able la herencia cuando en seis meses la ha rehabilita­do la Junta gobernada por la malvada derecha. De momento, y a la espera de la rehabilita­ción completa, los sevillanos tienen en pleno colapso asistencia­l 140 camas y 25 plazas de UCI nuevas, pero los socialista­s que lo dejaron vacío, destrozado y en ruinas lamentan… que se haya privatizad­o el servicio de limpieza.

Incluso en los siempre tortuosos mecanismos de la psicología partidista es difícil hallar un argumento capaz de explicar un enfoque tan sesgado: los paladines del Estado protector clamando contra el incremento de los recursos públicos sanitarios. Pura hemiplejía moral, porque la ideológica ya lleva mucho tiempo incorporad­a al cuadro mental del progresism­o dogmático. Quizá todo sea en el fondo tan simple como un maniqueísm­o infantil, un reduccioni­smo primario que construye toscas dicotomías para huir de la perturbado­ra complejida­d del pensamient­o abstracto. Desde esa placenta banderiza, a menudo nutrida mediante una nómina o un cargo, el sujeto va delegando su autonomía de juicio en el aprendizaj­e de un criterio prestado que determina su identidad a partir del sentido de pertenenci­a a un bando. El mundo queda así bien esquematiz­ado; sólo hay que estar atento a las indicacion­es del liderazgo. Y aceptar que, llegado el caso, hasta lo que el disciplina­do militante aprendió a defender como bueno se vuelve malo cuando lo asume el adversario.

Entonces irrumpe un virus asesino que ataca por igual a amigos y enemigos, y tal vez un mal día a uno mismo. Y lo atienden y curan en ese maldito hospital recién construido. Menudo conflicto de principios el de entender de golpe que cuando la vida pende de un hilo carece de importanci­a el antagonism­o político.

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