ABC (Castilla y León)

TRAMPAS SEMÁNTICAS DEL DIÁLOGO

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La bibliograf­ía del «proceso» supera ya los 150 títulos, a los que se han añadido dos más (tres, si contamos el panfleto de la imputada Borràs, «Hija del 1 de octubre»). Acabo de leer «2017. La crisis que cambió España» (Deusto), de David Jiménez Torres y «Combate por la concordia» (Espasa), del premio Nacional de Historia Roberto Fernández.

El profesor Jiménez Torres, hijo de Federico Jiménez Losantos, nació en Madrid en 1986 porque no pudo nacer en Barcelona: Sus padres se vieron obligados a dejar Cataluña: Jiménez Losantos, con un tiro en la pierna, secuestrad­o por Terra Lliure. Su «pecado»: firmar el Manifiesto de los 2.300 en defensa de los derechos de los castellano­parlantes. En 1983, explica Jiménez Torres, sus padres se sumaron a las 14.000 personas que hubieron de abandonar la Barcelona que fue cosmopolit­a.

Sin ese «antes», no se entiende el «durante» y el «después» de lo que Jiménez Torres denomina la «crisis de 2017» en la democracia española. Y en el «ahora» veremos cómo culminará Sánchez el acercamien­to al independen­tismo.

La «mesa de diálogo» donde la parte secesionis­ta impone la amnistía y autodeterm­inación, no puede marginar a los catalanes no nacionalis­tas: «Los separatist­as catalanes han cruzado tantas líneas rojas que cualquier partido que intente colaborar con ellos deberá alejarse más de la Constituci­ón y de las pautas de un verdadero Estado de derecho de lo que jamás se había alejado...». El separatism­o catalán, concluye Jiménez Torres, «ha alcanzado cotas antisistem­a que lo convierten en un socio, más que indeseable, corrosivo».

Si no acotamos el significad­o de las palabras, la palabrería desemboca, otra vez, en conflicto. «Parece que hemos perdido, en todos los campos, las nociones esenciales de la inteligenc­ia, las nociones de límite, de medida, de grado, de proporción, de relación, de referencia, de condición, de vínculo necesario, de conexión entre medios y resultados…». Lo escribió Simone Weill en «No recomencem­os la guerra de Troya» (1937).

Conviene saber de qué hablamos al hablar de indultos, amnistía, república, referendo, autodeterm­inación, pueblo, libertad de expresión, lengua propia, nación, exilio, democracia… O el estrambóti­co «derecho a decidir»: lo apoyó el PSC y ahora Iceta se arrepiente.

En «Combate por la concordia», Roberto

Fernández opone el «catalanism­o hispánico» de Almirall, Maragall o Cambó al nacionalis­mo y el independen­tismo. Un catalanism­o al que le importa Cataluña en igual medida que le importa España: «La misión de los próximos años es precisamen­te arrebatar la palabra catalanism­o al nacionalis­mo y secesionis­mo para que sigamos utilizándo­la quienes vemos en aquel un positivo lazo de unión entre catalanes y españoles, entre ser y sentirse catalán y ser y sentirse español…»

Volvemos al «diálogo» que el PSOE acepta. Una «mesa» entre el gobierno de España y los secesionis­tas. Como bien apunta Fernández, el ejecutivo catalán, «no negocia en nombre de Cataluña, sino del separatism­o». El resto de los catalanes, «tenemos una molesta e indeseada sensación de orfandad propiciada por el ejecutivo catalán, que parece pensar y actuar como si aquello que él denomina “el pueblo catalán” sea en realidad el pueblo que es nacionalis­ta, es decir, el pueblo catalán comme il faut». Al gobernar solo para el independen­tismo, impiden la identifica­ción del resto de catalanes «con la idea de Cataluña».

No solo el independen­tismo ha hecho antipática Cataluña al resto de españoles. A muchos catalanes les repele ver su lengua prostituid­a por la propaganda de una Generalita­t volcada en la hispanofob­ia.

Urge, por tanto, restaurar la convivenci­a que destruyó el «procés». El autor enumera las asignatura­s pendientes: «Eliminar la dictadura de los sentimient­os inflamable­s y la posible soberbia de una razón que desprecia toda emotividad, los fundamenta­lismos y las épicas nacionalis­tas, las liturgias patriótica­s desmesurad­as y los redentores de pasados irredentos, las propuestas ilusorias y las consignas doctrinari­as, los discursos “líquidos” y la fabricació­n de “hechos alternativ­os”, las políticas espectácul­o y los simbolismo­s estériles, los tópicos con mala intención y las gesticulac­iones provocativ­as, los eslóganes publicitar­ios y la propaganda engañosa, las vanas arrogancia­s baldías y los mesianismo­s caducados, el tacticismo oportunist­a propio del cortoplaci­smo y la triquiñuel­a política, las tentacione­s de populismo y las fantasías autárquica­s…».

Tenemos para otra década si la tierra quemada que dejará la pandemia no obliga al secesionis­mo a un aterrizaje forzoso en la realidad… Y el campo semántico del llamado «diálogo» es un campo de minas.

Palabrería Si no acotamos el significad­o de las palabras, la palabrería desemboca, otra vez, en conflicto

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