La marquesa que juraba por Dios y por su honor que las obras eran suyas
Uno de los personajes más curiosos que aparecen en el libro es María Teresa Álvarez y Herreros de Tejada, autodenominada marquesa de Arnuossa. «He preguntado en el Ministerio de Justicia, en la sección correspondiente a títulos nobiliarios, y me dicen que ése no existe –advierte Arturo Colorado–. Esa señora parece que era una acaparadora profesional. Se hizo con 72 conjuntos de piezas. Mes a mes, año a año, iba reclamando todo tipo de bienes: porcelanas, muebles, cuadros... de las procedencias más diversas. Tenía predilección por aquellas piezas de cuyo propietario no se tenía constancia. Juraba por Dios y prometía por su honor que eran suyas». Llegó a reconocer como propias obras que se sabía con certeza que fueron incautadas a José Sicardo y Mariana Carderera. La marquesa fue quien más litigios tuvo por la reclamación de terceros. Un «San José y el Niño», atribuido a Alonso Cano, acabó en manos de la marquesa de Moret. otros no. Así, dos cuadros de Pedro Atanasio Bocanegra (propiedad de AlcaláBernardas), otros tantos de Francisco y Rodrigo de Osona (propiedad de Gonzalo Rodríguez) o sendas obras atribuidas a Boucher, evacuadas a Ginebra por la JTA, procedentes de la Caja de Reparaciones.
«Lo esencial del libro es descubrir el desvío, mediante depósito, de más de 8.000 obras. Fue una auténtica diáspora porque desde Madrid se enviaron obras a todos los rincones de España». ¿Cuál fue el objetivo del franquismo con todos estos depósitos? ¿Potenciar museos e instituciones que interesaban a la política cultural franquista? ¿Premiar a amigos? Según Arturo Colorado, «con su política de devolución y entregas en depósito, el franquismo ejecutó una especie de contradesamortización. Ade