GUILLERMO DE BASKERVILLE
El caso es pertenecer a un grupo, banda o tribu capaz de atacar a otro que luzca como el ínclito considera que hace «el enemigo»
El otro día me escribió un tipo para decirme que la columna era una «mierda» y que en el mundo no existían «ni periodistas ni democracia». Hasta ahí todo es normal ¡faltaría más!. Lo que me llamó poderosamente la atención fue que el remitente se presentaba como miembro de Qanon. La verdad es que me hizo cierta ilusión porque nunca imaginé entablar conversación con un colega del Lobo de Yellowstone que asaltó el Capitolio de los Estados Unidos. He de decir que la misiva estaba firmada, con nombre y apellidos, dirección, etc….
Es un tipo normal, de los que te encuentras en el autobús o esperando en la cola del supermercado, no lleva ni pieles, ni la cara pintada, nada, todo normal.
Puede que sea mezclar churras con merinas pero me recuerda a quien pone un azulejo en la puerta de casa diciendo que es atlético, culé o merengue. El caso es pertenecer a un grupo, banda o tribu capaz de atacar a otro que luzca como el ínclito considera que lo hace «el enemigo». Poco importa que tú hayas puesto o no el azulejo en la puerta de casa, basta con que tengas pinta de ser de Simeone, Messi o Ramos, si es que eso se puede conseguir.
Eco y su semiótica nos explicarían mucho mejor qué quiere decir eso de poner nombre a las cosas para dejarnos claro que «el diablo no es el príncipe de la materia, el diablo es la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad jamás tocada por la duda». En castellano de mi pueblo, el asunto es que ahora eres un imbécil como los de toda la vida pero tienes un movimiento al que adscribirte en el que no te piden que estés a favor de nada sino en contra de alguien. Si pidieran credenciales para entrar en Qnon seguro que mi querido interlocutor acabaría linchado por sus «supuestos» correligionarios porque ya saben ustedes que los extremos se tocan y la mayor parte de estos grupos —más allá de odiar al otro — coinciden en casi todo, independientemente del lugar del hemiciclo en el que asienten sus posaderas. La cuestión es; «mátalo» o, en todo caso, tira el coche del árbitro al pilón por haber pitado ese penalti que nunca debió ser.