Cerca del cielo
millones en la construcción del templo, y el de 2021, año en que lo sembrado durante 2020 apenas ha dado para destinar 17 millones de euros a las obras. Lo justo y necesario para poder terminar a finales de año la torre de María, la segunda más alta del templo. En estos momentos ya se han construido todos los niveles y únicamente faltan el terminal de 25 metros sobre el que se colocará una corona de piedra de seis metros de altura con una docena de estrellas de forja. Por encima, un hiperboloide de 18 metros hará las veces de linterna. Y en lo alto de la torre, una estrella luminosa de doce puntas, cada una de ellas de 7,5 metros, dibujará sobre el cielo de Barcelona una suerte de batseñal con la que el templo quiere ilustrar «cómo la Virgen María guía a Jesús de día y de noche».
«Si las medidas sanitarias lo permiten, durante este primer trimestre de 2021 está previsto colocar los primeros paneles de piedra de la corona. Durante el tercer trimestre se pondrán las dos grandes piezas de la linterna, y en diciembre, finalmente, la estrella», apuntan desde el templo. Será, tal y como subraya el director arquitecto del templo, Jordi Faulí, la primera torre en completarse desde los años setenta, cuando se levantaron las cuatro de la fachada de la Pasión. A partir de ahí, Dios dirá. O, mejor dicho, la Junta Constructora, encargada de decidir los siguientes pasos. «Ahora todos los esfuerzos se centran en terminar la torre», subraya Faulí.
El aniversario que no fue
El panorama, en cualquier caso, es completamente diferente al de hace un año. Y no sólo en la calle, donde ajetreados riders e incómodos silencios campan a sus anchas por donde antes reinaba el bullicio, las colas y ráfagas de selfies en todas las posturas imaginables. También a pie de obra, con los trabajos de nuevo en marcha desde el pasado 25 de enero, la sensación es de ralentí y medio gas.
Bien pensado, no es para menos: justo antes de que el templo se viese obligado a cerrar el 13 de marzo y a paralizar las obras (a diferencia de las visitas, retomadas de forma tímida e intermitente durante el verano, la construcción llevaba once meses parada), en el templo trabajaba más de un centenar de personas. El pasado lunes, en cambio, cuando la actividad regresó a la basílica, sólo 14 operarios volvieron a trabajar; la mitad en el templo y la otra mitad en el taller de Les Borges Blanques. El resto, una vez más, deberá esperar a que vuelvan las visitas más o menos regulares. Gaudí, profético de nuevo, ya dejó dicho que «todas las cosas que han tenido larga vida crecen despacio y con interrupciones». «Es la obra de su vida. Y sabía que era imposible acabarla», destaca Xavier Güell en la biografía «Yo Gaudí».
Eso sí: inconclusa y paralizada pero con una reputación a prueba de bombas, nada de lo anterior ha impedido que la Sagrada Familia haya sido elegida por la plataforma Tiqets como el monumento más destacado del mundo de los Remarkable Venue Awards de 2020. Triste consuelo para una joya arquitectónica que, en circunstancias normales, debería haberse adentrado en 2020 con ánimo festivo. Un año para recordar el décimo aniversario, diez años ya, de la histórica visita del papa Benedicto XVI para consagrar el templo de Gaudí y convertirlo en Basílica.
El mundo miraba a Barcelona aquel 7 de noviembre de 2010 y lo que descubrió fue una asombrosa nave central de 4.500 metros cuadrados bañada por la luz de los vitrales, azules o anaranjados según el flanco, y rematada por estilizadas y asombrosas columnas arbóreas. Un altar tallado en una roca de pórfido de más de siete toneladas confirmaba que, además de como incomparable atracción turística, la Sagrada Familia reabría sus puertas como fabuloso centro de culto y peregrinaje.
Fue, sin duda, el empujón definitivo que necesitaba el templo para consolidarse
La torre de la Virgen (en la imagen, su interior) alcanzará los 138 metros de altura a nivel internacional. En apenas un año, las visitas se dispararon un 40% (de los 2,3 millones de personas de 2010 se pasó a 3,2 millones en 2011) y, a más visitantes, mayores ingresos, lo que repercutió directamente en unas obras que, tras contener el aliento también en 2010 por el paso de la tuneladora del AVE a pocos metros de los cimientos, estrenaron a velocidad de vértigo su década prodigiosa. Diez años de presupuesto creciente y visitas al alza en los que, siguiendo «la voluntad de Antoni Gaudí de ir hacia arriba, hacia el cielo», como le gusta recordar a Faulí, se ha moldeado a conciencia el skyline barcelonés y, más importante aún, se ha superado la marca simbólica de las torres centrales de la fachada del Nacimiento, la única que Gaudí terminó en vida.
Ocurrió en 2019, cuando el templo rebasó los 107 metros de altura y, de paso, reabrió viejas polémicas sobre la fidelidad del proyecto actual a la idea original de Gaudí o la construcción (o no) de la controvertida escalinata del portal de la Gloria, escollo urbanístico aún por resolver que implicaría el derribo de dos manzanas. Los responsables de las obras siempre han defendido que su fidelidad al proyecto de Gaudí es total, aunque la ausencia de planos originales, calcinados en un incendio provocado por milicianos que arrasó el taller del arquitecto en 1936 y del que sólo sobrevivieron bocetos y moldes de yeso, ha contribuido a alimentar las más variadas suspicacias. Ya en 1965, artistas e intelectuales como Oriol Bohigas, Le Corbusier, Miró, Tàpies, Coderch o Pevsner firmaron una carta para paralizar las obras y dejar la Sagrada Familia permanentemente inacabada. Sin Gaudí, decían, la obra quedaba «falseada y disminuida».
Críticas y polémicas
Con Subirats y su angulosa exploración del dolor para la fachada de la Pasión reaparecieron las voces discordantes y las críticas con notable retranca («que sea un templo expiatorio no significa que debamos castigarlo con esas esculturas», dijo el filósofo Xavier Rubert de Ventós), pero la obra siguió adelante. Siempre hacia arriba, buscando el cielo, como dejó escrito y documentado el genial arquitecto, y deslumbrando incluso a los más escépticos cuando se descubrió el asombroso interior del templo. «Siempre hemos seguido el proyecto de Gaudí con la máxima fidelidad –defiende Faulí–. Sí que es verdad que algunas partes las dejó más definidas que otras, pero el proyecto está ahí, ya sea en dibujos, maquetas o fotografías. Además, Gaudí, que era muy listo, dejó a sus discípulos indicaciones geométricas precisas».
Ahora, con las obras de nuevo en marcha, será sólo cuestión de tiempo que asomen la cabeza viejos debates relativos al impacto urbanístico en el barrio (en 2019, después de un siglo largo en situación irregular, la Sagrada Familia obtuvo su primera licencia de obras y pactó con el ayuntamiento invertir en mejoras en el entorno mientras algunas voces pedían una mayor fiscalización municipal del proyecto) y, sobre todo, al futuro del voladizo y la escalinata del portal de la Gloria, acceso principal al templo que, de materializarse como está previsto, implicaría derribos y expropiaciones.
Y todo mientras una comisión teológica trabaja en el diseño del monumental pórtico, uno de esos puntos sobre los que Gaudí fue un poco menos preciso de lo esperado y se limitó a anotar su voluntad de plasmar el cielo, el infierno, el limbo y el purgatorio. Otra vuelta de tuerca para un templo en el que religión, naturaleza y simbolismo conviven en armonía y que viene a confirmar que, en efecto, «todas las cosas que han tenido larga vida crecen despacio y con interrupciones». Un camino largo y sinuoso hacia la eternidad.
Fidelidad al proyecto original Los responsables de las obras defienden que cada nuevo paso está basado en las indicaciones arquitectónicas y geométricas que dejó Gaudí
Próxima estación, 2021 Sin nueva fecha prevista para terminar las obras, la prioridad es ahora terminar la torre de la Virgen, la segunda más alta del conjunto, a finales de este año