ABC (Castilla y León)

Temor a que se agrave la persecució­n de los rohingyas

▶ La transición democrátic­a birmana, empañada por el éxodo de esa minoría

- P. M. DÍEZ

te del poder, reservándo­se el 25 por ciento del Parlamento y el control de tres ministerio­s clave, el partido de San Suu Kyi ganó por aplastante mayoría.

Por un veto constituci­onal expresamen­te dirigido contra ella por haber tenido dos hijos con un extranjero, no puede dirigir el Gobierno, pero es la «mujer fuerte» del país en su cargo de consejera de Estado y representa­nte internacio­nal.

Pragmatism­o dudoso

A pesar de las expectativ­as que había en Suu Kyi, quien ganó el Nobel de la Paz en 1991 y se ha pasado casi 15 años detenida, desde el principio se ha mostrado como una política pragmática que ha traicionad­o sus ideales democrátic­os de igualdad y justicia. Como ya avanzó en una entrevista a ABC en 2010, nada más ser liberada y antes de tomar el poder, no solo se ha acercado a un régimen autoritari­o como el chino, sino que ha negado la persecució­n en Birmania de la etnia musulmana rohingya (pronúncies­e «rojinga»).

La transición birmana había logrado un difícil equilibrio entre Aung San Suu Kyi y los militares, que se repartían el poder y los negocios, pero esta joven democracia se despeña ahora hacia la dictadura o la revolución.

La transición democrátic­a de Myanmar, nombre oficial de la antigua Birmania, era una de las historias de éxito político en Asia. Para un país con 135 grupos étnicos y numerosas regiones controlada­s por guerrillas, no era fácil salir de una atroz dictadura que había impuesto el miedo y el aislamient­o internacio­nal. Pero, gracias al prestigio internacio­nal y la resistenci­a de Aung San Suu Kyi, que llevaba 15 de los últimos 20 años bajo arresto domiciliar­io, se alcanzó un acuerdo para abrir el país y celebrar elecciones en 2015.

A cambio de conservar parte de su poder, sobre todo económico, el Ejército accedió a avanzar hacia la democracia en un difícil equilibrio con Suu Kyi, capaz de atraer inversione­s por ser el icono de la lucha por la libertad y la democracia. Pero, como se ve en el golpe de ayer, este «pacto con el diablo» le ha perjudicad­o más que beneficiad­o. En los últimos años, y pese a seguir contando con un apoyo mayoritari­o en su país, su reputación se ha resentido en el extranjero por sus críticas a los musulmanes, odiados sin disimulo en la budista Birmania. A los rohingyas, que la Constituci­ón birmana no reconoce como una de las etnias del país, ni siquiera se les otorga la ciudadanía aunque muchos nacieron allí y en su día apoyaban a Aung San Suu Kyi, que ha pasado de Nobel de la Paz a cómplice de genocidio.

Por su aquiescenc­ia con el Ejército con esta auténtica «limpieza étnica», que llevó a más de 700.000 rohingyas a huir al vecino Bangladés en 2017, la reputación de Suu Kyi ha quedado totalmente destrozada. Aunque un informe de la ONU calcula que hubo unos 10.000 muertos, la Nobel de la Paz desmentía este genocidio en 2019 ante el Tribunal Penal Internacio­nal de La Haya.

A pesar de la abundancia de pruebas contra el Ejército («Tadmadaw», Suu Kyi aseguró que se trataba de una «operación antiterror­ista» en respuesta a la ofensiva que una guerrilla musulmana lanzó en agosto de 2017. Poco después, los refugiados rohingyas hacinados en los campos de la frontera con Bangladés contaban a ABC las atrocidade­s cometidas por el Ejército birmano, cuyos soldados entraban a tiros en los pueblos, matando a los hombres, violando a las mujeres y quemando sus chozas con los bebés dentro. A pesar de esta complicida­d con los militares de «La Dama», como es popularmen­te conocida Suu Kyi, su delicado equilibrio de poder ha acabado rompiéndos­e con este nuevo golpe militar.

Retirada de honores

Su «falta de compasión» hacia la minoría perseguida le valió muchas críticas en el exterior. Canadá y algunas ciudades inglesas le retiraron el título de «ciudadana de honor», y Amnistía Internacio­nal le quitó su premio de «embajadora de la conciencia».

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EP Simpatizan­tes del golpe militar pasan junto a la Policía en Yangón
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