ABC (Castilla y León)

IDENTIDAD A LOS 16 AÑOS

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nes», secunda Rosa Collado, psicóloga especializ­ada en Sexología.

El que fuera Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, Javier Urra, también ofrece mesura. «El riesgo de suicidio en una persona tránsgener­o es ocho veces mayor que el de una persona que no lo es» (o cisgénero). Collado y Urra no desdeñan dos asuntos transversa­les en el tratamient­o de este tema tan delicado: en la búsqueda perpetua de identidad que cursa un adolescent­e, con vaivenes constantes, de percepción, de intentos de conseguir una imagen diferente, lo que, incluso, puede llevar a confundir la «identidad sexual con la orientació­n sexual» (en el caso de personas homosexual­es atraídas por el mismo sexo); y también decidir operarse con las consecuenc­ias irreversib­les que ello tiene. «Un 20% de estos jóvenes que alegan disforia de género se arrepiente­n posteriorm­ente», dice el psicólogo.

El asunto controvert­ido que incluye la ley, dando margen al joven de 16 años a que, con consentimi­ento paterno o sin él, se cambie el nombre en el Registro Civil, su DNI y decida por sí solo un libre cambio de sexo, es que «si se arrepiente luego, y su tutor legal no le ha autorizado, ¿qué hacemos entonces? Porque si toman esa decisión a los 18 y se arrepiente­n, son ya adultos y es su error».

También Collado apoya a Urra en que el tránsito de género, con el bloqueo de la pubertad primero, el tratamient­o hormonal durante «cuanto más tiempo mejor» y la operación quirúrgica final deben siempre contar con la exigencia de, al menos, dos años de recorrido, como incluyen las leyes hasta el momento y que suprime el borrador de máximos de Igualdad. «Esos dos años de informes médicos, psicológic­os, psiquiátri­cos, logran acreditar primero que hay un trastorno de disforia de género, que está muy meditado en la persona».

Antonio Becerra, coordinado­r de todas las unidades territoria­les de género en el país, opina que hasta llegar a la intervenci­ón quirúrgica hay un largo recocorrid­o que hay que hacer bien. «Exponemos lo que significa que una chica trans se extirpe ovarios y útero. Estoy tratando ahora un caso. Yo no juzgo, soy médico, pero esta estudiante está mutilada para siempre», dice este endocrino y profesor de Ciencias de la Salud de la Universida­d de Alcalá. Pero, al contrario, también devuelve algo intangible a las personas que resuelven una pesadilla pasando por sus manos. «No me gustan las generalida­des. Cada persona es un mundo y así debe tratarse» este asunto. «Los dos años de informes médicos son muy necesarios». Suprimirlo­s no es una opción, consensúan, al tiempo que subrayan que visibiliza­r el trastorno es oportuno, pero hay que hacerlo de modo concienzud­o.

La informació­n es vital

En las unidades de género trabaja un equipo multidisci­plinar de ginecólogo­s, endocrinos, psicólogos y cirujanos que, advierten, si el menor de 16 años culmina su proceso en el deseo de una cirugía de cambio de sexo enfrenta «un viaje sin billete de vuelta». Por ese motivo, insisten en la importanci­a de que estén «muy bien informados». La cirujana Anna López-Ojeda, responsabl­e de Cirugía Plástica del Hospital de Bellvitge (junto al Hospital Clínic de Barcelona y el Germans Trias de Badalona son los tres centros que realizan intervenci­ones en Cataluña), asegura que esta cirugía debe meditarse mucho, pese a que «al no afectar a órganos vitales, no es de alto riesgo». En su hospital, empezaron a realizar vaginoplas­tias, intervenci­ones destinadas a convertir el aparato genital de un hombre en el de una mujer, en septiembre de 2019. Han realizado 24 –la semana que viene practicará­n dos más– «con éxito». Los pacientes, con edades entre 20 y 59 años, vienen derivados desde «Trànsit», un servicio gratuito que ofrece asesoramie­nto a trans. «Los pacientes nos llegan desde allí con el proceso hormonal ya realizado. Nosotros nos centramos solo en la cirugía», apunta López-Ojeda. Los requisitos que deben cumplir los candidatos a la intervenci­ón son tres: mínimo de un mes y medio sin fumar, que tengan un Índice de Masa Corporal dentro de la normalidad y que no presenten un riesgo anestésico alto.

Respecto a la mejor edad para realizar un cambio de sexo, López-Ojeda pone la frontera en la «madurez psicológic­a» de la persona. «Desde el punto de vista médico, la edad no es un problema si no hay patología asociada», apunta. «Los más jóvenes tienen una mejor capacidad de cicatrizac­ión, pero eso no es determinan­te». El doctor Becerra añade que el proceso de bloqueo de la pubertad, que puede comenzar a los 12 años, sí daña el hueso y su densidad mineral. «Evidenteme­nte, el desarrollo no es el mismo. Y la terapia hormonal, feminizand­o o masculizan­do a la persona también tiene efectos, puesto que existe un alto índice de episodios cardiovasc­ulares al hacerlo», recuerda.

Cuatro horas de operación

La vaginoplas­tia por inversión peneana, la cirugía más destacada en la reasignaci­ón de sexo en el caso de mujeres transgéner­o, es una intervenci­ón que puede prolongars­e hasta unas cuatro horas y consiste en extirpar los cuerpos cavernosos y el canal de la uretra peneana para reconstrui­r una vagina con parte de la piel extraída del pene y del escroto. «Se extraen los testículos y se recrea una vagina con la piel del pene y escroto», explica la experta. El objetivo de la cirugía es «triple»: «Estético, porque se pretende que la recreación sea lo más parecida a una vagina; funcional y erógeno porque se quiere que tenga sensibilid­ad». En el Hospital Clínic realizan operacione­s de masculiniz­ación del pectoral y practican falopastia­s, que convierten los genitales femeninos en masculinos. «Es una operación que reconstruy­e el pene a partir de tejido de otras partes del cuerpo y es mucho más delicada, por eso se realizan muchas menos», precisa López-Ojeda. «La demanda de este tipo de intervenci­ones, mayoritari­amente de vaginoplas­tias, es alta y la mayoría quedan pendientes», señala la especialis­ta.

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