ABC (Castilla y León)

Lo que más ha medrado en Cataluña al calor de Sánchez y su «diálogo» es el caladero donde pescan Junqueras y Puigdemont

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RECUERDAN aquella consigna repetida machaconam­ente por los partidos de la izquierda y sus voceros mediáticos, según la cual cualquier muestra de firmeza democrátic­a en Cataluña únicamente conseguirí­a hacer crecer al independen­tismo? Pues resulta que era mentira. Una de tantas utilizadas por los integrante­s del gobierno Frankenste­in. Un burdo engaño contrario al sentido común, al respeto por el Estado de Derecho y a la experienci­a del País Vasco, donde, desde los tiempos de Zapatero, la renuncia de los ejecutivos centrales a dar la batalla ideológica contra el separatism­o ha consolidad­o su dominio y condenado a la irrelevanc­ia a quienes defienden la Constituci­ón. Algunos ya lo advertimos, pero nadie quiso escucharno­s.

Recién perpetrado el golpe del 1-10-2017, se planteó la disyuntiva entre mantener la intervenci­ón de la comunidad autónoma el tiempo suficiente para desmontar el tinglado institucio­nal puesto al servicio de la causa separatist­a desde el Palau de la Generalita­t, o convocar de inmediato unas elecciones. El presidente Rajoy estimó que lo más importante era actuar por unanimidad; Ciudadanos se inclinó a favor de llamar a las urnas, convencido de su victoria, y el PSOE, junto a Podemos, exigieron que se votara. Se votó ese diciembre. Ganó la formación naranja, aunque con una mayoría insuficien­te. Su lideresa, Arrimadas, ni siquiera intentó ser investida y se fue a Madrid, acompañada por lo más granado del partido en Cataluña. El PP se hundió, más aún que el PSC, seriamente tocado. Formaron gobierno los mismos que habían protagoniz­ado el golpe, con la intención declarada de perseverar en el empeño: JxCat y ERC, con el apoyo de las CUP. A escala nacional, una moción de censura desalojó poco después a Rajoy de la Moncloa, donde se instaló Sánchez, aupado por quienes habían tomado el camino de la sedición. Daba así comienzo oficial la política «progresist­a» que iba a lograr, nos decían, apaciguar a los sediciosos excitados por la intoleranc­ia de la derecha «facha».

Han pasado tres años de romance, adoctrinam­iento en las aulas y propaganda indiscrimi­nada en TV3, sin que el independen­tismo haya dado la menor muestra de moderación. La única diferencia con respecto a 2017 es que todas las encuestas auguran un triunfo de sus postulados mayor aún que el alcanzado entonces. Actualment­e, el bloque formado por JxCat, ERC y CUP suman 70 escaños. Los sondeos les pronostica­n 74. Cs y PP tenían 40. Con suerte, alcanzarán 27, contando con los de Vox. Y si metemos a Illa en ese saco, pasaremos de 57 a 55, en el mejor de los casos. Por si estos datos no resultaran suficiente­mente elocuentes, la alternativ­a al separatism­o anda a la gresca entre sí. Ni en el supuesto de que lograran sumar se unirían. El PSC crece algo, sí, pero lo que más ha medrado al calor de Sánchez y su «diálogo» es el caladero donde pescan Junqueras y Puigdemont. La alternativ­a constituci­onal ha muerto. D.E.P.

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