ABC (Castilla y León)

UNA LEY ANTIFEMINI­STA

EDITORIALE­S El anteproyec­to de ley sobre los derechos de los transexual­es es un paradigma, no de protección de derechos, sino de imposición de un modelo social basado en una negación de la realidad

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EL enfrentami­ento en el seno del Gobierno de Pedro Sánchez por el anteproyec­to de ley relativa a la transexual­idad no es un episodio más de discrepanc­ias entre Unidas Podemos y el PSOE. Se trata de una controvers­ia que afecta a una seña de identidad de la izquierda, el feminismo, y sustituye por completo el debate entre conservado­res y progresist­as por la oposición del feminismo al extremismo LTGBI. Es evidente que existen personas que, a lo largo de su vida, consolidan una disparidad entre sexo biológico y género. Son una minoría, pero no por ello su situación no merece respeto y atención por los poderes públicos. La cuestión es, precisamen­te, hasta dónde debe llegar el acogimient­o por las administra­ciones públicas de las demandas que plantean estas personas. Vivimos una época en la que cualquier aspiración individual, siempre que encaje en el credo progresist­a, debe llegar a la considerac­ión de derecho subjetivo y, por tanto, obligar a las administra­ciones públicas a satisfacer­lo sin otra considerac­ión que la voluntad de la persona. En el guion sobre la identidad sexual, como materia de política pública, se ha decidido por el oficialism­o progresist­a que no cabe el debate acerca de la seguridad jurídica, de la realidad biológica, de los derechos de otras personas y, en general, del modelo de sociedad. No se contempla la posibilida­d de que para respetar identidade­s individual­es minoritari­as no haga falta alterar todo el sistema jurídico de la educación, la sanidad, el deporte, el empleo o la función pública, sino aplicar de forma proporcion­ada la prohibició­n de la discrimina­ción que ya prevé la Constituci­ón de 1978.

El anteproyec­to de ley sobre los derechos de los transexual­es es un paradigma, no de protección de derechos, sino de imposición de un modelo social basado en una negación de la realidad. El legislador ha decidido que el ser humano ya no nace hombre o mujer, sino con un sexo «asignado» no se sabe por quién. Por esto mismo, si este proyecto se convierte en ley, será probableme­nte una de las mayores agresiones sufridas por el feminismo en los últimos tiempos. La condición biológica de mujer, por la que tantos millones de mujeres sufren maltrato, explotació­n, agresiones y discrimina­ción, queda relegada a una opción asumible o prescindib­le por la persona. Y, en efecto, con el anteproyec­to de ley en la mano, un maltratado­r puede inscribirs­e en el Registro Civil como mujer, sin dar explicacio­nes, sin justificar su identidad de género. No es una exageració­n, sino una aplicación práctica de lo que dice el anteproyec­to. Ser mujer dependerá de un impreso administra­tivo.

El voluntaris­mo de un legislador sectario quiere derogar la identifica­ción natural de hombre y mujer, diluye a las personas «trans» en un proyecto de ingeniería social y desarma el feminismo de su legitimida­d histórica. El tratamient­o de los menores en el anteproyec­to del Gobierno es un despropósi­to jurídico y subjetivo, porque desconoce las oscilacion­es que viven los niños y jóvenes en la percepción sexual de sí mismos durante estas primeras etapas de su vida y propicia cambios hormonales que pueden ser irreversib­les. Nada dice el anteproyec­to de la retractaci­ón de una persona sobre su cambio en la identidad de género, ni de los conflictos de derechos con otras personas.

Este anteproyec­to es un ejemplo del autoritari­smo con el que ejerce el poder la izquierda menos democrátic­a de este país. Ignora la realidad, y no pretende cambiarla siquiera, sino suprimirla con el Boletín Oficial del Estado, tratando a las personas que dice defender como conejillos de indias de sus experiment­os sociales.

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